ANTOLOGÍA DE POETAS SONORENSES. Última obra premiada en el
Concurso de Autores Sonorenses (Por Alfonso R. López)
Noviembre 18 de 1950
El Imparcial
En el renglón de la cultura doméstica ha germinado una nueva
obra, la cual bien merece que la veamos de cerca aunque sea a “vuelo de
pájaro”. Nos referimos a la “Antología de Poetas Sonorenses” magníficamente
presentada. Es autor de ella el señor Pedro Segovia Rochín y en su haber
abonamos el mérito, ampliamente justificado, de haber sido premiada en el Concurso
del Libro Sonorense efectuado en esta ciudad el año de 1949. Aunque propiamente
la obra se reduce a una cuidadosa compilación de poesías hogareñas, posee la
indiscutible validez de ser la primera en su género que reúne la cosecha
literaria de nuestros versificadores, misma que si bien es abundante, hasta
ahora se encontraba dispersa, y aunque buena parte relegada en el olvido y
hasta en la ignorancia. Ya hacía falta que alguien se preocupara por compilar y
ordenar esta valiosa contribución del folklore a la cultura estatal. Porque si
bien en las páginas de la antología no suena la lira de un Amado Nervo, un
Rubén Darío o un Luis G. Urbina, en cambio, sí contiene el canto de la más
genuina expresión sentimentalista del alma sonorense. Y esto ya es mucho decir.
Para exponer la fuerza evocativa de los sentimientos, no es necesario ser una
lumbrera del pensamiento ni del decir inmaculado. Cuéntase que en cierto pueblo
o ranchería vivía un indio “semibronco”, pero en cuya conciencia había prendido
la fe católica. Diariamente, tanto por la mañana como por la tarde, acudía a
una Villa cercana y directamente, con paso decidido, entraba a la Iglesia. Se detenía
arnte un Crucifijo, y con el aire más candoroso del mundo le decía: “Oye
vale... aquí está Juan”. A continuación tomaba asiento en una banca próxima y
permanecía sentado un buen rato sin pronunciar palabra, pero con la vista fija
en la imagen. Cuando consideraba que su vista la debía dar por terminada se
levantaba y acercándose nuevamente al motivo de su devoción pronunciaba las
palabras de despedida: “Oye vale, ya se va Juan”. La misma cosa se repetía
todos los días y por demás está decir que el indio, en esa forma significativa
y emotiva, demostraba al Cristo su fe, pues no conocía otra manera de hacerlo.
No sucede lo mismo con la “Antología de los Poetas Sonorenses”, pero sí algo
parecido. A pesar de no encontrar en todas sus páginas la técnica florida de la
métrica y la rima profesional, y en muchos casos ni la palabra selecta del
adorno, sí nos nutrimos espiritualmente con la exquisita sentimentalidad del
lirismo poético de nuestros autores, quienes, dentro de un verso simplificado y
sabroso, nos ofrecen joyas de muchos kilates que vienen a aumentar el caudal de
la cultura sonorense. Allí tenemos las armonías de Alfonso Iberri, de Saturnino
Campoy, de Armida de la Vara,
de Enriqueta de Parodi, Ignacio Pesqueira, de Alicia Muñoz, de Francisco de P.
Corella, de Alfredo Sobarzo, de Ramón Oquita Montenegro, de Francisco Medina
Hoyos, del Profr. Angel Arriola y de tantos otros que la falta de espacio no
nos permite mencionar. La “Antología” es la máxima vibración del sensible
sentimiento doméstico, pleno de colorido en la substanciosa esencia de su
manifestación multifacética. Es, digamos, una galería de los poetas de familia
que nos hablan para decirnos: “Oye vale, está tu espíritu, el espíritu
indestructible de Sonora”. Y así es. Estamos seguros de que allí se encuentran
presentes todos los valores espirituales de la raza, todo el sentir que palpita
en el alma de la comunidad expuesta desde la palabra “mocha” pero llena de
belleza del indio Buitimea, el trovador de la tribu Yaqui, hasta el bien
meditado canto de Alfonso Iberri. El formato de la obra revela el empeño de su
autor (y lo consigue), por presentarla como algo digno de agregarse a cualquier
biblioteca, y asea pública o particular, así como por adaptarla a las distintas
variantes de la mentalidad popular. Sus
604 páginas en las que abundan las fotografías de los amigos de las musas,
recogen el acervo de un siglo de producción ¡Qué tarea encomiable!, y sobre
todo, ¡Cuánta tenacidad en el trabajo!. El mérito de la compilación, solamente
de la compilación, fue suficiente para que el Jurado Calificador le adjudicara
con muy buen tino y justicia el premio en el Concurso del Libro Sonorense
verificado en 1949. Finalmente, a sus 291 poesías y 45 fotografías y excelente
formato, hay que agregar el bien confeccionado y no menos autorizado prólogo
del Dr. Jesús C. Romero, historiador de renombre que participó en el IX
Concurso Mexicano de Historia celebrado en esta capital, lo cual viene a
reafirmar la indiscutible calidad de la obra en cuestión. Por su labor de
positivo beneficio cultural, la que seguramente será tomada en cuenta, vaya
nuestra cordial felicitación al Sr. Pedro Segovia Rochín, autor del arreglo y
compilación de la poesía doméstica contenida hoy en su Antología de Poetas
Sonorenses”.
SOBRE LA
ANTOLOGÍA DE POETAS SONORENSES. Una Recomendación al Profesor
Villa (Por Alfonso R. López)
Parece que al profesor Villa “no le cayó bien” mi artículo
sobre la Antología
de Poetas Sonorenses, meritorio trabajo que abonamos a Don Pedro Segovia
Rochín, pues aunque no menciona mi nombre, claramente se entiende que así es.
Con tal motivo, anuncia “El Imparcial día 22), que escribirá una serie de
artículos para demostrar que la obra en cuestión es un desprestigio para la
cultura sonorense. Nadie le quita al profesor Villa su derecho a opinar como
mejor lo desee sobre nuestra producción literaria y también para que la critique
de acuerdo con los puntos de vista de su cultura de historiador y escritor
veterano en las lides periodísticas. Posiblemente junto a su estatura de
literato, la Antología
de Poetas Sonorenses es un pigmeo que a manera de riñón enfermo desparrama el microbio
del descrédito infectando la salud y el buen nombre de la cultura del Estado.
Pero eso es lo que vamos a ver más allá porque no estamos dispuestos a tolerar,
por ningún motivo, que se ningunee precisamente lo que entendemos en el más
completo sentido de la palabra, por cultura sonorense, y para ser más claros,
por cultura popular sonorense; es decir, por literatura folklórica sonorense.
Da lo mismo. Como el profesor Villa anuncia que iniciará sus escritos el día 27
del actual, quedaremos en paciente espera de lo que nos diga,pero eso sí, desde
hoy reprobamos su artículo inicial porque consideramos que la Antología de Poetas
Sonorenses, nombre perfectamente aplicado lejos de ser un descrédito cultural
doméstico, honra a la familia. Ya también nosotros, así que el Profesor Villa
baje de la tribuna, expondremos con palabra mocha y ayuna de sustancia
científica nuestro modo de sentir, desprendido de un análisis de los diversos
factores que intervienen en la formación de un juicio que de ninguna manera se
contrae en lo particular a las personas, sino al pueblo en general. Y tome nota
desde hoy el Profesor Villa, que la cultura de los pueblos no se hace
únicamente con los científicos de las letras; eso fuera lo mismo que hacer la
historia militar de los pueblos solamente con los diplomados en los colegios de
armas; es una advertencia... nada más. Lo que nos proponemos en el presente
artículo es hacer al profesor Villa la siguiente recomendación: que tenga
cuidado para escribir. Y que tenga cuidado porque inicia su artículo con estas
palabras: “Mi pluma... ya veterana en lides periodísticas yacía enmohecida y
olvidada....”. Aparte de que sospechamos que ni Don Nemesio García Naranjo, ni
Don Luis Cabrera expresarían algo igual o parecido, de todos modos estamos
seguros que necesita sacudirla un poco más para que se le caiga bien el polvo
que opaca su brillo, ya que no se ve bien que diga que la obra lleva
imperdonables erratas. Hay que tomar en cuenta que son más de 600 páginas, por
lo que es perfectamente admisible que se haya colado uno que otro error que,
hay que ser justos, no perjudican su mérito ni su presentación. Además no hay
que ser tan exigentes con la gramática, pues si esas cosas son las sopas que se
van a servir, debemos principiar por aducir, como punto de partida, que el
brevísimo escrito del Profesor Villa adolece de faltas o errores... y graves.
Como referencia, hay que convenir en que diatriva no se escribe con “v” de vaca
sino con “b” de burro. Y no se crea que es un error de imprenta sino de original
y repetido. Anotamos esta anomalía para que le sirva al Profesor Villa de
lección y ya que se trata de exigencias culturales o gramaticales, aconsejarle
que limpie más su pluma veterana, pues el hecho de provenir de un historiador y
escritor de larga ejecutoria, puede hacer creer a los lectores que dicha
palabra tiene entrada en los diccionarios, cosa que no lo es, y por
consiguiente, quien la escriba pone en duda sus capacidades gramaticales. Por
eso le recomendamos al profesor Villa con fe de buenos amigos, que tenga más
cuidado en escribir.
EN DEFENSA DE LA CULTURA SONORENSE
(Primer Artículo, Por Eduardo W. Villa)
En mi artículo inicial donde externaba mi propósito de
comentar y criticar la obra que bajo el título de Antología de Poetas Sonorenses”
circula ya en Bibliotecas, Oficinas Gubernamentales, y se vende en Librerías al
módico precio de $20.00 pesos, cuyo autor es el señor Don Pedro Segovia Rochín,
dije, sin probarlo, que dicho título es ostentoso y habré de exagerar hoy,
inadecuado para el contenido que encierra. ENTREMOS EN MATERIA: Se impone la
pregunta desde luego: “qué es, qué significa Antología?. La etimología de esta
palabra nos viene del griego “anthos” = flor y “legein”=coger. Esta palabra
griega tradicida en su sentido llano significa “la quinta esencia”, “lo mejor
de lo mejor”. Tenemos entonces que “Antología de Poetas Sonorenses” significa
lo mejor de lo mejor o la quinta esencia de lo que hayan escrito los poetas de
Sonora. PERMÍTASEME UN PREÁMBULO. Antes de demostrar a los amables lectores que
no es la obra del señor Don Pedro Segovia Rochín una Antología sino una
colección de versos o rimas buenos y malos a granel de autores sonorenses,
deseo que veamos el proceso semántico de la palabra antología a través de las
edades. La primera Antología fue escrita en griego a fines del Siglo II antes
de la Era Cristiana
con rimas de los principales poetas incluyendo las del autor que fue Meleagro,
a su vez poeta distinguido e incluyó algunas de sus producciones eróticas.
Durante los primeros siglos después de JC, se escribieron antologías que por
diversos motivos quedaron dispersas unas y otras perdidas. Empero, en el Siglo
X se escribió “Antología Inédita Codices Palatini” reproduciendo gran parte de
las que se habían considerado perdidas o extraviadas y contenía cerca de mil
versos. En el siglo XVI, y siguientes, se escribieron antologías por diversos
autores, pero una de las más celebradas fue la que presentó Pedro Burman y no
llegó a imprimirse hasta el año de 1759, “Antología Latina”. Es fácil
comprender porqué era en Latin, si tenemos en cuenta que en aquellos siglos fue
el latín como idioma oficial para los escritos de alcurnia, poesías, sermones,
oraciones fúnebres, como pasó aquí en México que un sonorense distinguido, Don
José Rafael Campoy, alamense, pronunciara el panegírico de Felipe V en este
idioma en una oración fúnebre que está considerada como una muestra de pureza y
elocuencia. En los últimos dos siglos, pero especialmente en el próximo pasado,
Siglo XIX, han salido innumerables antologías en casi todos los idiomas sin
excluir los orientales, pero muy especialmente en francés, inglés, alemán,
italiano, sueco, etcétera, y para no ser difuso cito unos cuantos ejemplos:
“Anthologie des Poetes Francais du XIX Siecle” publicada por Michellis en París
en 1888; “The Oxford Book of English Verse”, (1250-1900),por Quiller Couch
(Siete Siglos de Poesías Inglesa); “Antología de Poetas Histpano-Americanos”
por Marcelino Menéndez y Pelayo, publicada en Madrid en 1895, mismo que publicó
“Antología de Poetas Líricos Españoles”. En Italia “Nova Antología della
Letteratura Italiana”, siendo su autor P. Moliniere y publicada en Turín en
1894. El celebrado autor alemán, Bern, publicó en 1902 “Die Senté Muse” en la
capital germana. En Suecia y Noruega han sido muy celebradas las obras “Norsk
Lyrik” y “Nutido Lyrik” que ser conocen desde 1882. Sin embargo, en castellano
no se dieron a conocer bajo el nombre de antologías las exposiciones o
compilaciones poéticas sino que les llamaron en la Edad Media y
Renacimiento, Romanceros y Coronas Poéticas o Florilegios, y la palabra
antología no se usó hasta la Época Moderna y Contemporánea.
ARTÍCULO SEGUNDO:
TERMINO CON EL PROEMIO. Como se asienta en el artículo
precedente, en el idioma castellano no se usó la palabra antología sino ya
entrada la Época Moderna y Contemporánea. En el Siglo XVI se imprimió en
Valencia, España: “Romances”, compilación de Juan de Timoneda que versaba sobre
temas amorosos, asuntos históricos de la Iberia, de Roma y de Troya. Pero no fue sino
hasta en los albores del Siglo XIX cuando sorprendió gratamente al público
lector del habla castellana una obra de enorme trascendencia sobre la antología
de sus más destacados poetas a través de los tiempos, bajo el modesto nombre de
“Romancero General de Durán”.
ANTOLOGÍA DE POETAS SONORENSES vs CULTURA
Al fijar nuestros ojos ávidos en “Antología de Poetas
Sonorenses”, del señor Don Pedro Segovia Rochín, que acaba de ver la luz
pública, al recorrer sus numerosas páginas hubiésemos deseado exclamar como
Marcelino Menéndez y Pelayo, cuando comentó el “Romancero General de Durán” a
que aludo en párrafo anterior: “... monumento de una vida consagrada a recoger
y congregar las reliquias del alma poética de su raza”.... “una de esas obras para las cuales solo la
gratitud de un pueblo puede ser digna recompensa”... Nosotros por el contrario,
sin la loca pretensión de compararnos al genial y celebrado escritor Menéndez y
Pelayo, al recorrer “Antología de Poetas Sonorenses”, pletórica de erratas imperdonables,
atiborrada de malos versos –salvo las excepciones-, sólo podremos repetir lo
que la exquisita y emocional Rosario Sansores dijo de los ensartadores de
consonantes, no poetas, cuando ocupan las planas de la diaria prensa: ¡cuántos
versos sin alma!/¡Cuántas palabras vanas!/ Invadiendo las planas/ de diarios y
revistas!... Cuando los miro pienso: No hay aquí el grito intenso/ Con que
desborda el corazón sus cuitas... etc., etc.
Los Romanceros, los Florilegios, Las Coronas Poéticas, las
Coronas Fúnebres, estuvieron en boga durante el siglo pasado. En Francia, para
darle mayor realce al festejo de los esponsales de Napoleón III con María
Eugenia de Montijo, se recitó una
“Corona Poética” que fue muy celebrada. En Sonora, uno de sus hijos ilustres,
el atildado escritor y orador parlamentario
Don Ismael Quiroga, escribió: “Corona Fúnebre”, para exaltar los méritos
de la vida ciudadana y pública del héroe de la Reforma y del Segundo
Imperio en nuestra Entidad, el General Don Ignacio Pesqueira, muerto en Bacanuchi
el 4 de Enero de 1886. Y todavía en 1892 con motivo del Cuarto Centenario del
descubrimiento de América se publicó en Génova, patria del inmortal navegante
Serto Poético Alla Memoria Sello Ecoprittore D’América”. MI CRÍTICA, MI
COMENTARIO. En el artículo siguiente empezaremos los comentarios y crítica de
los principales poetas que aparecen en la llamada Antología de Poetas
Sonorenses, y a quienes afea el compilador, haciéndonos recordar la celebrada
frase del griego inmortal: “Lo que no puedas hermosear, no lo toques”. NO HAY
DISCULPA. Es cierto que uno de los más grandes escritores mexicanos de todas
las épocas, cuyos artículos son leídos con entusiasmo y avidez, Nemesio García
Naranjo, ha dicho: “Ningún pueblo se inicia en la cultura con obras definitivas perfectas”. Pero esto no disculpa al señor
Pedro Segovia Rochín y al Mecenas que lo condujo hasta el premio de su
pretendida Antología, por haber hecho una triste exhibición de la retardataria
cultura literaria en que parecen hallarse las bellas letras en nuestro medio
intelectual sonorense. Hermosillo Sonora, Noviembre de 1950.
ARTÍCULO TERCERO
COMO SE ESCRIBE UNA ANTOLOGÍA. Por lo expuesto en el
artículo precedente podremos darnos cabal idea de que quien acometa la difícil,
erudita, a la par que noble tarea de formar un antología, habrá de cumplir
dignamente con su finalidad, expurgando de rimas composiciones poéticas que no
satisfagan la exigencia de ser “la quinta esencia”, “lo mejor de lo mejor”,
pues tal es el significado y meta final de toda antología o en otro caso, será
simplemente una colección de versos buenos y malos como acontece en la
pomposamente llamada “Antología de Poetas Sonorenses”, del señor Don Pedro
Rochín. PARA MUESTRA BASTA UN BOTÓN. Uno de los poetas más admirados cuya fama
rebasó las fronteras de nuestra patria fue Juan de Dios Peza, comprobándolo el
hecho de estar traducidas en varios idiomas sus “Cantos del Hogar” y otras que
son leídas con deleite. Sin embargo, al formar la Antología de Poetas
Mexicanos, se excluyen sus “Ensayos Poéticos” que adolecen de censurables
defectos y fueron publicados en 1886. EXISTEN OTROS POEMAS INCORRECTOS. En unas
crónicas “El Viejo Guaymas” que el atildado Don Alfonso Iberri ha estado
publicando en ACCION de Nogales que dirige el periodista J. Pomposo Salazar, en
el número correspondiente al 5 de Septiembre de 1950 reproduce unos versos de
Juan de Dios Peza publicados en el puerto sonorense en 1888, dejados a la
damita Margarita Quijano, hermana del señor Alejandro Quijano (Lic), propietario
del prestigiado diario capitalino NOVEDADES, versos que nuestro erudito
califica de “ripiosos” y con sobrada razón. Al leerlos se descubren repetidas
faltas a la métrica y el tema es intrascendente. LA POESÍA DE ENRIQUE
QUIJADA. Enrique Quijada, como Juan de Dios Peza, escribió versos en sus
ensayos líricos de juventud que no pueden figurar en una antología propiamente
dicha. Sin embargo, y esto es lo de menos, en la llamada Antología de Poetas
Sonorenses, aparece su disertación poética que dirigió “A sus Niñas”, en una
distribución de premios verificada en Ures en 1886. En una Antología deberá
quedar supresos los primeros ocho versos que carecen de la coherente calidad de
su estilo que se caracteriza como suave, profundo y elegante. En mi obra de
Galería de Sonorenses Ilustres donde estudio este personaje en su cuádruple
carácter de tribuno, pedagogo, periodista y poeta, solo por referirme a sus
actividades pedagógicas publico la composición poética a que aludo “A las
Niñas” en una distribución de premios suprimiendo de motu propio (sin ser
antología), el trozo que el señor Segovia Rochín presenta en su bosbática obra.
Peor aún hay más: si el señor Francisco C. Medina, poeta sonorense, no ocurre
misericordiosamente a última hora para
revisar las pruebas, se publica un soneto de este autor sonorense –in memoriam-
escrito en la sentida muerte de Don Ismael Quiroga; trunco, esto es, con dos
cuartetos y un terceto, y entonces, se
dirigió a personas de la antigua capital sonorense para publicarlo completo. No
recordó el señor Medina que este Soneto aparece en la Biografía confeccionada
por el que esto escribe en Galería de Sonorenses Ilustres. DEBERÍAN DARSE A
CONOCER OTRAS POESÍAS DEL REPUTADO BARDO SONORENSE ENRIQUE QUIJADA. Con errores
de métrica publica las rimas muy conocidas ya como Para Ti y Para Mi, A Laura,
A Elisa Escalante, Mosaico y A las Niñas de la Décima Clase en una
Distribución de Premios, y deberían figurar en una Antología otras muchas que
no son conocidas por la generalidad como “Yo Soy el Bardo de los Pesares”,
Desideratum”, “Por eso”, “En el Campo”, “A Matilde”, “A ti Marina”, “¿Porqué?,
y otras no menos bellas. EL AUTOR DE LA LLAMADA ANTOLOGÍA
DE POETAS SONORENSES ESCAPA LAS POESÍAS DE CARLOS QUIJADA Y DE SU HERMANA
CONCEPCIÓN QUIJADA. Carlos Quijada, hermano de Enrique, fue también poeta y
prosista, sus composiciones literarias salieron a la luz pública en “El Eco de
Arizpe”, “El Eco del Valle” y “El Central”, los dos últimos se publicaban en
Ures y el primero en Arizpe. Entre las composiciones más felices de este bardo
sonorense se encuentra el In Memoriam compuesto con motivo del sensible
fallecimiento del General Don Jesús García Morales acaecido en Arizpe el 18 de
mayo de 1883. Concepción Quijada, hermana de estos vates regionales también escribió
varias rimas hermosas, a una de esas se le hizo arreglo de música.
CUARTO ARTÍCULO
Basta con lo expuesto en los tres artículos precedentes para
que literatos e iliteratos convengan en lo dicho desde mi primera objeción a la
llamada “Antología de Poetas Sonorenses”, del señor Don Pedro Segovia Rochín:
el trabajo no es una Antología. EL NOMBRE PROPIO. El nombre propio a la
objetada Antología podría ser: “Trozos de Poetas y Versificadores Sonorenses”,
o bien, “Un Ensayo de Colección Poética de Autores Sonorenses”, y otro título
similar, pero nunca, nunca, ostentando con lujo de profanación a las bellas
letras el nombre de Antología. OTRAS OBJECIONES: Antes de proseguir en la noble
tarea de defender la estrujada cultura sonorense y evitarnos críticas de otros
Estados hermanos, como Sinaloa, donde, aunque nos duela, las bellas letras han
florecido con más esplendor que en nuestro querido terruño, quiero ocuparme del
prólogo de Don Jesús C. Romero. UN CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE
MÉXICO, UN HOMBRE DE CIENCIA, UN HOMBRE BONDADOSO. El Dr. Romero ha
especializado en Música, en Historia de los mejores músicos mexicanos, y
actualmente está publicando una Galería de Músicos Poblanos en la prestigiada
revista “Bohemia Poblana”, órgano mensual
que es honra de las Letras Mexicanas y sale a la luz en Puebla de
Zaragoza. Ante todo debía haber aclarado que el Dr. Don Jesús C. Romero ha sido
grande y desinteresado amigo del que esto escribe, como lo prueba el hecho de
que en una de sus estimadas misivas, me expresó el deseo de que cuando el
Congreso Mexicano de Historia en su IX Reunión tuviera su sede en Hermosillo,
propugnaría él porque en mi propio lar fuera condecorado en acto público por mi
labor pro cultura histórica desarrollada en más de 15 años. PERO... Pero al
estar en Sonora el bondadoso Doctor en Ciencias Don Jesús, se percató de que la
sopa de letras que aquí se sirve no debe contener más que tres, muy conocidas.
Y con esto queda dicho todo. NO DIVAGUEMOS. El Dr. Romero accedió a escribir el
Prólogo indudablemente sin examinar detenidamente el contenido, sin reparar en
el nombre que se le aplicaba, sin fijarse tampoco que había –aunque después por
objeciones se excluyeron-, poetas de otras entidades como Alfonso Guerra,
Isidro Castañeda, etcétera, etcétera, y sobre todo, a mi juicio, por ignorar los antecedentes y
aptitudes literarias del que aparece como compilador, Don Pedro Segovia Rochín,
que son nulas. Pero el mecenas de Segovia Rochín, quien se empeñó hasta conducirlo
al premio que otorga el Departamento de Organización Social y Cultural, tenía
un ascendiente enorme ante el prologuista. Y LA HISTORIA SE REPITE.
Hay cosas que no pueden objetarse aunque no agraden, y tal cosa pasó al sabio
mexicano Don José Fernando Ramírez, un liberal moderado que objetaba el
establecimiento de una Monarquía en México según refiere don Hilarión Frías y
Soto, autor de “Juárez Glorificado”, pero uno de los más vivos deseos del
Archiduque era atraerse algunas lumbreras de aquella época, y este demócrata
por excelencia, objetó sin que valieran ruegos, halagos, promesas; todo, todo
se había estrellado ante el viejo patricio. Pero un día se vio arrastrado al
Gabinete Imperial donde lo recibió el Emperador. La conferencia fue larga;
razones de alta conveniencia política, de patriotismo, todo fue inútil y no
quiso quebrantar su firme propósito de ser fiel a la causa republicana. Y en
esos instantes de la conferencia, se descorrió la cortina que cerraba la puerta del Gabinete y conducía
a las piezas interiores. Apareció Carlota. Avanza lentamente con el aire
ceremonioso de la soberana, y acercándose a los dos interlocutores, a la vez
que le tendía la mano a Ramírez, le dijo con voz suave y armoniosa: “Todo lo he
oído. Al negaros a servir a nuestro país, ayudando a la grandiosa obra del
Emperador, no demuestra mucho patriotismo. Pero lo que no habéis cedido en el
debate, lo cederéis a una mujer que os suplica, y yo, la Emperatriz, os ruego que ingreséis al Gabinete, pues no
creo que temáis seguir nuestra buena o mala suerte”. Entonces Don José Fernando
Ramírez, inclinando aquella cabeza nutrida en el estudio, no pudo resistir
aquel ataque e ingresó al Gabinete Imperial como Ministro de Relaciones. LARGA
DIGRESIÓN. Esta larga digresión la hice para demostrar que mi buen amigo, el Dr.
Don Jesús C. Romero no pudo excusarse en escribir el Prólogo, a pesar de ser el
señor Pedro Segovia Rochín un hombre cuyas aptitudes en el campo de las letras
e intelecto desconocía, pero todo fue fácil por la intervención del Mecenas
quien ayuno de escrúpulos, comprometió el buen nombre de la intelectualidad
sonorense.
QUINTO ARTÍCULO
En el artículo que corresponde al número 3 de esta serie que
he venido escribiendo con pruebas más que con palabras, acerca de la Antología de Poetas
Sonorenses de Don Pedro Segovia Rochín, me refería al poeta consagrado por la
opinión pública Enrique Quijada, más no demostré los errores del corto número
de poemas que se dan a conocer, excepto In Memorian del cual dije que si el
poeta Francisco C. Medina no ocurre misericordiosamente en auxilio, se publica
trunco, esto es, con dos cuartetos y un terceto, lo que hubiera significado
pues, que el vate de la
Olvidada Atenas no conocía ni los indispensables elementos de
la literatura preceptiva. LAS ERRATAS:
En la página 65 y 66 de Antología de Poetas Sonorenses que comentamos y
criticamos, no por nuestra erudición sino por nuestra experiencia en un cuarto
de siglo de estudiar la poesía sonorense, aparece “A las Niñas” de la Décima Clase en la Distribución de
Premios del Colegio para Niñas de Ures. En este canto se omiten los ocho
últimos versos que hacen el complemento de lo que quiso expresar el laureado
poeta, y en cambio, se publica la primera octava que en una antología debería
quedar supresa, porque es una versificación pobre, casi inexpresiva. Además
trae una errata en la palabra “ojos” que debe decir “padres”. En el poema “A
Laura” falta un terceto que es muy importante porque supreso deja al lector
pensando que se le fue la idea al poeta. Este poema en laparte que señalo, como
podrá verse en la página 64 dice. “....¡Ay! los crueles desengaños/ de la vida
en pocos años/ mi cabeza.... Y al buscar en lontananza/ el color de una
esperanza/ que perdiera...”, etc. ... Debería decir: “¡Ay! Los crueles
desengaños/ de la vida en pocos años/ mi cabeza.... Ya de blanco la tiñeron/ y
de espinas la cubrieron/ y tristeza”... En el poema “A Elisa Escalante”, se
cambian lamentablemente dos palabras: (Véase página 61): “A tus acentos, en
lontananza/ Vi yo destellos en el salir”. Debería decir: “A tus acentos en
lontananza/ Vi yo destellos en el zafir”. Y en otra parte dice: “Por eso quiero
cándida rosa/ que nunca llegues a padecer/ Aquí en la vida siempre dichosa/ Tu
no conoces sino el placer”. Debería decir: “Por eso quiero cándida rosa/ que
nunca llegues a padecer/ Aquí en la vida siempre dichosa/ Tu no conozcas sino
el placer”. En la prosa “Mosaico” La Golondrina, dice: “Huye al desierto, había dicho
la hermosa blanca, y Aben-Hamet/ obedeciendo aquel acento vio desaparecer/ para
siempre los minerales de Granada”. Debería decir: “Huye al desierto, había
dicho la hermosa blanca y Aben-Hamet/ obedeciendo aquel acento vio desaparecer/
para siempre los minaretes de Granada”. En la última composición de este pobre
bardo de ática pluma que aparece en la página 68 dice en el final: “¡Estamos
separados!... Así quiso/ Ingrato mi destino y mala estrella/ ¡Allá fulgura una
esperanza bella/ que se alza para ti!/ Y aquí se mira oscura fosa guardada para
mí”. Debería decir: “¡Estamos separados!... Así lo quiso/ Ingrato mi destino;
así mi torva estrella/ ¡Allá fulgura una esperanza bella!/ que se alza para
ti!/ Y aquí se mira abierta oscura fosa/ que me aguarda a mí!.
ARTÍCULO SEXTO
Diciembre 01 de 1950
En el artículo anterior analicé la destrozada literatura
poética del Bardos de los Pesares, como se llamaba a sí mismo, Don Enrique
Quijada. Enseguida expongo lo que corresponde al laureado Alfonso Iberri, vate
de fama internacional e hijo del Puerto de Guaymas. En su poesía “Así Habló el Paje” se mutilan
horrorosamente la segunda y la tercera estrofas. En la conocida poesía
“Humanidad” que desde luengos años ha aparecido en diarios y revistas, y hasta
en el libre de Lecturas Escogidas para los alumnos de las escuelas Primarias,
Superiores, Especiales, “Juventud” de Miguel López Heredia, se tuvo a bien
cambiar la palabra “clamó” por “exclamó”, haciendo cojear el verso que debería
decir: “Señor –clamó-, los hombres/ combaten como fieras, etc.”. En el popular
poema “Los Húngaros”, recitado por declamadores profesionales y aficionados, se
mutila también escandalosamente la primera estrofa, suprimiendo este verso “con
sus melenas lacias”. Hay mutilaciones en las composiciones de Saturnino Campoy,
Facundo Bernal a quien le convirtieron un quinteto en cuarteto, en las del
elegante versificador Luis Carmelo e Ignacio F. Pesqueira no escapa en el
título de una de sus composiciones “La Danzarina Color de
Nieve”. Los de Manuelita Márquez vienen también cojos en su mayoría, pero no
tengo a la mano su libro “Laurea” para consultarlo el cual publicó en 1899 con
prólogo del historiador Francisco T. Dávila. Si hiciéramos un recorrido por los
poetas que por veintenas aparecen en la pomposamente llamada Antología de los
Poetas Sonorenses”, del señor Don Pedro Segovia Rochín, nos sería menester no
menos de una año para comentarlos y, así como nuestra promesa fueron seis
artículos, no quiero abusar de la bondad de los que tengan interés en estas
disertaciones. ESCOGEMOS OTRO TEMA. Enseguida del Prólogo del señor Dr. Jesús
C. Romero, aparece en las páginas 15 y 16 unas versificaciones de Manuel Soto y
Gral. Ignacio Pesqueira, Héroe de la
Reforma y el Segundo Imperio en Sonora, y bien pudiera
creerse que el ínclito caudillo era poeta o aficionado a las bellas letras por
el poema que se da a conocer de él. No arguyo que no lo sea. Pero nadie que yo
sepa hasta ahora ha practicado tanta investigación acerca de la vida del
patricio en su vida pública y privada, como el autor de estas líneas, y estoy
inclinado a creer, salvo que se me demuestre lo contrario, que no existe
ninguna otra versificación del resumen del prócer de que me ocupo. Sin embargo,
se sorprenderán los lectores de que sí fue afecto al divino arte de Rafael, y
produjo de su palota y pinceles de artista óleos bien logrados. Su nieta,
señorita Angelina Pesqueira (Hoy señora de Carrillo, residente en Arizpe), tuvo
la amabilidad de facilitarme para ser presentado en una exhibición un magnífico
óleo de San Rafael Arcángel que agradecido devolvía a tan generosa persona.
PODRÍA SER EL TURNO DE OBREGÓN. Si se tratara de exaltar méritos en el arte
poético de algún prócer militar, ahora era tiempo para exhibir las poesías de
Alvaro Obregón. El poema “Fuegos Fatuos” está considerado aún dentro de los
académicos como un poema filosófico y bien hilvanado. No hace mucho que recibí
una carta del señor Jesús Romero Flores (no confudirlo con Don Jesús C.
Romero), historiador michoacano, autor de varias obras y colaborador de El
Nacional, urgiéndome envío de “Fuegos Fatuos”.
De la página 19
a la 24 de Antología de Poetas Sonorenses aparece una
poesía de Don Crispín de S. Palomares, egregio general republicano quien por su
talento e inspiración se hacía acreedor
a mayor espacio donde pudieran conocerse los diferentes géneros de poesía que
cultivó. Fundador del Club “Independencia, Libertad o Muerte” en 1863 durante la Intervención de
Francia, es un tipo de singular atractivo. Es de lamentarse que otros muchos
versificadores de momento que como Zenaida, se hallan a 400 kilómetros del
Parnaso, les hayan prohijado sus arranques líricos con prodigalidad, de donde
vino que materialmente se atiborraran las páginas de malos versos. Admirador
sincero del General Pesqueira, publicó un poema escrito en el español de los
tiempos del Cid Campeador que demuestra su sólida cultura e ingenio poético: Al
General Pesqueira: A vos el eximperante/ el valiente lidiador/ el que en esta
tierra nuesa/ es nueso Cid Campeador/ Os saluda un Caballero/ que en las lides
que lidió/ si non era allí el primero/ es porque lo erades vos/ E os fabla que
en la Sonora/
que en nuesa tierra natal/ os sirvió bien y que agora/ sois siempre su general/
E si oviese malandrines/ e follones aquí asaz/ que a nuesa rica Sonora/ nos la
vengan a osorpar/ Entonce el bravo caudillo/ que venciera en Mazatlán/ deje su
mujer e fijos/ para venir a lidear/ defendiendo otra vegada/ nuesa amada
libertad; Hermosillo, abril 10 de 1881. De la página 25 a la 30 vienen dos
composiciones que no son las mejores de Don Lucas Pico y nos dice la Antología que nació en
Arizpe en 1843 y murió en 1899. Por regla general en las antologías verdaderas
vienen los rasgos biográficos más sobresalientes de los bardos que se dan a
conocer. Aunque aquí sólo nos dice equivocadamente sus fechas de nacimiento y muerte,
y, aunque propiamente no podría ser catalogado entre los poetas sonorenses, fue
una persona quien supo cultivarse en aquel olvidado ringón de la antigua
capital de las Provincias Unidas de Sonora y Sinaloa: Arizpe. De ilustre
prosapia, Don Lucas nació en el año de 1863 siendo hijo de Don Tomás G. Pico y
Doña María de los Angeles García, descendiente de Don Lucas Pico, el Vocal más
antiguo de la
Junta Departamental y Gobernador del Departamento de Sonora.
En sus arrestos juveniles escribió muchas composiciones poéticas que vieron la
luz en El ECO DE ARIZPE en 1887, 1888 y 1889, como “La Vida del Hombre”, A Lola”,
“En la Muerte
de Don Sebastián Lerdo de Tejada”, un Soneto quizá de sus lucubraciones mejor
hilvanadas: La Patria
con crespones enlutada/ llora tu muerte, insigne ciudadano/ porque fuiste titán
republicano/ que diste glorias a tu patria amada/ Tu Historia a la de Juárez
enlazada/ será la luz que al pueblo mexicano/ guié en la senda del progreso
humano/ con libres creencias y conciencia honrada/ Moriste....sí, llorando de
ostracismo/ pero al fin fue más grande tu victoria/ al pasar yerto el Bravo sin
abismo.../ Siempre pues, si evocamos tu memoria/ emulando tu ardiente
patriotismo/ será México Patria de la
Gloria/ Arizpe, mayo 18 de 1889. Don Lucas Pico falleció
trágicamente en su ciudad natal al penetrar tropas de los bandos
Maytorenistas-Callistas en 1915. Lo alcanzó una bala explosiva privándolo de la
vida.
No era mi intención proseguir en la exhibición de la miseria
que –como el borrico de la fábula- presenta “Antología de Poetas Sonorenses”
del señor Don Pedro Segovia Rochín, ataviada de un ropaje deslumbrador; pero no
pude resistir sin hacer referencia a las poesías del yaqui Ambrosio Castro
Buitimea que aparecen en las páginas
233, 234, 235 y 236. UNO DE LOS MAYORES DISLATES. Si se tratara de dar a
conocer el folklore sonorense donde se expusieran nuestras canciones
vernáculas, corridos regionales, etcétera, incluyendo las poesías de Ambrosio
Castro Buitimea, pase. También sus versificaciones pueden aparecer –como de
hecho han aparecido ya- en obras como la de Alfonso Fabila, publicada hace
pocos años : “Las Tribus Yaquis de Sonora”. Pero en una obra que ostenta en
nombre de Antología, no es perdonable semejante aberración a menos que esté escrita
por un ignorante. SIN EMBARGO , EL NUMEN DE LA RAZA YAQUI PUEDE TENER
UN LUGAR EN UNA ANTOLOGÍA. Si se desea que figure esa raza hosca y bravía en
una antología de verdad, tendría que publicar el hallazgo inapreciable del
Padre Beltrán, un evangelizador de los poblados ribereños de los ríos gemelos
el Yaqui y el Mayo, durante los años de 1896 y 1897. El inspirado númen de un
autor indio produjo un poema bucólico tan hermoso, tan sentido y conmovedor,
que ese misionero –según refiere él mismo-, lo leyó con intensa e inefable
emoción. Ese poema se inspiró en las maravillas de la Creación; ese poema
bucólico cual una cascada de preciosas perlas canta a la Naturaleza; a esa
fuerza misteriosa que todo lo gobierna, impulsando y haciendo girar los soles,
desatando los huracanes, lanzando el rayo y poblando de flores y de pájaros las
campiñas. DIGNO REMEDO. Fue la producción poética de ese serrano del Bacatete
un digno remedo a nuestros bucólicos nacionales Ilustrísimos señores Don
Joaquín Arcadio Pagaza, “Clearco Meoneo”, e Ignacio Montes de Oca “Ipandro
Acaico”, o el incomparable cantor a la naturaleza Manuel José Othón. SE DIO A
CONOCER EN LA PRENSA DE
LA CAPITAL. El
padre Beltrán publicó en la prensa capitalina ese canto bucólico a que me estoy
refiriendo en el idioma cahíta y a continuación la traducción castiza del
mismo. IMPERDONABLE DESCUIDO. El autor de esta serie de artículos “En Defensa
de la Cultura
Sonorense” tuvo oportunidad de sacar una copia de dicha
poesía en la
Hemeroteca Nacional en 1937, extraviándola poco después. De
regreso en Sonora, por el año de 1943 o 44, hice un esfuerzo por obtenerla
nuevamente pero sin éxito, suplicando al estudiante de medicina sonorense Ramón
Angel Amante, hoy profesionista en Hermosillo, me hiciera favor de copiarlo
enviándomelo. BAJO EL DESLUMBRADOR ROPAJE EN QUE SE PRESENTA “ANTOLOGÍA DE
POESTAS SONORENSES” NO TODO ES PÚSTULA. En las páginas de la compilación no era
posible que algo bueno no se descubriera, y para cerrar esta larga serie de
obligados comentarios en defensa de la cultura literaria sonorense, felicito
con sinceridad y entusiasmo –por si algo valen mis parabienes- a la poetisa y
distinguida señorita Luz Aguilar Aguila por sus nueve selectos poemas que
llevan cadencia, filosofía y corrección en la forma. Solo contando con
producciones como esas podrán sacarse las bellas letras en Sonora de la
postración en que yacen. PUNTO FINAL. Doy las más expresivas gracias a la
prensa de mi Estado que prohijó mis artículos y lo hago igualmente a los
suscriptores y público en general, y sólo me resta dar a conocer una carta de
uno de los miembros que integraron el Jurado Calificador para dictaminar sobre
la obra de que me he venido ocupando, y que me hizo volver a las columnas del
Cuarto Poder en defensa de la cultura literaria sonorense. Hermosillo Sonora, a
4 de diciembre de 1950.
ANTOLOGÍA DE POETAS SONORENSES
Referencia al Artículo Inicial del Profesor Villa
Por Alfonso R. López
En su artículo del día 29 de noviembre, dice el profesor
Villa que al criticar la “Antología de Poetas Sonorenses” lo guía sólo el
“laudable” fin de “el buen nombre de Sonora”. En otra parte agrega que “la
exposición lógica”... al comentar la obra, quedará como una “defensa perenne,
patriótica y palmaria de la intelectualidad sonorense”. Esto de la
“intelectualidad sonorense” lo repite con frecuencia cuand dice: “Es preciso
que en bien de la intelectualidad sonorense”, y cuando insiste: “exhibiría
lamentablemente a la intelectualidad sonorense”. Desde luego que hago la
aclaración de que se refiere a la obra. Como se ve, el artículo de marras es un
menjurje condimentado con “el bien de Sonora”... y de la “intelectualidad
sonorense”. Pero entendemos, por lógica deducción, que el Profesor Villa se
refiere y solamente tiene ojos para ver intelectuales científicos, “in
mente”... de celofán... y nada más. Lo cual tiene un sabor demagógico y
sectarista por añadidura. Es el complemento obligado. Por el bien de Sonora
trabaja el que rinde aprovechamientos a la comunidad, aprovechamientos
tangibles y en cualquier sentido de la vida, sea en el taller o en el surco, en
la oficina o en el laboratorio; por el bien de Sonora trabaja el intelectual
que se esfuerza por fomentar el conocimiento de las letras y el periodista (tómese nota), que pone su
pluma al servicio de la sociedad; por el bien de Sonora trabaja el que lo mismo
ataca lacras sociales o políticas que el qu enaltece las buenas obras; en fin,
el que verdaderamente se interese por Sonora debe crear algo provechoso para el
Estado. En este sentido el profesor Villa, con su crítica, no produce
dividendos para el progreso, ¿o cuáles son en concreto?. Porque su labor es
disolvente, entendámoslo bien, tiende a dividir, y quien fomenta la discordia
montado en el carro separatista, siembra cizañas, recelos, discriminaciones.
Quine así se porta, que nunca diga que trabaja por el “bien de Sonora”. Hay que
sospechar que otros son los motivos que inspiran su participación en la vida
pública. Es penoso llegar a esta conclusión pero es necesario. ¿A qué
intelectualidad se refiere el profesor villa y qué alcance social le da a esta
palabra? ¿Pretende crear una intelectualidad que no existe, en pugna con la
corriente popular del pensamiento?. Quisiéramos que nos lo definiera con
claridad. Porque yo creo que en Sonora no hay ni se perfilan aristócratas de
las letras que aspiren al privilegio de solamente ellos, los guapos del estilo,
apropiarse del acceso a los libros. Tengo la segurida de que no hay n i se
proyecta la casta noble de la literatura, que a manera de reaccionarios de los
moldes se avergüencen de los sentimientos de su pueblo ni de la forma empírica
en que los manifiestan. Nuestra cultura
es estrictamente popular, y prueba de ello es que ni siquiera encontramos a los
profesionales de la literatura. Nuestros productores han surgido de las masas y
han ascendido animados por el estímulo que han recogido del caudal de
sentimientos populares. Esta vinculación con el alma que palpita en el corazón
de la comunidad, los mantiene estrechamente unidos con los deseos, con los
anhelos, con las aspiraciones de ese pueblo que los identifica siempre como sus
portavoces. Entonces ¿A qué intelectuales defiende si los que hay, y muchos y
buenos, están íntimamente ligados con la
vibración sustancial de los sentimientos colectivos, tanto en su manifestación
empírica como en la fuerza evocativa de su espiritualidad? Que no trate el
profesor Villa de meter una cuña en el aspecto unitario de la literatura
popular de Sonora. El aseguro que se esforzará en vano. Hacia ese fin enfocamos
nuestra atención al ir glosando cada uno de sus artículos. Y que los personajes
de “Antología” fruto de la meritoria compilación del señor Segovia Rochín,
tienen bien ganado su lugar en el libro; así como quel a calificación del
jurado que premió la obra está bien dado, todo ello lo comprobaremos. Y conste
que vamos a tomar como tipo para medir la calidad de la obra al más hosco de
los poetas que aparecen en ella: El Indio Buitimea. Pero esto lo haremos en el
siguiente artículo.
ARTÍCULO SEGUNDO
“La cultura no se defiende tratando de aplastar a los que se
esfuerzan por conseguir una posición en el mundo de las letras”.
El Indio Buitimea, parado en sus típicos huaraches, no
ofrece a través de sus “técnicamente” mal forjados versos, capaces de asustar a
un curro de la poesía, toda la reciedumbre, toda la bravura, todo el coraje,
toda la sentimentalidad de una tribu que honra a Sonora, y por el “bien de
Sonora”, debemos penetrar en el estudio de la espiritualidad, conocer a fondo
sus reacciones y sus ansias. Hay que darle su oportunidad para tal fin. Y
dársela sin que a ningún sonorense bien nacido se le ocurra que sea un
disparate que nos desprestigia el que Buitimea figure en una Antología
doméstica, cuando hasta el propio escudo de Sonora (y a mucha honra lo tenemos
e inclusive la tienen los intelectuales) está fincado en la tradicional figura
de la tribu como exponente de la más pura manifestación del espíritu sonorense,
como lo mejor de lo mejor de nuestro espíritu. ¿Hay quiénse espante o
avergüence de llo? ¿O es que por el hecho de ostentar nuestro signo
representativo a un indio bailando sus tradicionales danzas va a ser motivo
parar que se nos juzgue como “retrasados” o “bárbaros”. Estamos seguros de que
todos nuestros intelectuales, muy cultos por cierto, se sentirán orgullosos de
que sus nombres figuraran al lado de las “académicamente mal formadas” rimas
del indio Buitimea, versos sin métrica pero pletóricos de exquisita
espiritualidad y evocación... y en la poesía lírica hay muchos Buitimeas, pues
nuestro folklore, aunque sin los rectos trazos de la métrica, nos muestra el
coraje, la rebeldía, la religiosidad y todas las variantes que caracterizan a
nuestro pueblo ¿Cómo vamos en consecuencia a excluir del índice cultural a
nuestros poetas o cómo los vamos a subestimar si son la representación de la
esencia misma de la cultura doméstica? Y a estas alturas nos preguntamos: ¿Qué
cultura se está defendiendo si la que
hay está bien defendida por los sólidos principios enunciados? Ahora
bien, ¿Cómo es posible conocer y valorar a Sonora desconociendo o discriminando
al indio Buitimea y a todos los Buitimeas, únicamente para que no se “afeen”
las rebuscadas y perfumadas palabras de los poetas de levita? ¿Y cómo es
posible que esto lo quiera ignorar un historiador? Pero así son las cosas.
Estamos acostumbrados a pronunciar discursos muy bonitos frente a los símbolos
representativos del indigenismo, base inconmovible de la mexicanidad por
excelencia, exaltamos una a una sus virtudes, sentimos en un momento de ardor
patriótico que el propio Cuauhtémoc se nos mete en nuestro ser, pero... pasadas
las primeras fugaces explosiones de pasión tricolor nos retiramos de los
monumentos simbólicos y nos avergonzamos del indio que encontramos en la calle;
somos pusilánimes para reconocer la grandeza y la realidad que encierra, y si
se interpone a nuestro paso de pequeños reyezuelos, poco nos falta para
apartarlo de un puntapié con un gesto
grotesco que denuncia la furia de nuestro desprecio hacia él o con la
impasibilidad de la indiferencia demostrativa de que lo consideramos como un
cero a la izquierda de la cifra de la nacionalidad. Y si en la calle lo subestimamos en su
categoría de simple entidad viviente que se mueve como un transeúnte común y
corriente, ¿Vamos a permitirle que invada osadamente el templo de idea? ¿Qué
importa que sea pueblo genuino y que sufra, y qu exponga y que anhele? ¿Porqué
le hemos de reconocer el derecho de hacer versos y menos aceptarlo en una
antología “al mugroso” que no está cultivado en la rancia aristocracia del
“estilo” elegante de la rima? Disculpo al profesor Villa, pues está en el
derecho de apenarse de “los humildes” de las letras, a lanzarles el cargo
discriminatorio y aún a expresarse de ellos (salvo excepciones, como dice), al
igual que si fueran negros que entran a comer a una fonda de blancos en un
Estado esclavista de la
Unión Americana. Pero volvamos a los terrenos de la justicia.
Si el señor Segovia Rochín le dio entrada en su antología a los “indios de
huarache y palabra mocha”, no por eso va a disminuir la reputación de Don
Alfonso Iberri o la amplia y fina cultura de Don Saturnino Campoy, ni mucho
menos por eso desmerecerá el nombre de la obra. Precisamente porque es una
Antología figura en ella el indio... y
porque es una antología del pueblo y no exclusiva de catrines de cuello duro
que pomposamente quieran pasear su pretendida alcurnia, su genio, su
aristocracia y su elegancia poética en las cuartetas. No debe ignorar el
Profesor Villa que la calidad de la poesía se mide por la relación exacta que
existe entre los pensamientos sublimes que se desprenden del espíritu,
condición primaria, y los vehículos de
expresión, manifestación secundaria. Pitágoras decía a sus discípulos: “No
hagas sonar tus versos si no canta tu lira”. Se refería desde luego, a los
malos poetas, que lo mismo pueden ser malos con sus versos chuecos que con sus
cuartetas “técnicamente” pulidas. Lo primordial es “la lira”, el sentimiento,
la espiritualidad que se ponga en ellos. Poco importa como se expresen si sus
palabras irradian una fuerza en acción espiritual que proviene de la fuente del
sentimiento público. ¿Y quién duda que “la lira2 empírica sonorense no es
prolífica? De modo pues, que según lo dicho en artículos anteriores y el
presente, no se defiende ninguna cultura sino que se intenta “anarquizarla”,
confundirla, dividirla.. y vamos a otro punto. Dice el profesor Villa “mi
pluma, ya veterana en lides periodísticas, yacía enmohecida y olvidada...”.
Bien vemos que se empeña en exhibir su saber, su poder y su capacidad
proclamando una autosuficiencia con tendencia premeditada a establecer una
personalidad deslumbrante. ¿Con qué objeto? Vemos también que su dicho implica
un reconocimiento en el sentido de que se encontraba retirado del mundo
periodístico.. ¿Regresa por el bien de Sonora, como lo afirma en otra parte?
Bueno, la cosa parece hasta divertida. Si vuelve porque la cultura sonorense
está en peligro, lo más razonable es que conjure esa amenaza orientando,
aconsejando, instruyendo, con su experiencia, su saber, caudales que le
reconocemos, sin excedernos, en la justa superficie que abarcan. Pero no se
defiende la cultura tratando de aplastar a los que luchan por producir con
incontables esfuerzos para así conseguirse una posición en el mundo de las
letras. Más adelante, con sus mismas palabras, le seguiremos demostrando al
profesor Villa que ni es cultura del Estado lo que defiende ni a la
intelectualidad sonorense, o cuando menos que esta defensa es muy desventurada.
ARTÍCULO III
Propiamente el primer artículo de la serie que escribió el
profesor Villa para “defender la cultura sonorense” ¿a qué se reduce?¿Qué
expresa en concreto?¿Qué luces nos da sobre la defensa que anuncia de las
letras estatales? Contestaremos con una sola palabra: ninguna. Porque en
relación con el tema que centraliza nuestra atención, su artículo carece de
sustancia. Más bien, y esto seguramente lo ha comprendido el lector, parece
como si estuviera confeccionando para impresionar a base de una información que
trata de ser elegante con el fin de manifestar una erudición inflada que nadie
solicita. El profesor Villa nos merece el más amplio respeto, pero dentro de
los moldes de la prensa, es necesario localizar las poses de los protagonistas.
Así es la prensa porque... es la prensa. El artículo, pues, es insustancial,
hueco, insulso. Se aparta completamente del foco objetivo que perseguimos. Es
una curva demasiado larga que demuestra que el caminante va extraviado, sin
rumbo, tal vez buscando inútilmente la polar que lo oriente. Y esto sucede por
una razón de mucho peso; le faltan argumentos para criticar la Antología y para
condenar a quienes la llevaron al premio, inclusive al Departamento de Acción
Social y Cultural que jefatura con todo acierto la señora Doña Enriqueta de
Parodi. Aquí es oportuna una aclaración: ¿Quién le criticó al profesor Villa
las obras que ha publicado, como lo son su “Galería de Sonorenses Ilustres”, y
su “Historia de Sonora”, ¿Acaso cree que la opinión guardó silencio porque son
invulnerables? ¿O acaso que... ¿alguna fue premiada en el Concurso del Libro
(no se si las dos) por la sapiencia por que fueron escritas? De ninguna manera.
Tenemos motivos muy poderosos para suponer que se premió el esfuerzo que se
hizo para publicarlas, no el contenido. Si la opinión pública, y concretando
más, el mundo intelectual, no censuró tales obras, se debe indudablemente a una
generosa piedad, pero nunca a la perfección de esas publicaciones. Sospecho que
el profesor Villa ha confundido la tolerancia con otras cositas que ahora lo
hacen saltar para repudiar una obra, la “Antología de Poetas Sonorenses”,
superior en muchos aspectos a sus libros. Es lo cierto y no hay porqué
ocultarlo. Pero volviendo al asunto que nos ocupa. Respecto al “derroche” de
erudición que nos brinda y por lo que corresponde a nuestra parte, debo decirle
que nuestra sabiduría no alcanza para entender la dialéctica de los adornos
perfumados , ni mucho menos de los que provienen de consultas enciclopédicas.
Hecha esta aclaración, entremos a los comentarios de hoy. Y bien: ¿Qué tienen
que ver las Antologías que se publicaron dos siglos antes de la Era Cristiana, o a
principios de ella con la que hoy presenta el señor Segovia Rochín?¿Qué que
hacer tienen trabalenguas tales como “Anthologie des poetes francais du XIX
siecle”, “Norsk Lyrik”, y otros rompecabezas de la dicción, con la obra que nos
ha venido ocupando?, ¿Nos las pone como ejemplos de Antología?...¡qué curioso!.
Siendo el Profesor Villa un historiador, ¿Qué no sabe lo que la h humanidad ha
evolucionado desde antes de Cristo, en tiempos de Cristo y después de Cristo
hasta el siglo de la bomba atómica? ¿Cómo pretende que un libro se escriba
igual ahora que hace mil o dos mil años? ¿Y cómo es posible pensar de esa
manera en una provincia que, como Sonora, apenas se inicia, pero
definitivamente, en una literatura de perfiles populares protegida por la
síntesis política-social de un movimiento revolucionario como indudablemente lo
es la Revolución
Mexicana? Entienda el Profesor Villa que la corriente en el
pensamiento en nuestros días y en nuestro medio, es de carácter eminentemente
“plebeyo”, como dijeran los aristócratas de bastón y de sombrero de copa de
siglos anteriores. Pero dentro de esa enérgica transformación social depurada
de los privilegios de las castas, la “plebe” de ninguna manera pierde su
derecho de hacer versos, como tampoco el que sean compilados en una “Antología
Popular”. Ni siquiera el Indio Buitimea puede estar en ese caso, pues si
específicamente entre los habitantes de la Sierra del Bacatete existieran varios poetas,
también ello, los bailadores de pascolas y danzas, sin faltar a las reglas de
la gramática estarían en lo justo al presentar una “Antología de Poetas
Yaquis”, aunque el profesor Villa se espantara de que no fuera igual a la que
escribió Meleagro hace más de 2,000 años”. ¿Porqué, pues, la que compiló
Segovia Rochín no ha de tener el carácter de una Antología popular? Pero no
vale la pena seguir gastando tiempo, energías y materiales en más
explicaciones. La razón se impone or sí sola a condición de echar mano de un
poco de sentido común.. ¿quién puede ser tan necio para ignorarlo?. Ahora bien.
Simple y llanamente, el diccionario dice que Antología “es una colección de
trozos escogidos de material literario”; que es un “florilegio”, da lo mismo.
¿Qué discute pues el Profesor Villa, sobre la validez del nombre de la obra y
porqué su resentimiento con los “mecenas” que la premiaron? ¿Qué no entiende
que cada región, en cualquier medida de su capacidad literaria puede disfrutar de
una Antología sin que sea inevitable requisito el que por fuerza deb ser “idem,
idem”, a las de hace 2,000 años o a otras que posteriormente publicaron los
próceres de la idea mundial? Eso de “lo mejor de lo mejor” y de la “quinta
esencia” son embadurnamientos con que posiblemente quiere confundirnos con un
juego de palabras, algunas de ellas sin sentido asociativo como los son las
mencionadas citas enciclopédicas sobre Antologías antiguas que, lo repetimos,
no tiene caso que traiga a colación para compararlas con una Antología de
provincia. En su segundo artículo, el Profesor Villa da la impresión de que su
“defensa de la cultura” no la puede apoyar en fundamentos sólidos. Ahora nos
bombardea con otros siglos, el XVI y el XIX y nos adorna la píldora con España,
Roma y Troya, etcétera. Hac aparecer en escena a Napoleón III y a María Eugenia
de Montijo; a Pelayo, Timoneda y otros etcéteras más; y por último, nos
obsequia con otro trabalenguas tan indigesto como los anteriores: “Serto
Poético Alla Memoria Sello Ecoprittore D. América”... Y nosotros, hasta el
siguiente artículo, nos quedamos tan aturdidos con la resonancia del pastel
latino, como si un líder de barriada nos disparara un palabrerío de dos o tres
horas sobre un tema de sociología.
ARTÍCULO IV
Cuando el profesor Villa anunció que se proponía escribir
una serie de artículos dizque para defender el buen nombre de la cultura
sonorense y otros agregados, esperábamos encontrarnos con la secuela ordenada
sobre argumentos que respondieran por su calidad, a la arrogancia con que se
hizo el anuncio. Nuestra curiosidad despertó, lista para encontrarse con la
novedad pero.. todo fue una nube de polvo... y nada más. Poco a poco nos fuimos
convenciendo de que la llamada “defensa de la cultura” declinó hasta degenerar
en algo así como en una receta para cocinar un guisado de confusión; de
confusión de ideas, de opiniones y contradicciones. En una mezcla en que se
confabularon los siglos con los trabalenguas, Troya y Roma con Napoleón; Julián
de Dios Peza y María de Montijo con Alfonso Iberri, la página 61 con el Dr.
Romero y etcétera, etcétera. ¿Y la cultura?¿Qué sucedió al fin con nuestra
literatura provinciana en peligro? No tendría importancia que el crucigrama que
no sofrece el profesor Villa fuese eso únicamente, un crucigrama. Pero lo malo
es que no escapa a manifestar un especia de “resentimiento” o de “celo”; algo
así como una especia de “fobia” que lo lleva hasta tocar puntos personalistas
dando la impresión de que sin expresarlo dice: “Esta Antología no sirve porque
no la escribí yo”. Y aquí es “donde está el diablo hecho buey”, como dijera el
asustado ranchero. Y “nones”, decimos nosotros también, no es la “cultura” lo
que se defiende. Mejor no pasamos más lejos... y no hablamos en balde. De su
artículo IV desprendemos estas reveladoras palabras que hablan por sí solas:
“El Dr. Romero escribió el prólogo... sobre todo, a mi juicio, por ignorar los
antecedentes y aptitudes literarias del que aparece como compilador, Don Pedro
Segovia Rochín, que son nulas”. Y bien pensamos: ¿Para qué perder el tiempo en
comentarios inútiles si ya está dicho todo?. “Más claro no canta un gallo”. Si
para el profesor Villa el señor Segovia Rochín es una “basura” de las letras y
el doctor Romero un ingenuo que se deja sorprender por un intruso, o un
ignorante que estampa su firma comprometiéndose ante el público nomás por
cortesía, exhibiéndose como un anémico sin carácter, ¿Qué vamos a esperar que
opine el jurado que premió la obra por el mérito de la compilación y qué de los
autores sonorenses? Esas expresiones se le pueden perdonar a un chiquillo de
escuela primaria pero nunca al Profesor Villa. Con ellas nos da a entender
claramente que no es la cultura lo que defiende, al contrario, la denigra,
porque suponemos que en Sonora la “verdadera intelectualidad”, las personas
verdaderamente cultas, no incurren en esos arranques apasionados que
inevitablemente los conduciría a un descenso hacia la vulgaridad absoluta.
¿Para qué pues, dar respingos en lo parejo si al fin de cuentas terminaremos
por hacer un hoy y hundirnos en él? Es increíble como personas que se precian
de serias, y que sin duda lo son, como don Eduardo W. Villa, se dejan arrastrar
por su afán de quedar bien aunque sea a expensas de la personalidad de su
propio criterio ¿Cómo puede expresarse en esa forma de un hombre que, dígase lo
que se quiera, ha tenido la energía de reunir, con ciento y pico de
contratiempos y después de una año o más de infatigables esfuerzos, cerca de
300 composiciones y medio centenar de fotografías, para después del
complicadísimo proceso de impresión darlas a conocer al público, trabajo al que
nadie le quitará el gran mérito de que es la primera vez que se realiza? ¿O
acaso piensa el Profesor Villa que son m´las efectivas sus dotes literarias por
el hecho de criticar, que las de Segovia Rochín esforzándose por producir algo
que en un sentido o en otro reporta provecho a la cultura? El mismo Profesor
Villa ¿Qué no comprende que él es el
primero que le está dando valor a Segovia Rochín? ¿Por qué entonces nos dice
que es una nulidad cuando también es el primero que se coarta al derecho para
expresarlo? Ahora bien, una nulidad no es capaz de arrancar 8 artículos a un
historiador obligándolo a que abandone su retiro para enfrentarse a su obra. Pero es que esta
sí vale, porque chueca o derecha (para nosotros está derechita, la Antología), nos da a
conocer a nuestros versificadores contribuyendo a la divulgación de nuestra
literatura folklórica. Y el Profesor Villa ¿Qué nos enseña con sus filos de
cuchillo amolado en mollejón corriente? Lo más lamentable es que incurre en
disparates intolerables, pues apenas nos sugiere que el nombre propio de la
objeta Antología podría ser “Trozos de Poetas y Versificadores Sonorenses” o
bien “Un Ensayo de Colección Poética de Autores Sonorenses”, dichos que
implican un pleno conocimiento de aptitudes literarias y en seguida expone muy
bonitamente que los antecedentes literarios del autor son nulos. ¡Vaya con la
confusión” ¿Quién sería capaz de escribir un Ensayo de Colección Poética de
Autores Sonorenses estando ayuno de aptitudes literarias? ¿Acaso un
analfabeta?. No proseguimos porque sería una blasfemia. Podríamos escribir 10,
15, 20 o más colaboraciones sobre el tema, pero aunque nuestra pluma carece de
valor, la ponemos por encima de la sinrazón y hacemos alto. Nos detenemos por
la sencilla consecuencia consistente en que nada tenemos que decir ya que el
profesor Villa, historiador, refutó al Profesor Villa poético, y no vale la
pena insistir en un asunto tan claro
como la luz del sol. Sin embargo, y para su debida ilustración, le voy a
transcribir lo siguiente, tomado de la síntesis actual de la idea universal:
“La poesía, en una palabra, debe ser escrita por seres que gozan y sufren” y no
por seres dotados exclusivamente de sentidos o exclusivamente de intelecto”
¿Verdad que se entiende muy bien? Y como una defensa de los autores que
discrimina a la vez que como una refutación general del cuarto artículo en
adelante, me voy a permitir darle una definición de la poesía doméstica, tal y
como la entiende mi pluma de punto grueso: La verdadera poesía contemporánea,
de carácter eminentemente provincialista, consiste en extraer hermosura de la
suciedad que repudia el profesor Villa; consiste en aspirar la fragancia de un ramo
de rosas en donde él ve pura basura; consiste en no sólo saber escribir
lindezas de la rima y de la métrica, sino ante todo, abrir nuestro espíritu a
la verdadera belleza del sentimiento, exprésese como se quiera o mejor se
pueda, pues la poesía como la belleza, es eterna y su concepción no está sujeta a limitaciones. Por tanto, los
catrines del soneto que pretendan sustraerse a la moderan revolución del
pensamiento, mejor harán en encaramarse al pedestal científico de su arcaico
ideal fincado en la quinta esencia de la técnica y desde su trono de
aristocrática estirpe, contemplar la incontenible avalancha de la evolución. Es
la única condición para que sus manos blancas no se manchen con el polvo de las
realidades. Ponemos punto final a nuestros comentarios (regresaremos si las
circunstancias nos apremian) creyendo que nos hemos expresado no con erudición,
que no hay porqué esperarla, pero sí con la debida claridad para que se nos
entienda.
LOS POETAS SONORENSES EN UNA GRAN ANTOLOGÍA (Por J.A.)
Diciembre 09 de 1950
Decíamos ayer –que nos perdone el ilustre Fray Luis de León-
que el Sonora de nuestros días no es
sólo un imperio agrícola e industrial, en el que el rudo trabajo cotidiano
absorbe todo el tiempo de sus recios habitantes. Existe allí también,
comentábamos, un importante impulso cultural y un despertar de las artes, muy
especialmente en la literatura. A Enriqueta de Parodi, escritora de esas
tierras, ya consagrada, se debe en buena parte aquél florecimiento de las
letras, pues fue ella quien creó en 1943 el Concurso del Libro Sonorense, por
medio del cual anualmente se discierne qué obra de los autores locales debe ser
editada por el Gobierno del Estado. Son varias ya las obras que así han visto
la luz pública, y la última de ellas –1950-, es una estupenda Antología de
Poetas Sonorenses, de Pedro Segovia Rochín. Esa Antología, digna de los mayores
elogios, demuestra sin dejar lugar a duda que Sonora, además de producir
presidentes de la República
en cantidad apreciable, es también venero de poetas. Abarcando un siglo de
poesía sonorense –desde Crispín de S. Palomares, nacido en Alamos en 1831,
hasta Bartolomé Delgado de León, que nació en Ciudad Obregón en 1927, Segovia
Rochín recogió en su libro versos de 56 poetas. Además de poner de manifiesto
la sensibilidad artística del pueblo sonorense, la producción de estos poetas
sirve de magnífico índice para valorar en toda su magnitud el espíritu de
acendrada mexicanidad de civismo bien cimentada que anima a los hombres de
aquella región del norte del país. Con pasión desbordante, en estos versos se
enaltece a los héroes nacionales y se
canta a la Patria,
a la Bandera
y a la Revolución;
se exalta la memoria de los héroes locales –Jesús García, el Héroe de Nacozari,
con más calor que la de ningún otro-, y se dignifica al campesino sonorense.
Tales son los temas de Crispín S. Palomares, Manuela M. Márquez, Alfonso
Iberri, Luz Esthela Cázarez, Francisco Medina Hoyos, Julián S. González,
Gumersindo Esquer, Oscar García Spencer y Francisco Bernal López, para citar a
varios. Algunos, -Ramón Oquita Montenegro, el más vigoroso-, se inspiran en la
época de la Huelga
de Mineros de Cananea, brote precursor de la Revolución Mexicana,
y otros impregnan sus versos con el sabor colonial de Alamos, con las bellezas
naturales de Guaymas o, más ingenuamente, con la simple pasión que cada
provinciano siente por el pueblecillo que le vio nacer. A ese grupo de poetas
localistas pertenecen, entre otros, Enriqueta de Parodi, Armida de la Vara y Robles, Francisco
Medina Hoyos, Cesáreo Pandura, Ignacio F. Pesqueira y Cristóbal Ojeda Cabrera.
En su Antología, Segovia Rochín incluye tres poemas de Ambrosio Castro
Buitimea, cantor de las tribus yaquis y yaqui él mismo: “Poeta lírico,
sentimental y profundo: flor silvestre que nació en medio de orgías de sangre y
del dolor –lo define el autor del libro-, sus versos, sin método ni rima, pero
de profundo sentir, exhalan toda la esencia de su alma sensible y melancólica”.
¿Qué me hace la mala suerte si me niega mi buen porvenir?/¿Qué me hace también
la muerte que me quita de sufrir?/ Me lleva a mejor ambiente donde no existe el
vivir/ ¿Qué hago después de morir?; hoy... haga lo que me haga... no hago más
que servir y a quien sirvo, mal me paga”. El Nacional, 24 de noviembre de 1950.
RESPECTO A LA “DEFENSA DE LA CULTURA” (Por Vidal
Mendoza Opil)
Muy loable es el título de: “En Defensa de la Cultura Sonorense”,
con que el Profesor Eduardo W. Villa encabeza la serie de 6 artículos que han
estado apareciendo en El Imparcial, pero cabe preguntar ¿Ha sido tocada la
cultura sonorense? ¿En qué forma ha sido atacada y ante todo en qué consiste?
¿Qué es la cultura?. Hay varias acepciones de esta palabra. Tomaremos lo que
algunas obras de información pueden ofrecernos. Esparsa-Calpe, última edición,
Vol. 16 CRECHARG Página 1105, “Sinónimos: Ilustración, Civilización” y al calce
una nota: “V. Civilización, Educación e Instrucción”. American Diccionary and
Cyclopedia (edición de 1900), página 1222: “Culture – a state of moral and
intelectual refinement or cultivation”: Cultura: “Una condición de adelanto o
desarrollo moral e intelectual”. Para el caso nos parece que esta acepción es
la más apropiada puesto que es la aceptada por la mayoría de la gente, y así
oímos expresiones tales como: “¡Vaya una muestra de cultura!”, “¡Y lo creíamos
tan culto!”. Y al referirnos a la cultura de alguna nación, hemos con
frecuencia visto caricaturas con títulos de “Cultura Alemana”, “Llevando la Cultura al Africa”,
etcétera, al referirse a las atrocidades de la Guerra Mundial en
la propaganda contra Alemania, y al criticar la intromisión de algunas naciones
en Africa. Convenimos en que cultura es aquella condición de Instrucción y
Educación de un individuo o de un grupo de individuos o de un pueblo. Cultura
es el alma de la civilización y se manifiesta en la aplicación a las ciencias,
las artes y a la justa observación de las libertades y derechos de todos. La Instrucción “pone
conocimientos en la mente del individuo, la Educación norma la
conducta del mismo. En la proporción que se encuentren la Instrucción y la Educación “amalgamadas”,
en la persona o grupo de personas, en ese grado se hallará el grado de su
cultura. Las faltas de cultura que, por desgracia no escasean en nuestro medio,
se manifiestan en la verja desvencijada de un jardín, del patio de una escuela,
en las rejas dobladas de una ventana, en las paredes pintarrajeadas de los
edificios, en los desperdicios en las calles, en el estado descompuesto de las
verduras y frutas en los mercados y otras anomalías. Las faltas de cultura se
manifiestan también en la costumbre de ensuciar, destruir y profanar estatuas y
monumentos por el solo hecho de que no sea el personaje por quien se erigiera
el monumento del agrado de los profanadores. Una falta mayúscula de cultura la
dio cierto profesor, cuando al serle presentado un señor que desde muy joven
había emigrado a Estados Unidos y se encontraba de visita en nuestro medio,
cuando se expresó así: “Sin duda alguna Usted ya vendió su bandera, porque es
lo primero que todos hacen en Estados Unidos. No aprenden a mí, que habiendo
vivido muchos años allá, por muchas ofertas que me hicieron, yo siempre rehusé
hacerlo”. El aludido se concretó a responder: -“Puede usted informarse de mis
actividades en Estados Unidos en la Secretaría de Relaciones Exteriores”. Las faltas
a la cultura son necesariamente los ataques contra la misma, y al salir en
defensa de la
Cultura Sonorense, el profesor Villa ¿ha contribuido a que no
se cometan estas faltas?, ¿A que no se ataque así a nuestra cultura?. La
respuesta es ¡No!. Todos sus esfuerzos se han concretado en probar que
Antología no es el título apropiado de un libro, y en criticar la misma obra,
en muchos casos usando deducciones atrevidas e ilógicas. Veamos qu é tanta
razón asiste al señor villa en su obsesión de oponerse al título de “Antología
de Poetas Sonorenses”, dado al libro, compilación del señor Pedro Segovia
Rochín. En su primer artículo, el profesor Villa nos da la definición de que
“Antología significa la
Quinta Esencia, lo Mejor de lo Mejor”, y luego procede a dar
una larga lista de las antologías que en diferentes países y diferentes épocas
han aparecido, y en su arranque de erudición, nos cita lugares, fechas,
autores, etcétera. Entre los que forman
la grey “escritoril” se considera falta de honradez y exceso de presunción no
mencionar las obras de donde se toma información para los trabajos, y por muy
erudita que sea una persona siempre se ve en la necesidad de consultar alguna
enciclopedia o diccionario enciclopédico, donde al menos verifica algún punto
de que se intente tratar. Parece que el señor Profesor Villa no necesita
consultar tales libros, pero las coincidencias son muy curiosas, y así
encontramos en la
Enciclopedia Espasa-Gallpe (última edición), Tomo 5º AM-ARCH,
página 824, se lee: ANTOLOGÍA: -Figurado, “Parte Esencial, Quinta Esencia”. El
señor Villa no menciona lo de “figurado” (otra coincidencia). Dejemos por un
lado otros datos respecto a las fechas de los autores de los diferentes
trabajos de esta clase que bondadosamente ya dio a conocer el profesor Villa y
que aparecen tanto en la enciclopedia ya mencionada como en la Británica y sigamos con
el mismo tomo, la misma página de la Enciclopedia Espasa-Calpe,
de donde tomamos la definición figurada de Antología y encontramos que también
dice: ANTOLOGÍA: “Recopilación de epigramas griegos, o en sentido más amplio,
de trozos escogidos de las obras de los poetas y prosistas. Precisa recordar
que los griegos llamaban epigramas a las inscripciones de las estatuas, sus templos,
sus sepulcros y a lo que hoy designamos con los nombres de sentencias,
proverbios, madrigales y epigramas”. Según el estricto significado de esta
palabra, el libro de Enrique Jardiel Poncela
“Colección de Aforismos y Silogismos que por no ser de actualidad están
siempre de actualidad” (o nombre semejante, no estoy seguro del título)
resultaría ser una Antología. Pero la Enciclopedia Espasa-Calpe
generosamente da una explicación más: “Las Antologías modernas y
contemporáneas, nacionales o extranjeras, son innumerables; pero surge la
dificultad de parte de los coleccionadores, de que no siempre contiene lo mejor
y más selecto de la literatura cuyos modelos pretender dar a conocer. Ocurre
también la casi imposibilidad de encerrar en un volumen los mejores trozos que
en todos los géneros literarios una nación ha producido, y de ahí que muchas
antologías no tengas a veces más valor que el muy relativo que pueden ofrecer
los gustos literarios o las especiales predilecciones del colector o editor”.
SEGUNDO ARTÍCULO
Por la explicación dada en el artículo anterior, como lo es
la ya muchas veces mencionada enciclopedia, vemos que la obra en discusión pese
al Profesor Villa, sí es una antología, y que por lo mismo, el nombre
“Antología de Poetas Sonorenses” está bien aplicado. Tendrá el mérito relativo
de las aptitudes y gustos literarios de su Coleccionador, Don Pedro Segovia
Rochín, pero es una antología. En su artículo inicial (declaración de guerra),
el profesor Villa nos dice que “hará un análisis imparcial y lógico” de la
obra. Después de lo ya expuesto, ¿cabe creer que la actitud del profesor Villa
puede, por una extensión del vocablo, llamarse Imparcial?. En “Mi crítica, mis
comentarios”, dice el Profesor Villa (y menciona que es del Griego Inmortal”):
“lo que no puedas hermosear no lo toques”, también cuentan una anécdota de un
devoto de Baco, que al quedar ebrio sobre una mesa de cantina, el cantinero le
aplicó por travesura un poco de queso Linberg en la nariz y al despertar
exclamó: “Todo el mundo apesta, excepto yo”. En ese mismo artículo, el Profesor
Villa menciona una expresión feliz y filosófica de Nemesio García Naranjo:
“Ningún pueblo se inicia en la cultura con obras definitivas y perfectas”, y
aunque luego añade: “pero eso no disculpa al señor Pedro Segovia Rochín”,
¿Porqué y para qué menciona esto el Profesor Villa?. Es justo y propio dejar el
campo libre a los mejor preparados, a los más aptos, pero cuando estos no lo
hacen, es digno de todo elogio que, aquellos que aún reconociendo su falta de
preparación hacen lo que pueden, y aquí cabe mencionar la nota que el señor
Pedro Segovia Rochín ha puesto en la fajilla amarilla alrededor de su Antología
de Poetas Sonorenses: “Esta Antología encierra el pensamiento del pueblo
sonorense manifestado a través de la poesía y se presenta al lector y al
crítico con la sinceridad ingenua de aquel que ofrece todo lo que puede dar,
sin más anhelo que guardar amorosamente el acervo poético que hasta ahora se
encontraba disperso en periódicos y revistas, o en el arcón familiar”. Ahí está
la expresión de un hombre que con humildad admite su condición de
impreparado, pero ha trabajado y ha
producido algo y ese algo es la obra Imperfecta y Transitoria de que habló
García Naranjo, y con lo cual Sonora se inicia en estos trabajos confiando en
que otros mejor preparados vendrán después y harán algo mejor. A propósito de mejor preparados, el profesor
Villa anuncia en su Galería de Sonorenses Ilustres, publicada en 1948, tener en
preparación una Antología de Poetas Sonorenses ¿Qué habrá pasado con ella?...
¿Porqué no nos muestra el profesor Villa cuando tiene adelantado en su trabajo?
De antemano se ha admitido que la obra tiene faltas, pero digamos por ser de
justicia algo sobre dichas erratas. Ya se mencionó en un artículo para ABC de la Gaceta de Guaymas, el hecho
de que cuando un hermano del señor Alfonso Iberri recitó algunas poesías del
poeta, este decía: “No es cierto, no es así”, y como el poeta le reclamó por
alterar sus versos y el hermano le dijo: “Has modificado tantas veces tus
versos que no se cuales son”. En cuanto al poema de “Los Húngaros”, recuerda el
que esto escribe que al serle presentado una vez un hijo de Hungría, aquel
manifestó: “soy húngaro, pero no soy gitano”. En seguida se nos suelta el
profesor Villa con que: “Deberían darse a conocer otras poesías del reputado
bardo sonorense Enrique Quijada”. Esto nos recuerda el caso aquel del juez ante
quien trajeron un ratero que se había robado una gallina y el magistrado pasó
sentencia diciendo: “Te mando a la cárcel por haberte robado un guajolote”...
-¡Pero si solamente me he robé una gallina!, -“Eso no importa, pudiste haberte
robado un guajolote”. En seguida dice: “Si el señor Francisco C. Medina poeta
sonorense, no ocurre misericordiosamente
a corregir las pruebas, sale un soneto de Enrique Quijada trunco, esto
es, con dos cuartetos y un terceto, y entonces el señor Francisco Medina se
dirigió a personas en la antigua capital sonorense para publicarlo completo. No
recordó el señor Medina que este soneto aparece en la Biografía confeccionada
por el que esto escribe en Galería de Sonoreses Ilustres”. “¿Como puede el
señor Medina ignorar eso?” Y luego que, en realidad el que escribió a Ures
preguntando sobre esa poesía no fue el señor Francisco C. Medina, fue el señor
David M. López para información del profesor Villa; pero ¿qué le importa al
público lector quiénes cooperaron con el señor Segovia Rochín? El profesor
asienta que hará un análisis imparcial y lógico de la obra no de quienes le han
podido ayudar y por supuesto el señor David M. López merece una buena
reprimenda por no haber aprendido que existe una obra llamada “Galería de
Sonorenses Ilustres” que la escribió el profesor E.W. Villa donde está el
soneto “In Memorian” de Enrique Quijada, escrito con motivo de la muerte del
señor Ismael Quiroga. En un párrafo anterior se ha dicho que el señor Villa usa
deducciones atrevidas e ilógicas, y al hacerlo es también injusto, pues acusa
nada menos que de descuido al Dr. Jesús C. Romero, diciendo: “El Dr. Romero accedió a escribir el prólogo
indudablemente sin examinar detenidamente el contenido, sin reparar en el
nombre que se le aplicaba.. (y el Dr. Romero en el prólogo escribe: “La Antología de Poetas
Sonorenses debida a Don Pedro Segovia Rochín, nacido en Hermosillo el 29 de
junio de 1890)... y sobre todo por ignorar los antecedentes y aptitudes
literarias del que aparece como compilador, Don Pedro Segovia Rochín, que son
nulas. Pero el Mecenas de Segovia Rochín, quien se empeñó hasta conducirlo al
premio que otorga el Departamento de Organización Social y Cultural, tenía un
ascendente enorme ante el prologuista”. En seguida mete el profesor Villa la
larga narración del caso de un liberal moderado, que ciertamente no tenía la
firmeza de convicciones de Vicente Guerrero, a quien Maximiliano ansioso de que
formara parte de su gabinete lo mandó llamar y en vano le hizo ofertas, todo en
vano, hasta que de un escondite salió Carlota y ante ella no pudo rehusarse más
el liberal y aceptó “cambiar chaqueta” como dijéramos hoy día. Más elocuente
sería el caso del mozo con las petacas, a quien dos rateros confabulados con
una moza guapa y atractiva, decidieron robar. La moza se colocó en la acera en
frente de donde el mozo estaba sentado con una petaca de cada lado, y mañosamente
empezó a levantarse el vestido y enseñar sus bien tornadas formas. Los ojos se le salían de las órbitas
al embelesado mozo y cuando lo vio conveniente la moza se retiró; el de las
petacas encontró que las petacas ya habían desaparecido. Toda esta narración
para decir que su amigo el Dr. Don Jesús C. Romero no pudo excusarse en escribir el prólogo a
pesar de ser el señor Pedro Segovia Rochín, un hombre cuyas aptitudes en el
campo de las bellas letras e intelecto desconocía, pero todo fue fácil por la
intervención del Mecenas quien ayuno de escrúpulos comprometió el buen nombre
de la intelectualidad sonorense. ¿Tendrá razón en esto el señor Profesor
Villa?... Otra vez sus deducciones, además de atrevidas son tontas, pues la
persona responsable de que el Dr. Romero escribiera el prólogo para la Antología de Poetas
Sonorenses es el señor David M. López, como lo veremos en siguiente artículo,
quien carece por completo de los atractivos de la Emperatriz Carlota
y de todo ascendiente enorme sobre el prologuista.