CAPÍTULO
V
EL ADIÓS A SAN BRUNO
“La Giganta”
es un enorme promontorio que sobresale en la costa sur de Baja California; sus
laderas del lado oeste son más pronunciadas que las del Este, por lo que la expedición
tendría un duro escollo que resolver, ya que
San Bruno se encuentra en la costa occidental de la “mayor isla del
orbe” según la creencia de aquel entonces. Kino escogió un buen caballo; en sus
alforjas llevaba los instrumentos de navegación que le permitirían hacer los
cálculos correspondientes para la elaboración de los mapas, sin apartarse de
aquellos pequeños regalos, libros y papeles para sus increíbles diarios en el
registro meticuloso de sus observaciones y acontecimientos que nos han permitido
conocer esta historia. La comitiva expedicionaria estaba compuesta de 25
soldados, 6 indios Mayos, 12 indígenas naturales de California (6 “Didius” y 6
edúes). Se utilizaron 14 caballos, 4 mulas de carga y provisiones para 12 días.
Blas de Guzmán y el Padre Goñi se quedarían en la
Misión mientras que en la
Isla de Coronado, a bordo de la “Capitana”, permanecieron en
vigilancia 10 marineros y el Alférez Lorenzo de Lezcano.

La expedición por el centro de
California incluyó por 25 soldados españoles.
El día 01 de diciembre se inicia la conquista de “La
Giganta” bajo el mando de Atondo y Kino, en una trayectoria
histórica pues muchos sitios fueron puestos al descubierto para el mundo en
aquella memorable ocasión. Tres leguas (12
km) al noroeste se encontraron abundancia de agua y
grandes pastizales, un lugar a que los nativos llamaban “Londó” y que al tiempo
se convirtió en la Misión
de San Juan Londó; aquí se unieron al grupo 5 nativos. Más adelante
descubrieron un gran manantial al que llamaron de San Francisco Xavier.
Justamente al llegar al pie de la gran montaña al tercer día de camino, Atondo
termina convenciéndose que es imposible continuar con los caballos por aquella
ruta escarpada, en una ladera tan pronunciada, y decide continuar a pié dejando
los animales a cargo de 6 hombres.
Atondo escribe: “Proseguimos nuestra jornada cargando cada cual el
bastimento que pudo, y subiendo algunos soldados ágiles, sin armas y descalzos,
nos arrojaron una soga y amarrándonos por la cintura, pudimos subir los demás.
Este día andaríamos como 6 leguas (24km)”, y añade, “por
hallarme rendido y ampollados los pies, otros cinco soldados y el cirujano no
pudimos pasar adelante; otro día mandé al Alférez Nicolás de Contreras Ladrón
de Guevara que fuese con los demás a descubrir la tierra más adentro; fue en su
compañía el muy reverendo Padre Superior Eusebio Kino y cinco peones; salieron
el día domingo y regresaron el lunes”. La expedición
pronto llegó hasta la cumbre de la montaña, hasta un sitio al cual pusieron por
nombre de La Santa Cruz,
esto en recuerdo de un hecho curioso cuando se tuvo que derribar un enorme
cactus; al caer formó una cruz perfecta
con otro palo. Es aquí cuando se le titula a esta sierra como “La
Giganta”; Kino escribe: “por ser muy alta,
que desde Yaqui al ponerse el sol se descubre, y también porque los días
pasados habían dicho y creído algunos que en estas tierras de los Noys había
gigantes, la llamamos La
Giganta”.

Sierra “La
Giganta” en Baja California Sur
La vista era particularmente bella desde las alturas; enormes llanuras
se observaron hacia el occidente a las que les dieron por nombre Dádivas de
Francisco Xavier, ya que fueron descubiertas el día 3 de diciembre. No tardaron
en aparecer algunos indígenas del lugar llamados “Noys”, quienes al observar la
expedición corrían desesperados a buscar refugio. A unas leguas de recorrido
por el valle encontraron una laguna a
la que llamaron de Santa Bárbara, lugar donde Atondo decide acampar. Al día
siguiente Kino y 18 hombres prosiguen la exploración hacia el noroeste y se
encuentran con un bonito valle al cual deciden nombrar como San José; otra gran
laguna decoraba el paisaje la que titulan de San Salvador y un cerro también a la vista de grandes
dimensiones es nombrado de San Eusebio. En un momento del camino la expedición
fue abordada por 17 indígenas armados con arcos y flechas; Kino escribe: “Todos
los señores soldados se pusieron en armas; yo saqué unos pañuelos colorados y
unos abalorios, me fui acercando a los indios que luego pusieron sus armas en
el suelo y se sentaron en señal de paz; el jefe de unos 50 años de edad se
levantó y me hizo señas de que pasáramos adelante, hacia el norte, pero ni él
ni los suyos hablaban palabra. Quedaron contentos todos y después nos dijeron
que más al poniente, tras el cerro de San Eusebio, corría un río que iba a la
contracosta (cosa que los otros indios nos han referido también en el Real de
San Bruno, didius y edúes)”. La expedición terminaría el día
caminando de regreso a San José; el día 6 se reunieron con Atondo en Santa
Bárbara, bajaron por el paso de Santa Cruz de nuevo a gatas hasta llegar al
sitio donde dejaron caballos y mulas al pié de la montaña; finalmente, por la
tarde del día 7 de diciembre eran recibidos con alegría en San Bruno.
Inmediatamente Kino comenzó a bosquejar el legendario mapa de la zona, mismo
que fue concluido y enviado en la
“Capitana” en su viaje por provisiones al Yaqui el 21 de diciembre de 1683.
Aunque este segundo reconocimiento de California, algunas veces llamada
Carolinas por Kino, puede considerarse fructífero alcanzando el objetivo de
lograr cierta exploración de La
Giganta, Kino no estaba conforme. Tenía que descubrir un
camino seguro y cómodo para los caballos y mulas hacia el otro lado de la gran
montaña, pues la contracosta seguía siendo la meta final. Dos semanas después
organiza una pequeña expedición con Nicolás de Contreras, 8 soldados a caballo
y 4 nativos. Unas leguas adelante se les unieron 15 nativos más por corto
tiempo; Kino relata: “... después nos fueron siguiendo Vicente
y Eusebio (dos nativos), y también un cuervo que dos leguas antes había
empezado a seguirnos, pues unas veces nos seguía, otras nos iba más adelante
sin apartarse de nosotros más que cuando mucho un tiro de arcabuz; de esta
manera nos vino acompañando toda la tarde en camino de más de seis leguas hacia
el norte. Quedándonos siempre al poniente a mano izquierda la serranía o Sierra
La Giganta,
llegamos a un nuevo río que llamamos Santo Tomás, que era el día de este
glorioso santo apóstol de las Indias”. Este río los
llevaría caminándolo hacia arriba hasta una gran cañada que daba directamente
hasta el parteaguas de La
Giganta; detrás tendrían el comienzo de un afluente del Río de
La Purísima,
el cauce buscado que los habría de llevar hasta la contracosta. El problema estaba resuelto. La expedición
continúo del otro lado de la
Giganta unas leguas más, donde descubrieron nuevos
asentamientos indígenas; de regreso fueron llevados por los mismos nativos a
través de otros caminos más cortos para cruzar la sierra, al fin y al cabo
dichas veredas habían sido pisadas por ellos desde tiempos inmemoriales, y
evidentemente los conocían a la
perfección. Para las festividades de navidad la expedición estaba de regreso a San
Bruno y la buena noticia los motivó a organizar una tercera entrada.

Región de las Primeras
Exploraciones en California
Pero esta nueva exploración tendría que esperar a las nuevas
provisiones que estaban siendo gestionadas en la costa de Sonora y Sinaloa. La
verdad de las cosas, en términos generales, la
Misión estaba pintando para fracaso. Se suponía que San Bruno debería bastarse por sí misma para
desarrollarse, pero los recursos
hidráulicos escasearon, no se podía regar y las lluvias no se veían por ningún
lado. De cualquier forma los colonos se las ingeniaron para hacer producir algo
de la tierra cavando algunos pozos en el arenal del río Grande; Kino escribe:
“Y la experiencia nos iba enseñando que para la reducción de éstos (los
indios), no había limosna ni regalo más a propósito que las cosas del diario
sustento. Ni se duda que con las primeras aguas que vengan se podrán sembrar
muchas milpas así de maíz como de trigo, y de todo cuanto se da en Sonora,
Hiaqui, Mayo y Sinaloa para el común socorro así de ellos como de nosotros”; por lo visto a Kino le faltaba conocer más la hidrología de la región.
Atondo también escribe acerca de las dificultades agrícolas: “... a
mediados del mes de octubre del año pasado de 1683, el soldado Domingo Julián
de Sosa, en un pedazo de tierra que le pareció de mayor humedad y a propósito,
sembró unas matas de maíz, calabazas y garbanzos, y aunque no era el tiempo a
propósito, no obstante llegó a crecer y a granar, aunque no con perfección por
causa de las heladas del mes de diciembre, las cuales maltrataron y secaron
todo lo sembrado”. En otra parte de su reporte añade: “... y
por causa de haber cegado los vientos todo lo que se sembró en el arenal y caja
del río no produjo sino sesenta o setenta matas que empezaron a caer en el
abrigo de la fortificación, las cuales por falta de humedad no llegaron a
granar con perfección y de las dichas
matas se cogieron siete sacas y media de elotes, algunos de ellos vanos y sin
grano alguno”. Aunque las cosas en la
Colonia pasaban por tranquilas en términos generales, con
mucho trabajo y dedicación, no todo era perfecto. Se supo del caso de la muerte
de un indio de manos de un soldado que había sido emboscado por naturales ante
lo cual el Almirante Atondo se mantuvo al margen.

El maíz no era conocido en
California; no había agua segura y los intentos por cultivarlo fracasaron.
De cualquier manera los trabajos en San Bruno siguieron adelante; Kino
relata en su diario del 24 de abril: “Se trabajó mucho en la
fábrica del último baluarte, se le pusieron las vigas y morillos, pues dentro
de este baluarte así como en los otros dos, había como un capaz aposento en que
se pudieran poner bastimentos y otras cosas... vino toda la ranchería a ayudar
mucho, como siempre, en la fábrica de la fortificación, acarreando zoquite,
piedras, agua y leña para todo el real y zacate para los caballos”. Se sabía que la
Colonia estaba dependiendo del exterior y Atondo estaba más
que preocupado. Diariamente las miradas eran puestas en el mar azul del Golfo
en espera de los suministros que traerían los veleros; para el mes de agosto
Atondo describe lo que le queda de abasto: 3 carneros, 2 ovejas, 2 corderos, 33
cabras, 8 gallinas, 2 gallos, 9 costales de harina, 7 fanegas de maíz, 2
fanegas de frijoles, 16 arrobas de mantequilla, 25 quesos pequeños apolillados,
un almud de garbanzos, medio almud de lentejas y dos almudes de chiles para 71
personas que había en la
Colonia y cientos de naturales que trabajaban en la
construcción a cambio de alimento. Diez meses después de haber salido de San
Bruno, La Almiranta
por fin regresa; aquel 10 de agosto de 1684 descargaron algunos suministros
para felicidad del Almirante, aunque no le gustó mucho la llegada innecesaria
de 20 hombres más que habría que alimentar, entre los cuales venía el Padre
Copart en sustitución del P. Suárez, el tercer fraile; también se bajó del
barco el Veedor Real Muñoz de Moraza, que para colmo evidenciaba un estado de
salud muy delicado.
La expedición pendiente a la contracosta tendría que esperar hasta el
invierno, pues faltaban caballos y mulas para el transporte del equipo y
soldados, además de los alimentos para la comunidad; San Bruno nada producía.
Se organizaron varios viajes de la
Almiranta hacia Yaqui; el primero de ellos inicia el 29 de
agosto con Kino y el indígena Eusebio a bordo regresando el 25 de septiembre
con 10 caballos, 2 mulas de carga y 45 carneros; el Padre jesuita iba también
por objetos de regalo muy importantes para aquellos primeros acercamientos con
los naturales. El indígena llegó maravillado. Al día siguiente, Goñi y cuatro
indios más viajan en la segunda travesía regresando el 25 de octubre con otros
15 caballos, 2 mulas de carga y 150 arrobas de carne, todo del Yaqui. A los dos
días La Almiranta
regresa a Sonora por otras 15 mulas, 2 caballos, 2 cargas de pescado, 20
tercios de carne, 7 de queso, 12 fanegas de frijol, barras y herraduras
calzadas. El 16 de noviembre se inicia el cuarto viaje y dos semanas después el
velero se estaciona en San Bruno con 16 caballos, 1 mula y 1 macho aparejados,
55 carneros, 12 botijas de mezcal, 20 fanegas de sal, 50 fanegas de maíz y 12
arrobas de manteca (1 fanega=60 litros y 1 arroba=11 kilogramos).

Caballos y perros empezaron a
verse en San Bruno (pintura europea de la época por Philips Wouwerman)
Para esta última travesía La
Almiranta no podía más
ya que le faltaban cables y estaba bastante deteriorada; urgía su reparación
para dar servicio seguro por lo que se tomó la decisión de enviarla al taller de
Matanchel; Muñoz de Moraza escribe: “La
Almiranta ha ido a Yaqui cuatro veces, y espero en Dios que
complete también éste, por su bien y por el nuestro, pues le falta casi todo y
nosotros tenemos provisiones sólo para tres meses”. De la Capitana
y la Balandra
nada se sabía, así es que aquellos valientes Colonos se quedarían de nuevo
aislados del mundo sin saber a ciencia cierta cual sería el destino de aquella
aventura en San Bruno. Kino sabía que si no encontraban un río mejor del otro
lado de La Giganta
las cosas se complicarían; aquella tercera entrada a la
Península prácticamente definiría el futuro de una Misión que
día con día se complicaba cada vez más.
El 23 de diciembre de 1684 “La
Almiranta” llegó a Matanchel proveniente de San Bruno en un
viaje de 9 días; el Padre Copart acompañó al Capitán Andrés quien llevaba la
encomienda de Kino de buscar más apoyos del Virrey. Atondo por su parte pedía
la presencia de La Capitana
y La Balandra
con nuevos abastecimientos, pero principalmente, negociar la traída de
buscadores de perlas, expertos que supieran zambullirse en las transparentes
aguas del Golfo; con la obtención de estas preciadas joyas, Atondo pretendía
sufragar los costos de los productos alimenticios que no podían obtenerse aún
en la California.
La Colonia
volvía a quedarse sola, y mientras tanto, la expedición tomaba forma. San
Isidro, un sitio localizado al Este-NorEste de San Bruno ofrecía un mejor lugar
para el campamento; buenos pastos y agua segura permitían alimentar a la no
poca cantidad de mulas y caballos que estaban siendo preparados para la
travesía. En este lugar se levantó después la
Misión de San Juan Londó. Con muchas interrogantes en el
ambiente el plan se llevó a cabo; el 14
de diciembre el Padre Eusebio y el Almirante Atondo cabalgaron de San Bruno a
San Isidro a encontrarse con el resto de la expedición que inmediatamente
partió al día siguiente rumbo a la conquista del Mar del Sur. El grupo estaba
formado por 29 soldados, 2 muleteros, 9 indígenas, Kino, Atondo y el doctor
Castro.

El viaje por el Río La
Purísima fue difícil para los exploradores
La
travesía no resultó fácil. Mucho tiempo se perdía en cortar la maleza, remover
las rocas de las montañas y rellenar huecos que permitieran el paso de las
bestias con la carga y los soldados. A menudo Kino subía la montaña más alta
para observar con sus aparatos el rumbo que debía tomar la expedición pues
tenía el control de las brechas. La herradura de los caballos seguía siendo un
gran problema por su desgaste en las rocas; días completos fueron utilizados
para descansar a los animales o bien para repararles las patas y en más de una
ocasión algún semoviente se abandonó al quedar inutilizado para el viaje,
convirtiéndose en milagroso alimento para los hambrientos nativos. Después de
cuatro días de camino, el grupo expedicionario llega a Santo Tomás, una
población ya conocida por Kino en su viaje de reconocimiento que realizó con
Contreras un año antes. Aquí se incorpora el Jefe Leopoldo quien ofreció sus
valiosos servicios de guía. Tres días después llegaron al arroyo “La
Purísima” que descarga hacia el Océano Pacífico; la ruta
quedaba trazada.
El
descenso por el arroyo fue difícil y peligroso; la gran cantidad de rocas en el
camino provocaron un viaje lento y cansado. Un enorme cañón se elevaba hasta el
cielo mientras que el lecho del arroyo era una gris confusión de pedruscos. Un
día después de Navidad Atondo escribe: “la ruta seguía entre tantas peñas
que los más desmontaron para pasarlas y otros cayeron unos sobre las peñas y
otros en el agua; a todas las demás cargas le sucedió lo mismo no obstante que
los que iban desmontados cegaban los huecos de las peñas con piedras”. Pero
el tramo malo por fin fue dejado atrás y para el día 28 de diciembre ya se
encontraban en mejores parajes, tanto que una parte se quedó en un sitio
titulado “Los Inocentes”, en honor a la fecha mencionada. Para el día 30,
Atondo, Kino, 18 soldados, 3 indios cristianos y dos cargas de bastimento se
encontraron con La Mar
del Sur, siendo esta la primera expedición que reconocía el Océano Pacífico por
California. El mismo día 30 tuvieron un primer encuentro con los nativos de la
región; una vez más Kino desempeñó un papel de mediador y pacificador, valiéndose de pequeños regalos e intentos de
diálogo demostrando a su modo la buena fe de los forasteros. Pero la noticia
del día fue el descubrimiento de unas enormes conchas azules de abulón, tan
grandes que los nativos las usaban como vasos para beber. Así también,
encontraron osamentas grandes, medianas y pequeñas de ballenas, un espectáculo
que hoy en día distingue a esta región del mundo; es conocido el hecho de que
estos mamíferos navegan durante largas distancias para tener a sus crías en
estas cálidas aguas del Pacífico.

Ruta de la
Expedición de San Bruno al Pacífico por Kino y Atondo (Amplificar).
Atondo dio
el título de Bahía de Año Nuevo al estero visitado, haciendo alusión a la fecha
de llegada (aunque en realidad fue dos días antes). Para el día 13 de enero de
1685 los exploradores estaban ya de regreso a San Bruno, con la buena noticia
de haber cruzado la “isla más grande del mundo”, pero con la tristeza de un
viaje lento, difícil y muy cansado, con expectativas poco halagüeñas para
formar una Misión de mayor éxito que la que estaban intentando en el Golfo.
Atondo continuó realizando recorridos ahora hacia el sur acompañado por Goñi en
esta ocasión, aunque la travesía inevitablemente tuvo que hacerse bordeando a la
Giganta por la costa. El Almirante no logró su propósito de
llegar hasta la Bahía
de Magdalena, aunque logró visitar lugares que después serían famosos años más
tarde; a lo largo de 150
kilómetros Atondo visitó y nombró 14 rancherías y pudo
haber visto un total de 2 a
3 mil personas. No había tierras susceptibles de cultivar, ni aguajes
aprovechables para el riego pues la mayoría eran pozos abiertos en arroyos
secos, ni siquiera árboles que pudieran emplearse para construir. Solo cuervos,
patos, grullas y pájaros marinos fueron avistados. En cuanto a los nativos,
eran altos, robustos, bien parecidos y más numerosos que en ninguna otra parte
de California. Para el día 6 de marzo la expedición regresa a San Bruno
inconforme y con las manos vacías; después de un año y medio en California las
buenas noticias escaseaban así como los suministros. La única esperanza para
sufragar los gastos de California serían las perlas que al parecer abundaban en
los mares de la región, así que todo dependería de los buscadores que Atondo
con tanta ilusión había solicitado a las autoridades.
A mediados
de marzo “La Balandra”
llega a San Bruno bajo el mando de Francisco de la
Aberiaga; para el día 26 “La
Capitana” por fin regresa también trayendo a bordo cuatro
pescadores y algunas provisiones; pero el escenario que encontró Guzmán se veía
en plena calamidad. Más de un año y medio de sequía había provocado pocos
riegos y cultivos, y para colmo, surgió
un brote de escorbuto que para el mes de abril se convirtió en epidemia. El
agua también se estaba convirtiendo en salobre y poco a poco empezaron a morir
soldados mientras que otros quedaron paralíticos; la mayoría sufría estragos de
la enfermedad. Los problemas para Atondo se multiplicaron: el Virrey ya pedía
bautismos los cuales se podían contar con los dedos de las manos; la inversión
en la California
se acercaba al cuarto de millón de pesos y no se veían los frutos del trabajo
misionero. Atondo convocó a una junta de Consejo para darle salida a la situación;
asistieron Kino, Goñi, Guzmán, Muñoz de Moraza, Lezcano, Contreras y el
cirujano Castro. La lista de soldados en activo llegó a 15, pues 39 estaban
inhabilitados y 4 habían muerto. Finalmente se resolvió enviar a los enfermos
en La Capitana
hacia Yaqui, esperando que con el buen clima y mejor alimentación los pacientes
se recuperaran; después, con la tripulación posible la misma Capitana al mando
de Guzmán y Kino, tratarían de encontrar un mejor sitio para la
Misión hacia la región norte de la
California, mientras que Atondo y Goñi por su parte le darían
forma al proyecto de las perlas. El Padre Eusebio nunca estuvo de acuerdo con
abandonar San Bruno, pero pese a su dolor, inevitablemente tuvo que aceptar la
triste realidad.

El adiós a
San Bruno; ¿en donde terminarían sus días estos primeros barcos fabricados en
el noroeste de México? (Pintura de Pierre Puget acerca de barcos de guerra,
1670).
A principios del mes de mayo el plan se pone en práctica. El día 6 se
iniciaron los preparativos en los cuales los mismos indios también se
incorporaron en la ayuda. Empacar las pertenencias fue un trabajo muy lamentado
para los colonos que como pudieron acomodaron de nuevo a los mejores caballos;
el resto terminó en banquete para los nativos. Muñoz de Moraza agonizaba, era
uno de los más graves y terminaría falleciendo dos días después de llegar al
Yaqui. El 8 de mayo de 1685, por la
tarde, La Capitana
con el Padre Eusebio y Guzmán a bordo se despiden de San Bruno; siete muchachos
se animan a viajar con Kino pero el Almirante solo acepta a dos con la
condición de que ayudaran al Padre en el aprendizaje de la lengua nativa; el
resto se bajó de la nave con lágrimas sinceras y sonoras que conmovieron a
todos. Una niña de 15 años llamada Francisca, huérfana por la muerte de su
padre de manos de los españoles, que sirvió en la casa del Almirante y aprendió
buena parte del Catecismo, también quedó desconsolada y sufrió con el P.
Eusebio aquella amarga despedida; es aquí cuando Kino pensó por vez primera en
desarrollar Sonora a fin de salvar “las Californias”.