Miércoles 01 de febrero de 1950

DON RAMÓN CORRAL: UN NOMBRE Y DOS GRANDES

(Por José S. Healy)

Pendiendo de la pared que preside mi escritorio en El Imparcial, tengo un retrato amplificado de Don Ramón Corral. Características precisas de aquel gran hombre; mirada viva llena de inteligencia y maxilares revelantes de carácter, el pelo entrecano y mostachos de la época. Hace muchos meses, al dar cuenta con el almuerzo hogareño y sintiendo el estómago satisfecho y el corazón contento, me soltó una pregunta espontánea José Alberto, el hijo mío, frente a dos amigos de su edad: "¿Porqué –me interrogó- tienes la fotografía de Don Ramón Corral en tu oficina"?; yo, que iba buscando un lugar accesible para el reposo de la siesta creí que era una broma de buen gusto contestarle: "en primer lugar porque me da la gana"; unos pasos después alcancé a escuchar su comentario adolorido: "Podías haberme dado alguna respuesta más razonable". Y aquella respuesta se me clavó en el corazón. Tenemos los padres la idea de que los hijos no crecen y nos empeñamos en verlos siempre como chiquillos; pero desde aquel momento comenzó a formarse dentro de mí la realización de quien así me increpó por mi frase ligera. Se había convertido ya en todo un hombre, en un ciudadano consciente, en un ser responsable de sus pensamientos. Esto es lo que yo debí haberle contestado: Tengo la fotografía de Don Ramón Corral por lo que pudiéramos llamar un acto de desagravio. Fui, cuando apenas contaba catorce años, de los que se dejaban agitar por las inquietudes y por los apasionamientos de la política y se lanzaban por las calles de México al grito estúpido de "abajo Ramón Corral". El preclaro sonorense figuraba por aquel entonces en el gabinete de Don Porfirio y era además Vicepresidente de la República. Pero no es tanto por estos altos puestos nacionales por lo que conservo el retrato de Don Ramón presidiendo mi escritorio, sino porque cuando vine a Sonora y empecé a convivir con sus gentes y a conocer su historia, me dí cuenta plena de mi torpeza juvenil en aquellas correrías políticas mías en la capital de la República. Como digo antes, el hecho de conservar su fotografía en mi oficina es una acto de desagravio contra el agravio que en mis mocedades cometí. Es también la modesta forma en que puedo expresar mi veneración a la memoria de un gran hombre. Tal explicación debí haber dado a mi hijo José Alberto cuando me hizo aquella pregunta; quizá se me quite la espinita que desde entonces me ha venido molestando debido a mi falta de tacto y de juicio para entender la mentalidad de un hombre, a quien pretendía seguir considerando como un chico. Otro Don Ramón Corral es ahora figura destacada en nuestros centros industriales, económicos y sociales. Hijo de aquél, no se dedicó al arte de la política y del Gobierno, pero sí a la ciencia. El Ingeniero Don Ramón Corral, Gerente por más de treinta años de la Empresa de Servicios Públicos ha mostrado su eficiencia, su talento y, sobre todo, su don de gentes para salir avante en sus actividades y para formar una familia ejemplar. Un día en Phoenix y en un pequeño grupo en que nos hallábamos el señor Licenciado Horacio, uno de sus hijos y yo, el más joven, vió a lo lejos al señor Corral y dijo: Don Ramón tiene todo el porte y la apariencia de un caballero, a lo cual el abogado contestó presto: no sólo tiene la apariencia, sino que es un caballero cabal. Estos comentarios se me ocurren al enterarnos de la noticia de que Don Ramón está por separarse de la empresa en donde conquistó el aprecio, la estimación y el respeto de propios y extraños. El Don Ramón de hace medio siglo y el don Ramón de ahora, con la frase de Sobarzo: caballeros cabales.