COSAS VIEJAS DE MI TIERRA

(por Enrique Contreras,

de "mi libro que publicaré cuando San Juan baje el dedo")

 

Contaré a mis estimados lectores algo para que se les quite lo enfadado, algo de las fechorías de una de las tribus que habitaba Sonora. He relatado en capítulos anteriores cómo los indios Yaquis alzados sacrificaron a los pobres inocentes "yoris"... Sonora es tal vez uno de los Estados de la República que desde el siglo pasado y algo del presente sufrió más que ninguno el azote de las diferentes tribus belicosas que hubo en nuestra entidad... A los componentes de estas tribus belicosas que aún habitan algunas en mi tierra se le podían tostar habas en el lomo de lo corajudos que eran...

 

Indios Yaqui en Guaymas (1880)

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En el distrito de Alamos se encuentra un pueblecito llamado Cabora, y muy cerca El Quiriego que es tierra de mi buen amigo Alfonso Leyva, habitaban en sus aledaños muchos indios Tomóchis, cuyos componentes se dedican como sus congéneres a sembrar el frijolito, maicito, etcétera, y luego echarse bajo un frondoso árbol, rascarse las asentaderas y esperar que la siembrita dé su fruto; en Cabora vivía, o sus descendientes viven aún, una familia de apellido Urrea, contándose entre sus miembros una muchacha de nombre Teresa que andando el tiempo sería para los Tomóchis Santa Teresa de Cabora.

 

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Teresa de Cabora

 

El Quiriego es uno de los municipios viejos de Sonora, de pocos habitantes pero muy leguleyos, habiendo desde luego uno que otro burro como en todas partes, que por lo general en los pueblos chicos y aún grandes ocupan el puesto de Presidente Municipal porque "son muy buenas gentes". En cierta ocasión hubo uno que "deatiro" la fregó. Al tomar posesión del puesto lo primero que hizo fue mandar poner a la entrada del cementerio del lugar el siguiente aviso, o anuncio, que es lo mismo: "Aquí reposan los muertos que viven en El Quiriego"... ¡Qué Bárbaro!, ¡Qué hombre tan grande!, por vida de Dios. Fue, "según declaraciones para la prensa" una mejora muy necesaria para su pueblo.

 

 

En otra ocasión que se acercaban los días de semana santa, y viendo que no llegaba pescado al pueblo "para los días de vigilia", se puso de acuerdo con el cura del pueblo pa’ver cómo la hacían pa’ que la gente comiera carne sin "cometer pecado", ya que en esos días la Iglesia lo prohibe a sus adictos y no se toma más que puro "atol" y a veces con quelites. Al día siguiente de "la conferencia de mesa cuadrada" que sostuvieron tan altos representantes aparecieron en las esquinas de las calles de El Quiriego el siguiente decreto o bando, como quieran llamarlo: "Estimado pueblo de El Quiriego: pa’que comas a gusto sin tomor a pecar, he tenido a bien elevar la categoría de pescado la carne de vaca y la de cochi; ya está arreglado con el señor cura pa’que no sea pecado". Como se esperaba, el aviso surtió sus efectos y la viejería del pueblo se dio las tres comiendo toda "clase de carnes...", al cabo ya su digno Presidente había arreglado con el curita que no necesitaban arrepentirse de haber cometido ese pecado.

 

Iglesia de Quiriego

 

Como en todos los Ayuntamientos sucede, entre sus componentes hay algunos regidores aguzados y otros que no saben ni "ler". Sucedió que al pueblo llegó un Ingeniero a nivelar las calles y tomar medidas para presentarlas al propio Ayuntamiento. Como todos estos profesionistas cargan con su indispensable "tiodolito" que les es tan necesario, al terminar su trabajo presentó los planos al Ayuntamiento proponiendo al mismo tiempo la venta del "tiodolito". Dos regidores aprobaron la compra del "tiodolito" con la salvedad de que debía estar "nuevecito"; pero otro de ellos que era poco más o menos como yo de “burro”, se levantó de su silla y dijo que ya que se iba a ser el gasto de ese instrumento, propuso que en vez de comprar un "tiodolito" se hiciera el gasto "diunavez" y se comprara un "tiodolón" pa’que aguantara más...Y la compra del "tiodolito" se llevó a cabo según el regidor que la propuso...

 

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El “Teodolito”, cuya etimología es un misterio

 

Los de El Quiriego son celebérrimos. El mismo Presidente Municipal que puso el letrerito de marras en la puerta del cementerio, y la carne de cochi y vaca la convirtió en pescado por medio de un bando, recibió en cierta ocasión una comunicación muy urgente del gobierno del Estado, transcribiéndole otra de la Ciudad de México, en la cual se solicitaba de los Gobiernos Locales el envío urgente de la estadística referente a la flora y fauna de estas regiones. Nuestro Presidente preguntó a los más aguzados del pueblo sobre el asunto, pero viendo que no recibía una contestación adecuada según él al significado de esas palabras, de sus pistolas contestó y a su medio de entender de estas cosas dijo lo siguiente: "Estimado Sr. Gobernador: me refiero a su última carta... la flora se casó con un amigo que se la llevó y no se sabe pa’donde, lo de la fauna estamos seguros que se fue pal’rancho de Don Nicomedes, pero ya mandé un propio por ella pa’que la traigan luego. Adiós".

 

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La montaña sonorense

 

 Los de El Quiriego son muy delicados y quieren a su pueblito con toda su alma: de ese lugar es Alfonso Leyva, como digo antes. Alfonso hace muchos años que salió de su tierra para navegar en este mundo cara panda yendo a dar con sus huesos a Nogales Sonora. Encontrándose en esa ciudad en una reunión de amigos alguien le picó la cresta queriéndolo hacer enojar en son de broma diciéndole "cosas" de los de El Quiriego. Mi buen amigo Alfonso se enfadó un poco con el amigo aquel que lo estaba jorobando y "subiéndose pa’rriba" de una mesita donde estaban tomando sus copitas dijo a sus amigos: Siento el pecho palpitar, cielo santo; ¡No lo niego!, ¿qué más puedo ambicionar?, ¡Soy Feliz...!, Soy de El Quiriego, por vida de Dios... Unas lagrimitas se le rodaron a mi buen Alfonso de las linternas porque se encontraba medio pisto. Como sucede algunas veces cuando se toma, a unos les por reir, cantar, etcétera; a Alfonso le dio por rimar y le salió lo del pecho palpitante. Como se ve pues, los muchachos de El Quiriego no dejan de ser inteligentes, menos aquel mentado Presidente. Pero como digo antes, esta gente se hace la tonta para pasarla mejor que muchos que se las dan de aguzados, porque la mayoría de nosotros votamos por aquel que "es muy buena gente", aunque no sirva para nada como el Presidente de nuestra Historia.

 

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Bueno... pero íbamos diciendo de la familia Urrea de Cabora. Esta familia no era acomodada, pero teniendo siempre de qué echar mano, como la mayoría de las familias pueblerinas, teniendo sus propiedades limpias de polvo y paja, aparte de tener sus buenos fierros enterrados en una olla en el corral de la casa, se la pasaban muy choronamente. Entre los miembros de esta familia se encontraba Teresa, como llevo dicho. La niñez y la juventud de Teresa se caracterizó por su seriedad y altruismo para los indios que veían en ella un angel caído del cielo. Teresa no llegaba aún a los veinte abriles cuando descubrió que era poseedora de una fuerza magnética capaz de hiponotizar al Churumbón (cantinero de la localidad) por más changa que se pusiera, y haciendo uso de esas "facultades extraordinarias" curaba de muchas enfermedades a los vecinos de la comarca: era por estilo del taumaturgo Niño Fidencio y Hermano Isaías que a la postre ninguno de los dos sopló... Isaías vivía en Los Angeles California y a este taumaturgo le mandaban pañuelos de todas partes que devolvía ya listos para curar cualquiera enfermedad... ¡qué bárbaros!... Qué brutos...!.

 

el niño fidencio santo o curandero?

El “Niño” Fidencio

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Hubo una persona que padecía de callos y juanetes y le mandó un par de calcetines que se paraban solos diciéndole la enfermedad que padecía; naturalmente que pañuelos y calcetines no curaban nada. Pero así es la gente de crédula, más cuando se trata de "algo dioquis"... Teresa Urrea empezó a "hacer milagros" valiéndose de este medio entre la indiada rejiega; los indios la adoraban creyendo que realmente era un ángel caído del cielo. Cada día de su santo le hacían los indios pascolas y matachines en su honor quemando a sus pies ramas olorosas que para ellos eran sagradas por las cualidades curativas de éstas. Tanto revuelo hizo Teresa que su fama de santa llegó hasta el último confín del Estado, y "sus milagros" eran comentados de diferentes maneras.

 

 

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Ya se sabía en esta capital del detallito de los "milagros" de Teresa por las noticias que traían los "propios" de esa región, diciendo que efectivamente Teresa era una santa. Por todas estas noticias recibidas del meritito lugar de los hechos, se animó a liar sus maletas para ir a ver a la santa el año de 1888 Don Ricardo Gutiérrez, acompañando al abuelo de Servando Guerra que padecía de una enfermedad. Llegados a Cabora al pardear la tarde, en diligencia, dieron con la mentada santa que no pudo hacer nada con sus milagros porque se la voló; es decir, no dio chispa como la carabina de Ambrosio. El que sí hizo chuza fue don Ricardo que no perdió el tiempo viendo santas mitoteras, enamorándose y casándose con doña Pola, hermana de Teresa la santa, ambas hijas de Don Tomás Urrea.

 

 

El asunto de la santita de Cabora ya estaba tomando proporciones alarmantes debido a la ignorancia de las gentes, tanto que ya la indiada había dado sus primeros pasos para hacerle una capillita. El Gobierno, tomeroso de que las cosas llegaran más lejos, mandó a unos comisionados que dijeran a la santa que se dejara de barullos y que no hacía milagros. Teresa no se dio por aludida y siguió curando a su modo a los indios y blancos de su pueblito con la misma solicitud que desplegó desde un principio. Viendo las autoridades que la mentada santa no había dado "oídos" a la sugestión de éstas, se vieron obligadas a decir a Teresa que se pintara pa’l otro lado, donde allá podía hacer más milagros que en su tierra..

 

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Cuando los indios se enteraron de que su santa no estaba en el lugar de costumbre, pusieron el grito en el cielo poniéndose de fierro duro y asumiendo una actitud hostil para la gente pacífica que vivía en Cabora. Alguien lo comunicó al Jefe de los Tomóchis que Teresa había sido llevada rumbo al norte y que fácilmente la encontrarían en Nogales. El Jefe Tomóchic convocó a toda la indiada a una "conferencia de mesa cuadrada" en la cual decidieron organizarse y armarse hasta los dientes para rescatar a su santa. Los Tomóchis ya en pie de campaña agarraron pal’norte sin hacer daño a nadie de los pueblos vecinos al de ellos, pues esa no era su intención. La pequeña columna se componía de unos 60 individuos de esa tribu, bien armados con rifles y flechas, y cruzando valles y serranías caminando de día y de "nochi" en pos de la que ellos creían su salvadora, llegaron a las goteras de Nogales.

 

Nogales, 1899

 

Fue en esa forma como llegaron a esa plaza en son de reto demandando la entrega de su Santa de Cabora. Viendo que a su santa se la habían escamoteado pal’ otro lado, allí mismo decidieron hacer una matazón de yoris de puritito coraje... y fue en el año de 1897 cuando la plaza de Nogales fue atacada por los indios Tomóchis fanáticos y como no encontraron a Teresa se regresaron a su pueblo siguiendo la vida cotidiana de siempre.

 

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En el asalto de los Tomóchis a Nogales, los indios fueron derrotados tomando parte muy activa los celadores del Resguardo Aduanal, dejando muchos muertos y trece prisioneros a los cuales les dieron su colgadita para que no anduvieran haciendo barullo con santas y demás chivas. El Gobierno, viendo que los Tomóchis se metieron a sus jacales y que no siguieron haciendo tropelías los dejó en paz. Teresa Urrea, la Santa de Cabora, que hizo más barullo que un chivo viejo cuando lo van a matar, se casó en Estados Unidos y con el matrimonio se le acabó la fuerza magnética y dotes de curandera. Con el matrimonio se acaba todo... menos los dolores de la maceta por vida de Dios...