RODOLFO CAMPODÓNICO

 Por el Dr. Pascual Aceves Barajas

Editado por Manuel de J. Sortillón V.

 

El Famoso Vals “Club Verde”

 

Cualquier persona creería que uno de los más bellos valses mexicanos, que una de las más famosas melodías de nuestra patria, que una de las más conocidas composiciones en América y en el mundo entero por tener ya un sabor clásico indiscutible, el Vals Club Verde de Rodolfo Campodónico, tuvo un origen romántico, un motivo hondamente sentimental, un principio de clásica impresión femenina donde el artista por encargo a motu propio va a poner a los pies de la bella amada, de la siempre amada, de la única soñada, el producto idealizado de su inspiración y el bagaje lleno de ternura y de sentimentalismo que ha obtenido como fruto de su corazón apasionado.

 

Pero no es así, pues el vals “Club Verde” de Rodolfo Campodónico, uno de los primeros valsistas  de México y uno de los mejores músicos que tuvo Hermosillo al principios de siglo, no tuvo un origen galante, ni intervino en su factura el romanticismo “a entrante”, ni la ternura de sentimientos provincianos; su nacimiento fue netamente político, en plena dictadura de Porfirio Díaz, cuando el poder en Sonora era detentado por el famoso triunvirato Corral-Torres-Izábal, y cuando la inquietud del pueblo, en un brote de rebeldía política, de ansia libertaria, de oposición ciudadana, de inconformidad con la monotonía y la impasibilidad de un gobierno que destruía la voluntad soberana del pueblo, hizo brotar el ideal en contra de la tiranía organizando un Club antirreeleccionaista, el Club “García Morales”, que tenía en su distintivo el color verde al que dedicó Rodolfo Campodónico su bellísimo vals que sostenía la candidatura de Don Dionisio González, en contra de la oficial o de imposición que sostenía Izábal a favor de Don Filomeno Loaiza para la Presidencia Municipal de Hermosillo.

 

 El color verde era el color de los independientes y cosa curiosa, el color rojo era el color del mal gobierno. Las partidarias del Club colorado llevaron este color en los tacones de sus zapatos y sus adversarias usaron el verde. Los niños cuando silbaban la famosa pieza musical “El Club Verde”, los llevaban a la cárcel y cuenta la leyenda que hasta el mismo chacal Victoriano Huerta, protervo criminal del principio de la revolución, el hecho de escuchar “El Club Verde” le hacía un efecto sedante y en cierto modo lograba dominar sus impulsos homicidas. La candidatura de Don Dionisio González que sostenían los opositores era el primer paso contra los viejos imposicionistas; se llevaba adelante contra el triunvirato Corral-Torres-Izábal, antiguos porfiristas que fueron omnímodos en Sonora. El Gobierno obstruyó aquel brote de independencia al que tachó de demagógico y de corruptor; como estaba lejos aún la Revolución, dice el ilustre político Ingeniero Don Juan de Dios Bojórquez, triunfó por la fuerza el partido rojo. El candidato Don Dionisio González abofeteó al Gobernador Izábal, pero el trío en el poder lo combatió con saña.

 

La Orquesta de Campodónico

 

Hermosillo, el antiguo Pitic de los indios, era una ciudad alegre y confiada, bullanguera y luminosa; su gente no era alegre solamente durante el carnaval, pues el mal humor lo enterraban simbólicamente el sábado anterior a las carnestolendas, pero permanecía bajo tierra durante todo el año. Las bodas, los bautizos, los onomásticos, las fiestas patrias, los aniversarios, eran motivo para organizar fiestas y bailes. Se bailaba continuamente y se llevaban serenatas sentimentales a las muchachas casi todas las noches. ¿Dónde andará la música hoy?... en casa de la Fulanita o de la Menganita… Siempre tenían trabajo las dos mejores orquestas de la ciudad: la de Arreola y la de Campodónico; Don Antonio Arreola tenía una orquesta que dirigía desde su violín; era un buen músico y además prestigiado Juez de Paz. Se hizo tan popular que aunque no fuese su orquesta la de turno, en los toros o en el béisbol los de sol pedían siempre “que toque Arreola”. El otro director, Campodónico, fue un artista y un gran amigo. Su popularidad se extendió no solo por Sonora y Sinaloa, sino también en todo el territorio nacional. Además de dirigir su orquesta, de diez profesores, Campodónico componía dulces melodías; sus valses traspasaron las fronteras patrias dándole merecida fama y en varios países.

 

 

En la frontera la vida provinciana tiene sus particularidades; hasta 1910 se hablaba no solamente de pobres y ricos, sin al decir del Ingeniero Bojórquez, de familias de primera, de segunda y de tercera. Las muy refinadas y aristocráticas se llamaban “de Pullman”; ¿Dónde se podía mezclar una clase con la otra?; aquí en mi pueblo; el jardín tenía dos clásicas y tremendas divisiones: una alta para los ricos, para los curros y para la gente de postín y una baja explanada para los peladitos y las clases humildes. Y yo ví cuando fui niño como cuando se subía al departamento de los “ricos” un ranchero “sombrerudo” o una mujer de rebozo, llegaba un policía y los invitaba a bajarse amonestándolos  haciéndoles ver su inferioridad social. Lo que valía era el abolengo no los recursos materiales. Había ricos, gentes de primera que morían de hambre antes de trabajar en oficios corrientes. Los hijos tenían que estudiar las clásicas profesiones liberales de abogados, médicos, ingenieros o banqueros. Se enguantaban las manos a pesar del calor y se lustraban las uñas escrupulosamente. Muchas familias de primera y de Pullman salieron a Estados Unidos en la época de la Revolución y como allá el que no trabaja no come, se vieron en la necesidad de desempeñar las funciones de lavaplatos o la de barrenderos.

 

El aristócrata se olvidaba de su condición a la hora de los paseos nocturnos y entonces sí se hablaba de tú con el cochero o con el bolero, con la pupila que servía las copas y con todo aquello que fuera llegando ahí. Si sacaba serenata, todos los filarmónicos eran sus amigos íntimos: “Oye Cham (así le decían cariñosamente a Campodónico), vamos a llevar serenata a mi muchacha y mientras el grupo de pisaverdes seguía tomando coñac o buen mezcal, la orquesta desgranaba los valses de moda, las danzas de Elourduy, los más gustados chotiss. De vez en cuando una petición romántica: “Oiga Maestro, tóquese “Recuerdo” con introducción de “Amor Imposible”, y la música, denominado el silencio nocturno, se ponía a llenar los aires con notas de Enrique Navarro, el compositor más obeso que produjo Sinaloa; los músicos, despreciando distancias sociales tocaban a todo el mundo. Campondónico no trataba de usted ni al Gobernador; era bien recibido en todas partes y como buen obeso y corpulento, siempre con su sonrisa diciendo gracejadas en todos los círculos sociales; era bien querido por gentes de escritorio, de mostrador y de cualquier parte. A pesar de su obligación de desvelarse continuamente, jamás Campodónico probó una copa de licor y era abstemio por temperamento.

 

Sus vicios capitales eran el cigarro y el café. Fumaba cigarrillos de torcer como los “México y España”, de Mazatlán, y bebía en grandes tazas de café negro sobre todo cuando tenía preocupaciones y deseaba estimular su inspiración. Campodónico permaneció virtuoso y limpio a pesar del contacto con gentes de parranda y de cualquiera que fuera el sitio que había frecuentado. Al otro día se presentaba como un caballero y era grata y efusivamente recibido en donde quiera. Por la limpieza de su vida y el afán que puso en dignificar a los suyos, Rodolfo Campodónico formó un hogar feliz y dichoso y que era muy bien visto en Hermosillo. Campodónico ganó dinero suficiente para dar a sus hijos comodidades y educación. Se afanó por ellos y triunfó en su empeño. En el parque “Francisco I. Madero”, en las tardes de concierto dominical, la orquesta plañía junto a la fuente de entrada en un kiosco que se construyó en el crucero de dos calles importantes. Campodónico dirigía allí sirviéndole el cornetín como batuta las piezas más en boga intercalando los valses que componía y que tanta fama le habían dado en el Noroeste del país. Dueño de una gran simpatía, jubiloso y cordial, saludaba a todo el mundo con su eterna sonrisa; las gentes de muy diversa condición social, capitalistas, obreros, dependientes del comercio, sirvientes de casas ricas, le tenían admiración y cariño.

 

La orquesta de Campodónico se componía de diez integrantes filarmónicos y “el Cita” (en las orquestas importantes, “el Cita” sirva para acomodar los atriles, cambiar los papeles y se encarga de citar a los músicos cuando hay trabajo urgente). Campodónico tocaba claramente el cornetín, pero sabía tocar en todos los instrumentos. Tenía vocación por la música y desde niño se aficionó a ella. Comenzó tocando el triángulo, después aprendió el cornetín y así sucesivamente fue estudiando flauta y clarinete, trombón y barítono, chelo y contrabajo. Rodolfo Campodónico era un hombre gordo y bonachón afable y dicharachero. Se sabía los mejores chascarrillos de actualidad y los improvisaba con gracia y donaire. Campodónico era hermosillense por todos los cuatro costados: sus mejores valses llevaban nombres de muchachas: Lolita, María Luisa, Luz, Elenita, etc. Casi no había mujercita guapa de Hermosillo a quien Campodónico no hubiera dedicado un vals. Los noviazgos se refrendaban siempre con esa dedicatoria y Campodónico llegó a adueñarse con razón de los pitiquenses. No tuvo tiempo para el chisme (muy frecuente en la provincia), ni para la política que se nutre de los mismos chismes. Campondónico era un hombre de cuerpo robusto, de mirada clara y atractiva, de cabeza grande, cabello alborotado, de amplia frente y con bigotes. Su cara era sanguínea y era un hombre lleno de vigor y de energías.

 

 

Rodolfo Víctor Manuel Pío Campodónico fue bautizado en la Iglesia Parroquial de Hermosillo el día 24 de julio de 1886 por el señor Cura y Vicario, Licenciado Don Florencio Medina y nació el día 3 del mismo mes y año siendo hijo legítimo de Don Juan Campodónico y de Doña María de los Dolores Morales, y sus padrinos los señores José López y María Ignacia Irigoyen. Como descendiente de un italiano, además de Rodolfo, se llamó Víctor Manuel (Rey y Papa), Don Juan Campodónico era oriundo de la provincia de Génova y antes de venir a México había radicado en los Estados Unidos; era un hombre de carácter afable dueño de una gran simpatía. Cuando tenía 20 a 23 años llegó a Guaymas allá por 1860 y cuando no había muchos requisitos para entrar al país.

 

Don Juan Campodónico

 

Don Juan Campodónico era hábil y diestro para tocar hasta tres instrumentos a la vez, metiendo mucho ruido aún cuando producía una música agradable. Cuentan que con sus notas ponía de buen humor a sus oyentes y hasta lo llamaban los enfermos. Sus instrumentos consistían, dice el Ingeniero Bojórquez, en una flauta como la que usaba el Dios Pan y a la cual Don Juan llamaba “Flauta Mágica” (era de carrizos delgados y se la colgaba al cuello para sonarla sin necesidad de las manos), luego tenía una guitarra grande de muchas cuerdas; el tercer instrumento era un tamborcillo que tocaba con el codo del brazo izquierdo ya que las dos manos se ocupaban de tocar la guitarra. Don Juan usaba una pluma en el sombrero. Tan pronto como Campodónico (el Viejo) fue conocido en Guaymas, su música se popularizó y fue llamado “el hombre orquesta”.

 

Daba audiencias a domicilio cobrando por sus servicios; ya con fama y algo de dinero, don Juan se pasó a Hermosillo donde vivió mucho tiempo y formó una buena banda de música en la época en que era Gobernador de Sonora el General Don Ignacio Pesqueira, quien estimó y protegió al pintoresco genovés. Don Juan fue muy estimado por la sociedad hermosillense  y se labró dentro de su seno una brillante reputación social. Campodónico, el Viejo, contrajo matrimonio con una señorita de Oposura (Moctezuma) y de ese matrimonio tuvo tres hijos: Rodolfo que fue el más célebre y notable, y dos mujeres. Con el cambio de política en Sonora, Don Juan quedó postergado y cuando regresó a Guaymas se dedicó a trabajar en asuntos agrícolas. No dejó por eso de ejercer su profesión de músico. Uno de los más grandes amigos de Don Juan, atraído por su música, fue el famoso General Don Guillermo Carbó quien figuró muchísimo en las campañas contra los Yaquis.

 

Rodolfo en Guaymas

 

Rodolfo estudió hasta el sexto año en varias escuelas primarias y superiores. Las de Quirino Rosas, Ramos y la de Lafontaine, todas de Guaymas. Se sabe que comenzó a tocar el triángulo de pequeño y a los 7 años el cornetín quizás por esto fue siempre su preferido. Sus primeras apariciones públicas las hizo a los 11 años. Su cultura musical no era elevada pero poseía el don divino de la inspiración, venido del viejo Don Juan. Rodolfo formó parte de la orquesta de su padre quien ya solo después sonaba “la flauta mágica” y la guitarra. Muchos hermosillenses tenían como el mayor deleite pasar las horas de pie ante los músicos oyendo las piezas románticas de moda sobre todo si se trataba de un vals nostálgico de Rodolfo Campodónico, o de Walteufel y también para oír la banda militar. Una banda de 20 músicos, oírla, era todo un acontecimiento como aquellas del “12 Batallón” que tantas veces tocara en la Alameda o la del 20 que traía un escogido repertorio. Entusiasmaban las variaciones del cornetín o del requinto. Ya era un erudito el que sabía distinguir la obertura  “Poeta y Campesino” de la de Guillermo Tell.

 

Campodónico descendía directamente de un europeo; no dilapidaba el dinero y como costaba muchos esfuerzos obtenerlo, sabía aprovecharlo bien. Vendía sus valses a como “cayera el marchante”, como es una dulce y curiosa costumbre en la provincia mexicana en que los jóvenes mandan hacer a los compositores notables de los pueblos el vals que desean con el nombre de su bien amada y pagando sólo una pequeña cantidad de dinero. Campodónico no obstante que cobraba bien sus valses, algunas veces compuso por pura simpatía. Su familia vivía bien, paseaba en coche, iba al teatro y con sus ahorros compró varias casas y habitó siempre mansión espaciosa y cómoda, pues tenía muchos hijos y en su hogar acogía a los parientes. Su casa tenía espaciosos corredores para que cupieran muchos catres de tijera. La vida hermosillense era barata: la moneda escaseaba mucho. Un dependiente ganaba $50 pesos al mes, “se daba taco”, relata el Ingeniero Bojórquez. Había coches de a 6 reales o $1.00 peso la hora; la comida mejor valía un tostón y la sandía de más volumen no pasaba de costar quince centavos. Tiempos remotos en que un ciento de naranjas valía diez centavos y los buenos albañiles no pasaron de ganar catorce reales por trabajar de sol a sol.

 

Campodónico era escrupuloso en el vestir; siempre estaba bien presentado y lo vestían los mejores sastres de Hermosillo. Usaba trajes de casimir francés, con largos y amplísimos sacos que caían hasta la rodilla. La moda venía de Tucson o cuando más de California. Casi toda la ropa era ridícula y sentaba mal. Todavía había mujeres que llevaban polizón y se peinaban estrambóticamente, colocando entre sus cabellos el abultador. A la salida de la misa de 11, después del acto religioso seguía la fiesta pagana. Los jóvenes deambulaban alrededor de la plaza mientras la orquesta de Campodónico desgranaba sus melodías. De cuando en cuando unos jóvenes “bien” iban a pedir al Director que tocara “Blanca” o “Mi Güerita”.

 

Campodónico Compositor

 

Se asegura que Campodónico compuso más de 1000 valses porque el total de sus obras musicales llegaba a 2,500, pero su forma favorita de expresión era el vals. En esa época los mejores valsistas del país (época por supuesto posterior a la de Juventino Rosas), fueron Alberto Alvarado en Durango que compuso los bellísimos valses “Recuerdo” y “Río Bonito” y Rodolfo Campodónico en Sonora que compuso “Club Verde” y “Blanca”; ¡si Campodónico hubiera podido presentar a concurso composiciones como “Emilia” y “Lágrimas de Amor”!. En Sinaloa también hubo dos grandes maestros, dos Enriques famosos por las melodías que produjeron: el uno se llamaba Enrique Mora que compuso el vals “Alejandra” y el otro era Enrique Navarro, autor del chotiss “Amor Imposible”, y que era violinista notable. Navarro era un compositor tan obeso que cuando se inauguró el Teatro Noriega de Hermosillo, una silla no pudo resistir su peso y se rompió estrepitosamente. Para que continuara el espectáculo hubo que conceder al famoso y corpulento músico dos sillas que apenas pudieron con los 140 kilogramos del inspirado violinista.

 

Baile de la Epoca

 

Las piezas musicales que empezaron a dar popularidad a Campodónico fueron “Herminia”, “Yo te Amo”, “Lágrimas de Amor”, “Luz”, “Margot” y “Mi Güerita”, pero el que más fama le dio fue “Club Verde”. Casi todas las obras de Campodónico llevaban nombres de mujer y fueron pagadas por los galanes más enamorados. He aquí otras de las que gustaron mucho: “Laura”, “Lolita”, “Blanca”, “Recuerdos”, “Virginia”, “Lupe”, “Adelina”. Dos composiciones de orden político: “Viva Maytorena” y “El Himno Constitucionalista”; una infinidad de evocadoras composiciones. Sus tríos fueron de los más gustados; su música se tocaba en noches de serenata como obsequio más grato a los oídos amados. Melodías que tendían al romance, al ensueño, a la galantería, a la promesa de los “Aires del Noroeste” que gustaba en todo el país sobre todo en Sonora y Sinaloa. Campodónico supo plasmar la vida entera de Sonora, virtud del genio que descendía de Italianos pero que se formó en un ambiente romántico como Hermosillo, aspirando el perfume de los azahares y conteniendo rostros tan atractivas de tantas mujeres bellas que existen en la gloria de Pitic, dice el Ingeniero Bojórquez.

 

Como el vals “Club Verde” tuvo un origen político, el canto de guerra de los oposicionista; se prohibió esta pieza adquiriendo gran popularidad porque gusta más lo prohibido. En Estados Unidos la “Ley Volstead” que prohibió el consumo de las bebidas espirituosas favoreció la propaganda del alcoholismo. Alguno de los noveles poetas de Sonora pusieron letra a “Club Verde”, pero sus palabras no se difundieron ni tuvieron fortuna. Del célebre vals triunfó la música que es bellísima en todas sus partes, especialmente en el trío pleno de cadencias y de romanticismo. El vals “Club Verde” se toca en toda América y Estados Unidos; es ya un composición clásica. Bastaría haber escrito Campodónico solamente este vals para ser conocido en todo el mundo. Otra de sus primeras piezas que triunfaron fue “El Primer Beso” que sedujo a las juventudes de este siglo y que produjo grandes poetas, escritores, filósofos y pintores. Produjo un gran músico que fue Campodónico que son su notable esfuerzo pudo triunfar como artista; este siglo más tarde dio generales revolucionarios y Presidentes de la República. La hostilidad y esterilidad de la tierra volvió rudos y valientes a los indios y por eso ha habido muchos rancheros sobrios y fuertes, así como muchos soldados para la Revolución; pero no tenía artistas y Campodónico vino a pagar el tributo artístico que Sonora debía a la República; no le llamó la política y fue amigos de los hombres de la dictadura porque le pagaban bien.

 

Pasaron los años y siguieron triunfando los valses de Campodónico. A principios de 1913 no solamente se habían popularizado sus piezas sino también la de sus discípulos y colaboradores. El estilo de Campodónico era identificado en seguida. Ninguno de los buenos compositores que vinieron después entre ellos “Chito” Peralta con su bella “Rosalía”. En el año de 1910, año del centenario de la Independencia, Campodónico había fundado la Banda del Estado para dar serenatas permanentes en las plazas de Hermosillo, pues antes solo daban audiciones las bandas militares  dependientes de la zona. Para las serenatas en la plaza era preferida la banda sobre la orquesta, por el hecho de que al aire libre no se oyen los violines como en salón cerrado. La sociedad de Hermosillo que juzgaba como música mejor la que hacía más ruido, gustaba de las bandas que se oyesen a mayor distancia; en las noches serenas, estrelladas y silenciosas, las interpretaciones musicales valían también por el número de maestros que las integraban.

 

Los aficionados empíricos consideraban magnífica aquella banda que tuviese como 50 músicos; Campodónico después de algunos titubeos para dirigir la banda, pues era distinto que manejar una orquesta de 10 integrantes, puso gran empeño en la obra y trabajando sin descanso pudo presentar la mejor Banda del Estado que contó con el favor del público en las primeras audiciones. En 1913 su banda era muy popular y tocaba en las fiestas patrióticas y sirvió para alentar a los seguidores del Constitucionalismo y para tocar el Himno Nacional al paso de Don Venustiano Carranza. Campodónico era el centro de atracción en todas las fiestas; le brotaban personalidades y sabía referir anécdotas picantes. Estaba hecho a la risa; sus salidas eran del buen gusto y provocaban carcajadas. Jamás estuvo de mal humor. Al paso de las muchachas decía en confianza: “Adiós, lindas”, y la respuesta era una sonrisa afectuosa. No abusaba de la popularidad ni era presuntuoso de sus éxitos musicales. Tenía cariño hacia todo, conformidad con la vida que desempañaba fielmente con su papel de producir emociones y júbilos, por eso los más ilustres hermosillenses siempre se hablaban de tú con él  cuando le daban el título de “Champ”.

 

Respondiendo al clamor popular e interpretando el sentir de las multitudes de Hermosillo, escribió el Vals “Himno Constitucionalista”; las palabras fueron del poeta Rosado y la música se la encomendaron a Campodónico. Empieza así aquél canto bélico: “Por la Ley y el Honor de la Patria, mexicanos el arma embrazad”. Por esos días Campodónico escribió la marcha “Viva Maytorena”, que muy pronto fue tocada en todas partes. Las bandas militares la ejecutaban en todos los actos. “Viva Maytorena” es la hermana mayor de otra popularísima pieza dedicada al inolvidable Maclovio Herrera por el compositor Pomposo Caballero. Campodónico seguía dirigiendo la banda del Estado, su nombre era ya muy famoso y su música había traspasado fronteras. Sin ser político militante se le considera proclive al Constitucionalismo; los hombres de la Revolución le seguían con afecto y Maytorena tuvo para Campodónico simpatías y deferencias. Había registrado su “Copy Rights” en Estados Unidos y se defendía de los repertorios de Wagner y Levien, que tan inícuamente explotaban a los músicos mexicanos. Sólo así pudo llevar su vida sin pasar miserias. Su familia vivió bien. Tuvo elementos para educar a sus hijos y hasta les formó un pequeño capital.

 

 

 

Rodolfo contrajo matrimonio con la señorita Camou en el año de 1895; tuvo cuatro hijos de los cuales tres eran mujeres y un varón. Se llamaban Natalia, María, Dolores y Juan. A pesar de que continuamente por asuntos profesionales tenía que dejar a su familia para andar en fiestas y con amigos, era un hombre hogareño. La mayor parte se la pasaba estudiando, componiendo y atendiendo las necesidades de sus hijos y esposa. La simpatía de Hermosillo hacia Campodónico nunca decayó. Campodónico hacía su música acompañado al órgano o de la guitarra. El café negro (el buen café) excitaba su organismo cuando le llegaba la inspiración; fumaba cigarrillos de torcer. Casi todas sus piezas se crearon de noche, porque entonces podía concentrarse mejor; tenía gran facilidad para escribir. Casi toda su música la envió a una casa de Boston que aseguraba la propiedad de la mayoría de sus valses que fueron ordenados por jóvenes de Hermosillo quienes halagaban a sus prometidas colocando sus nombres junto al del glorioso músico. De las piezas para hombres solo hay dos: “En tu Día” que hizo para el actor Gutiérrez y “Viva Maytorena” en honor de Pepe Maytorena. Recibió Campodónico honores en el extranjero y algunas veces le plagiaron canciones. Su nombre ha sido citado en Estados Unidos y Alemania; algunos de sus valses fueron ejecutados por la Sinfónica de Filadelfia.

 

Su Destierro y Fallecimiento

 

Aunque no fue político, su amistad con Maytorena lo hizo expatriarse cuando a fines de 1915 el Gobernador Don Pepe Maytorena abandonó el Estado después de las derrotas de Villa. Campodónico recorrió la frontera límite con su Estado Natal y al fin se estableció frente a la Plaza de Agua Prieta. Desde principios del destierro Campodónico alquiló una casa en territorio americano y le invadió la tristeza; sentía nostalgia del hogar y pronto organizó una fiesta y se hizo de clientela bajo la repugnancia de la música moderna de aquellos tiempos (fox trot). Dedicado de nuevo a la música se hizo popular y pudo vivir sin privaciones; su orquesta era contratada con frecuencia para tocar en minerales ricos de Arizona. Acostumbrado a recibir a todo el mundo de Hermosillo, ahora se encontraba con desconocidos. Eran raros los amigos. El trabajo constante lo hizo olvidarse y se entregó de lleno a la música. Le guardaron respeto las gentes de Douglas quienes se fueron imponiendo a él. No volvió a Hermosillo y en su casa de Estados Unidos empezó a hacerse viejo. Se casaron sus hijos, tuvo varios nietos a quienes adoró. En los últimos años tomo un aire similar al de su padre, Don Juan. Nunca fue político; su exilio fue un compromiso de amistad. Maytorena tuvo deferencias con él a las que correspondió acompañándolo al extranjero habiendo pasado así sus días postreros.

 

La música de Campodónico se encuentra en todos los repertorios de México; muchas de sus composiciones están grabadas en discos o se oyen por el radio. En ellas se percibe el espíritu alegre de Don Rodolfo sin que falten las notas melancólicas. Fue un maestro de otra época. Sus valses pueden tener reminiscencias de Strauss o de Waldteufel, que fueron geniales, pero son magistrales porque evocan con fidelidad el alma del noroeste de México. Si alguna región del a República representa una fisonomía característica es la de Sonora y Sinaloa, por sus gentes; sus bellas mujeres y sus paisajes así como por su música que tiene un colorido especial. Campodónico fue hombre de su tiempo y del noroeste, fue un representativo de dos épocas en la vida de Sonora; la de principios de la Revolución Constitucionalista hasta fines de 1915. Como buen artista murió del corazón; fue en Douglas Arizona a las 04:32 PM del día 07 de Enero de 1926. Acabó sus días poco antes de cumplir  los sesenta años. Fue enterrado en el Cementerio de Douglas con una sencilla ceremonia y con un pequeño cortejo formado por familiares y fieles amigos. No hubo oración fúnebre, pero cuando la noticia de la muerte llegó a Hermosillo, el comercio cerró sus puertas en señal de duelo; así terminó su vida uno de los mejores compositores de México.