CARTAS DE SONORA DE DON IGNACIO
RAMÍREZ (El Nigromante),
DIRIGIDAS A DON GUILLERMO PRIETO (Fidel)
El año de 1865 fue uno de los más aciagos para la República. El
llamado Imperio dominaba la mayor parte del territorio nacional. El presidente
Juárez se encontraba en Chihuahua, de donde hacía esfuerzos inauditos para
salvar a la Patria
de las garras de los invasores. Los liberales más destacados se hallaban
dispersos por todos los ámbitos del país, presentando como mejor podían su
contingente a la causa de la República. Entre los que llegaron a Sonora se
encontraba el célebre Don IgnacioRamírez, mejor
conocido con el pintoresco pseudónimo de "El Nigromante".
Durante su permanencia aproximadamente de 6 meses en nuestro Estado, este
distinguido liberal, orador, político, jurista y literato, escribió una serie
de interesantísimas cartas a su querido e ilustre amigo Don Guillermo Prieto,
quien figuró como Ministro de Hacienda en el gabinete de Juárez. Copia de estas
importantes e históricas cartas nos la proporcionó nuestro amigo y colaborador
el Lic. Don Horacio Sobarzo, a fin de que demos a
conocer tales documentos a los lectores de este diario. La primera de dichas
cartas la insertamos a continuación: Guaymas, Febrero
de 1865. Querido Fidel: Acabo de atravesar el golfo Californiano con sobrados
padecimientos y sustos. En las primeras horas de la noche me avisaron que un
buque partía de Mulejé; acompañado de tres amigos y a
pié, me puse en camino para el puerto; atravesé a tientas algunas subidas y
bajadas, oyendo cerca de mí como el crujido del sedoso traje de una ninfa a
unas víboras que se deslizaban derrumbando arenas y piedrecillas. A un tiempo
percibí las olas por su confortativa fragancia, por su murmullo y por su
fosforescencia. Hay un cerrillo escarpado que por su forma llaman "El
Sombrero"; a su abrigo anclaba un buque de un solo palo, una lancha con
cubierta, un baúl lleno de caña y que conducía además algunos higos pasados, dátiles,
queso y vino. Los poetas y filósofos de la Grecia no caminaban de otro modo, visitando las
islas que a la luz de la mañana y de la poesía aparecen tan risueñas. Mis
compañeros de viaje no eran republicanos ni filósofos. Mientras el viento nos
venía a sacar de la bahía, yo me divertí en sacar agua donde hormigueaban
corpúsculos luminosos que se deslizaban por mis manos apagándose al menor
contacto: esos animales deben ser pequeñísimos; recuerdo que a la madrugada de
una noche tempestuosa los hemos visto saltar con la arena como polvo de
diamantes bajo los piés de nuestros caballos en el
sendero humedecido por las olas. Caminamos un día y dos noches; en la segunda
madrugada vimos la Sierra
de Chihuahua; el Río Yaqui, bajo la lluvia de oro del sol naciente, y los desgarrados
islotes que se apiñan en torno de Guaymas; entonces
supe que mis compañeros de viaje, gachupines y franceses, esperaban encontrar a
los invasores en aquel puerto. Su alegría y mi terror fueron visibles cuando
descubrimos dos buques desmesurados; ¡cuántas congojas en una milla!, hasta que
el capitán dijo y todos repitieron con despecho: ¡son buques balleneros!. Renací en brazos de la alegría. Los peñascos me
parecieron color de rosa; los cerros donde descansa la población se inclinaban
para saludarme; la estrecha línea de casas brillaba como un cinturón de plata y
hasta el cementerio donde expiró el Conde de Raouset
se enseñoreaba de una loma como un monumento de triunfo. Lo que no se descubre
es vegetación, si no es algunas choyas y mescales
escondiéndose entre las peñas. Anclamos frente a la Aduana; yo me prometía
almorzar sin tardanza pero se me previno que me presentase al comandante de la Plaza, la que se encontraba
en estado de sitio. Yo deseaba conocer a Tomasito,
pues todos lo pintaban como la esperanza de Sonora; este deseo no llegaba hasta
sacrificarle un almuerzo; así es que fui a su casa con mal humor, y buscando
quien me hablase mal de una persona que así me molestaba. A poco andar se me
cumplieron mis biliosos votos; me encontré un cicerón que me dijo: este Tomasito es de origen extranjero, y ya otra vez se ha
aliado con invasores contra los sonorenses; ¡Dios le dé ahora mejores
inspiraciones! Sin embargo, bueno o malo no hará mucho, porque se encuentra
gravemente enfermo, y se agrava con incesantes convites; ahora debe estar en un
festín con sus amigos y esta noche tiene baile. En efecto, no me fue posible
ver a Tomasito en todo el día; almorcé, comí y antes
de dirigirme al baile logré ver a mi personaje. Es un joven de unos treinta
años; aspecto inglés, alto, delgado, pálido; breve y secón en la conversación;
activo, imperioso y procediendo como un hombre preocupado por un severo y tenso
pensamiento. Poco después le encontré en el baile, donde he conocido a Pesqueira; éste es de raza española; alto, grueso, llevando
cuarenta años como pudiera quince; gastrónomo, bebedor, valiente, activo; simpático
en sus modales; fácil de percepción; difícil para las ocupaciones serias y
continuas; siembra todos sus senderos de flores. Guaymas
es una población naciente; pero en sus bailes aristocráticos pueden reunirse 40
hermosuras y animar los salones con esas gracias semidesnudas que tantas veces
hemos visto revolar entre las brisas de la costa. No pude decirte más porque
estoy desvelado, y esta noche pondré en camino para Hermosillo y Ures. Sólo te agregaré que este puerto se encuentra en
estado de defensa; que abundan los materiales de guerra; que los Jefes y la
oficialidad son probados en los campos de batalla; que el patriotismo recluta
fácilmente soldados por todo el Estado; que ayer y ahora he oído muchos brindis
patrióticos; pero todo esto lo he presenciado en Mazatlán y sin embargo
corrimos. Mi amor a las ostras me está comprometiendo al estudio de conchas y
caracoles; los mejores ostiones del mundo se pescan en Guaymas;
además, el mar te presenta golosinas hasta en los peñascos que baña en lo más
alto de su oleaje. Toda esta riqueza la conocen los de Sonora; y después de
ponderarla, te dicen: lo mejor que tenemos es la carne de res y el pinole de
trigo. Voime, pues Fidel, a vivir algunos meses con
cecina y harina. El Nigromante.
CARTAS DE SONORA DE DON IGNACIO RAMÍREZ (El Nigromante).
Ures, marzo de 1865. A Fidel: Me ocupo en
estudiar detenidamente este mundo de Sonora para darte noticias que satisfagan
tu insaciable curiosidad; por ahora me limitaré a confiarte observaciones muy
superficiales pero que puedes fecundizar con tus vastos conocimientos. Anoche
un amigo me invitó para ver un baile de yaquis; me
presté, menos por ver el baile que por estudiar a esa raza indígena tan notable
por su robustez y por sus costumbres. Hay en Ures una
iglesia parroquial que se desploma; junto a ella se encuentra un callejón por
donde el sacristán entra en su vivienda, atravesando ruinas de adobe; sigue un
corral y a lo lejos, te detienes en dos o tres piezas convertidas una de ellas
en capilla. En este adoratorio, rodeado de un centenar de luces, se levanta un
santo que, aunque tiene nombre, por no ejercer una profesión conocida como
abogado de los partos o de las muelas, lo declaro vil vulgo o proletario, y no
lo considero sino como un pretexto para la fiesta que tiene lugar al aire
libre. El terreno, frente a la puerta de la transitoria capilla, aparece libre
y cuidadosamente regado; en torno de ese palenque, el pueblo se sienta en
piedras, maderos y sillas bailadoras; algunos ocotes
iluminan la escena. Lo ocupan muy pronto unos cuarenta salvajes, diez de ellos
pertenecientes al sexo femenino y todos vestidos con los trajes anteriores a
los que nos trajeron Hernán Cortés y sus soldados. Plumas en la cabeza, en el
cuello, en los brazos, en la cintura, en las piernas y en las manos; collares
de cuentas y algunos con sonajas. A la cabeza de la cuadrilla avanza un
personaje lujosamente adornado: es Moctezuma; los
demás forman su familia y su comitiva. La música de jaranitas y otros
instrumentos populares que sonaba a la puerta del santuario se refugia en un
respetuoso silencio. Los enamorados que se tocaban con los ojos y con las
manos, con las rodillas y con los pies, suspenden sus dulces expresiones. El
cura sonrie y todos exclaman: "la danza de la
conquista". Moctezuma, mientras, avanza y hace
un azalema al santo que no se la devuelve; los suyos
se abren en dos filas y el monarca con paso mesurado se pasea por entre la
valla, recibiendo salutaciones e incienso. Luego se le presentan las mujeres sacudiendo
vistosas sonajas y siguiéndolo con movimientos compasados; los hombres le
forman escolta. Van, vienen, se entrecruzan, y en las caprichosas combinaciones
que improvisan, el marcado y simultáneo ruido de sus pisadas les sirve para
llevar el paso, y les hace las veces de la música y el canto. Llega un momento
de entusiasmo y entonces marcan sus evoluciones sacudiendo sus sonajas. Así van
a pasarse la noche. Mientras ellos se fatigan discurramos: este baile mudo y
simbólico, existe en todo el nuevo Continente; a veces se acompañan con
instrumentos de música que por su forma proclama un origen indígena; no es raro
que además con la música la danza tenga placer en hermanarse con el canto;
estamos en plena Grecia. Reflexiones: no sería bueno que ahora que tantos
artistas se han convertido en literatos, en vez de la música y canto y danza
hebraicas nos fijasen el triple sistema americano: los datos se pierden
todavía; porqué no aprovecharlos. Algo europeo se ha mezclado sin duda en estas
costumbres, pero lo que conserva un carácter nacional puede descubrirse a la
luz de este principio: los pueblos en su más profundas revoluciones se
esfuerzan por salvar las formas de sus antiguas costumbres. Puesto yo una vez
en la vía de filosofar, no fácilmente me paro (fin).