Jueves 09 de Febrero de 1950

CUARTILLAS BLANCAS. TRES ANÉCDOTAS DE ÁNGELA PERALTA 

(por el Profesor Alfonso R. López)

Sucede con frecuencia que la gratitud popular conserva con cariño el recuerdo de las figuras de relieve cuya vida fue una expresión de los sentimientos que anidan en la conciencia de las masas, y entonces surgen las anécdotas que manifiestan las cualidades del espíritu de la humanidad. El pueblo fácilmente mata con el olvido a los personajes que normaron los actos de su existencia alejándose del sentir general, pero en cambio se enorgullece y perpetúa en el recuerdo a los principales exponentes de su espiritualidad, a través de referencias que, ciertas o forjadas por la fantasía, constituye la esencia de sus aspiraciones realizadas, por decirlo así, en las acciones de personajes que practicaron las virtudes substanciales que existen en estado latente en el alma de la colectividad. La mundialmente reconocida artista del canto, Angela Peralta, se encuentra en esta situación de privilegio, pues ciertos pasajes de su vida reflejan maravillosamente los valores de la sangre, por lo que sin abrigar dudas de ninguna especie bien podemos decir que no ha muerto en el sentido integral de la palabra, ya que ha ganado un lugar predilecto en el corazón nacional que indefinidamente la representará como una entidad tipo que acredita con el ejemplo la calidad de la raza. Nos merece profundo respeto la literatura popular, y a través de su sentir que marca el ritmo de una mexicanidad inmaculada, vamos a recordar tres pasajes de la vida de la notable artista. El acontecimiento ocurre en Roma. Angela Peralta va a competir con la italiana Adelina Pati, que por ese entonces no reconocía rival. La multitud, aunque confía en el triunfo de su compatriota, espera ansiosa el resultado. La Pati, que a su hermosa voz sigue una espléndida belleza, espera también salir bien librada de la prueba la cual rubrica el público con los formidables aplausos que anuncian su victoria. ¿Acaso podía la mexicana superar al excelso ruiseñor italiano? Al terminar, y con esa suficiencia propia de la capacidad, obsequia a su público con la gentileza de un elogio: "¡así se canta en Italia!". Pero la incertidumbre de lo desconocido hace dudar a los criterios mejor forjados. La Peralta se presenta y las melodías humanas de una voz venida del cielo conmueve al recinto romano transportándolo a una evocación de su fastuoso pasado. Los italianos sueñan, no escuchan. Aquel portento pertenece a lo sublime, como sublime es el alma mexicana cuando se exhibe en toda la plenitud de su grandeza. El genio humildemente honra a su terruño lejano: "¡Así se canta en México!". Pero cuando hay nobleza en el corazón la cualidad se agiganta hasta confundirse con la evidencia de la virtud, y la italiana fue noble en la aureola de su derrota al contestarle brindándole un cálido abrazo: "¡No!... ¡Así se canta en el cielo!"..., y el pueblo ha recogido estos quilates para vivificarlos en el altar del recuerdo. Ahora, estamos en Hermosillo; Angela Peralta ha visitado a la "Ciudad de los Naranjos". Un día tropieza en su camino con un pordiosero inválido que le solicita una limosna y le responde: "¡No traigo dinero, cieguito, pero si tú quieres puedo regalarte una canción"; accedió el mendigo y la artista le obsequió con "La Paloma" las notas celestes del jilguero atrayendo a los transeúntes y vecindario que gustosos depositan una moneda en que les presenta la Peralta diciéndoles: "Esta canción es del cieguito... yo se la regalé". Aquel día los ingresos del por un momento feliz inválido superaron a los que hubiera reunido en un año de fatigas, gracias a la magnanimidad de la artista. El siguiente acto se desarrolla en la ciudad de México, en tiempos en que el Imperio ya no existe. Angela Peralta se encuentra en una reunión de la alta sociedad metropolitana. Como es de suponerse, abunda la letra contra el matrimonio extranjero que hizo posible la intervención y lógico es que se le pida a la artista una canción de moda, pero como fuera hostil para el exEmperador y su consorte se excusa invocando que, como Maximiliano fue su protector y a él se debe su carrera, por gratitud no ha entonado, ni piensa hacerlo, una composición que afecte su memoria. ¡Respuesta humana porque el ingrato merece la maldición del desprecio!.