CAMIÓN “SONORA”
Por
Fernando A. Galaz
30 de
Noviembre de 1956
Todas las
cosas, por inanimadas que parezcan, tienen sus reflejos propios que denotan el
estado de ánimo en que se encuentran, y en ciertos momentos, si uno se
concentra, puede oír hasta sus voces, sus lamentos, sus quejas, sus alegrías;
por eso, cierto día del mes pasado, al contemplar el camión amarillo “Manuel
González” estacionado en la calle Monterrey y Matamoros, vi
que todo en él irradiaba optimismo y fé.
Ya están en
sus cómodos asientos Angelina Mejía, mujer de pequeña estatura pero grande de
corazón que peleándose con el destino ha logrado consolidar su situación;
Francisco “Víbora” Cota, viejo trabajador por más de 30 años de servicio en la
policía; Jesús Ruiz Cota, honrado y competente coordinador laboral leyendo el
cuaderno de monitos “El Pájaro Loco”; el formal locutor José Arias; el viejo
plomero local Santa Ana Meza en animada plática con el veterano hermosillense y
mejor relojero local Pablo Gómez; un grupo encantador de cuatro chiquillas
uniformadas de azul y dos jóvenes hermosas maestras del Estado.
Al iniciar
alegremente su corrida, sube el siempre caballeroso Mayor Cervantes y momentos
después hacen su entrada triunfal tres hermosas colegialas quinceañeras que con
una gracia y donaire que causaría envidia en cualquier corte imperial, extiende
sus anchas faldas al sentarse con esa exquisitez, con ese natural donaire y
señorío que ha hecho famosa a la mujer sonorense. Sube triunfalmente Lydia Peñúñuri luciendo sencillo
vestido primaveral que hace resaltar la blancura de su piel y sus sinuosas líneas
corporales. El arcano de su mirada nazarena contrasta maravillosamente con la
prometedora sonrisa de sus rojos labios. Por ahí cerca del Jardín Juárez un
bullanguero grupo de estudiantes universitarios toma por asalto entre burlas y
sonrisas y pullas sus asientos, y por allá, cerca de
Han tomado
sus asientos también tres juveniles capullitos que se van convirtiendo en
fragantes y hermosas musas, Matilde Bobadilla, Martita Montaño y Yolanda
Ballesteros, y cerca de ellas llena de simpatía, el malicioso resplandor de los
pequeños ojos de Lupita Montoya dan vida al conjunto. Sigue el viaje el alegre
camión con su recorrido por las colonias subiendo y dejando pasaje y hasta el
cruzamiento de la calle Yañez y Veracruz, ahí de cara
con un hermoso convertible rosa, con un desdén lanza improperios contra el
modesto camión que lleva tanta hermosura. –“Fíjate lo que traigo”, le contesta
el camión: “Sana niñez, pujante juventud, artesanos, empleados, comerciantes,
autoridades, todo lo bueno y noble que tiene nuestro querido Sonora; digo mi
Estado porque yo también soy sonorense, que ha hecho que se coloque como el más
emprendedor y más próspero de