CAPÍTULO XIV

LA AVENTURA DE LAS CONCHAS AZULES

 

 

Llegaron cuatro indios de San Rafael como guías de la expedición rumbo al Golfo de California, misma que inicia su camino la tarde del 9 de marzo de1701 con cuarenta cargas de bastimentos y avío repartida en tres atajos por la falta de agua en el camino. Por la noche los viajeros acamparon en Arivaipa donde los pobres animales apenas bebieron agua en pequeños aguajes; partieron a Quitovac al día siguiente. Cada vez que celebraban misa se utilizaba el estandarte de la Señora de Loreto en un altar portátil; Kino y Salvatierra cargaban el estandarte en tiempos iguales durante el día.

 

La marcha llevaba música; Kino escribe: “En varias partes de este camino había tanta amenidad y hermosura de rosas y flores de diferentes colores, que parecía los había puesto la naturaleza en recibimiento de Nuestra Señora de Loreto. Y casi todo el día fuimos rezando y cantando varias oraciones y alabanzas de Nuestra Señora en diferentes lenguas: en castilla, en latín, en lengua italiana –tanto Kino como Salvatierra eran italianos- y también en lengua califórnica, pues los cuatro grandes y dos chicos naturales de allá, estaban en todo instruidos que cantaban las oraciones según el dicho padre rector, ya que se las había puesto en lindas coplas de la misma lengua califórnica. Decíamos con el santo salmista: Cantabiles mibi erant justificaciones tude in loco peregrinacionis meae (Tus justificaciones eran el tema de mi canto en el lugar de mi peregrinaje)”. Ese día no pudieron llegar a Quitovac y acamparon en Texubabia a las 10 de la noche; Manje comenta: “Este día fue el de mayor trabajo, angustia y aflicción, pues ya se nos cansaban las bestias por falta de agua; unos nueve o diez animales huyeron locos de sed esa noche”.

 

Salvatierra logró descubrir con argucias un ojo de agua la mañana siguiente. Algunos nativos del lugar trajeron un poco de agua para los hombres pero comentaron que estaba demasiado retirado; Salvatierra ofreció regalos a un indio si le traía agua y le tomó el tiempo; tardó tres cuartos de hora, por lo cual dedujo que no estaba lejos. Salvatierra ordenó que le ensillaran una mula y que el mayordomo lo siguiera con una gran olla; efectivamente, el aguaje estaba en la ladera de una colina a dos kilómetros del lugar en un sitio llamado Suaracán. Todos los animales fueron a beber y Kino celebró una misa de acción de gracias.

 

Al llegar a Quitovac encontraron un oasis con seis rebosantes ojos de agua aprovechando la ocasión para descansar todos un día completo. Salvatierra predicó a los soldados en lengua castellana y a los indios en pima; fue en persona a cortar un palo grande con una hacha para formar una cruz; según Salvatierra al elevarla ya formada todos procedieron a hincarse. Para el día 14 de marzo los viajeros ya estaban en Sonoita donde los recibieron como tradicionalmente se hacía según Salvatierra: “con arcos, cruces y ramada; que a todo esto los tenía industriados el Padre Kino”. Desde Sonoita mandaron por guías a la costa; como intérprete llevaron a un topil “medio atronado” que sabía las dos lenguas, el Pima y el Quíquima.  Entretanto, surgió la discusión sobre la ruta a seguir para bordear el cerro de El Pinacate; Kino ya lo había hecho por el sur, Manje prefería continuar hacia los Yumas por el Camino del Diablo mientras que Salvatierra opinaba un mejor camino por la montaña del norte a la cual los indígenas se opusieron. Los guías despejaron la duda: la propuesta de Cartógrafo Kino fue la mejor. El día 18 de marzo de 1701, la comitiva inicia el camino hacia una de las más difíciles entradas en la historia de las expediciones del afamado Eusebio.

 

La expedición planeada por los padres Salvatierra y Eusebio Kino dejó Sonoita, caminando por la ribera del Río del mismo nombre durante 40 kilómetros de llanos pedregosos; llegaron a la ranchería de Sucoybutobabia, un sitio muy pobre de 200 almas donde escaseaba el agua; dirigidos por los dos padres, todos cavaron con las manos unos pozos “para que no pereciese la gente de sed en este paraje”.  En una cueva cerca de ahí encontraron a una vieja, según Salvatierra, “tan decrépita que no tenía más que la piel y los huesos; tanto que afirmaron todos que pasaría mucho más de 100 años... Y reconociéndose que el yerro de la quedada en tan mal paraje no era del indio atronado sino disposición misericordiosa de la mano de Dios, catequizada la vieja, que significó los deseos de ser bautizada, recibió el agua del santo bautismo llamándose María, pues por María le venía la buena dicha”. Tres días después falleció; según Manje: “parecen señas predestinadas de errar el viaje para que fuésemos por aquí y recibiese tal prenda”.

 

El 19 de marzo de 1701 viajaron al suroeste llegando a la ranchería “Basoitutcan”, donde había algún pasto y agua, por primera vez en 48 horas. El lugar estaba al sur y en las faldas del cerro de Santa Clara. Sus habitantes eran muy pobres y estaban desnudos; vivían de raíces, saltamontes, algunos mariscos y lagartos que los viajeros llamaron “iguanas”. Una vez más el P. Salvatierra investigando en los alrededores encontró junto con un soldado llamado Tomás García  un estanque con agua para beber muy abundante. Dos ancianos cargando sal habían pasado por el sendero a Sonoita; el P. Kino ahora les regaló una piel de cuero de res a cambio de información acerca de ojos de agua; inmediatamente encontraron otros dos aguajes motivo por el cual denominaron al sitio San José de Ramos, pues la mañana siguiente sería el Domingo de Ramos previo a la Semana Santa. Guiados por los ancianos, continuaron hacia el poniente por las faldas del volcán de Pinacate a través de pedregales, despeñaderos cubiertos de zarzas y camas de lava. Las canciones desaparecieron del escenario.

 

Mientras subían la cuesta al pie del cerro de Santa Clara vieron, según el P. Salvatierra,  “una tierra horrorosa, que más parecía ceniza que tierra, y toda ella salpicada de unas peñas y pedruscos del todo prietos que todas formaban algunas figuras... en tiempos antiguos saldría un horroroso volcán del cerro de Santa Clara... no sé que haya lugar en que mejor se pueda representar la figura del mundo en la quemazón general antes del juicio”.  El cerro de Santa Clara es el famoso “Pinacate”. Al dejar el cerro se detuvieron en Tupo, un lugar con “sazonable pasto y un tanque de agua llovediza en un arroyo seco de peñasquería y ceborucos donde bebió la caballada”. Kino y Manje subieron a un cerro cercano y divisaron al poniente y suroeste a la California.

 

El día lunes 21 de marzo, comienzo de la primavera, los expedicionarios decidieron dejar las cargas en El Tupo con dos soldados y los arrieros para cuidar los animales. El resto siguió adelante para cruzar extensas dunas de arena; algunos hombres con miedo de morir de sed en el camino se escondieron y se quedaron rezagados. Partieron al amanecer; durante casi todo el día se arrastraron por vastedades de arena sin pastos; las patas de los caballos se hundían hasta la mitad en la arena. Después de 30 kilómetros acamparon cerca del mar en un sitio llamado Cuboquasivavia donde había tres ojos de agua, llamando al sitio “Tres Ojitos”; eran tan abundantes que Kino se animó a pedir las mulas y la caballada. Sin detenerse, Salvatierra y Kino llegaron hasta el mar en donde se observaba la California y su cordillera antes de ponerse el sol. Tal como se esperaba, no encontraron conchas azules; Salvatierra comenta: “Reconocimos la playa con un buen estero y no topamos rastro ni de conchas azules ni conchas de nácar; pero dijeron los indios que las conchas azules venían de más allá y no de este mar”. Salvatierra advirtió con satisfacción que hacia el norte las montañas de los dos lados del Golfo se iban cerrando a modo de arco, pero una cordillera no dejaba observar el remate final. Los soldados tuvieron oportunidad de darse un buen chapuzón mientras que otros fueron enviados costa arriba para buscar un aguaje; encontraron uno pero muy escaso, así es que por este motivo decidieron regresar inmediatamente; las bestias peligraban. No podían seguir adelante y tampoco podían quedarse en Tres Ojitos. Sin embargo, apoyados por la Fe, Kino y Salvatierra se convencieron de la existencia de un paso por tierra hacia la California menos Manje, que pedía más pruebas. El intrépido militar propuso que Salvatierra  se regresara con las cargas mientras que Kino, Manje y dos más podían ir ligeros a caballo, cruzar la playa en un día y una noche y llegar a la boca del Colorado... la propuesta se rechazó.

 

Antes de regresar, Kino midió la latitud con el astrolabio: “este brazo de mar de la California se acaba en 31° de altura”; la real es de 31.5°LN. El día 23, después de la Misa diaria, la caravana regresó penosamente por las dunas hasta El Tupo, donde encontraron a los hombres que habían huido asustados... se perdieron del baño en el mar. Al encontrar muy poca agua  se vieron obligados a continuar hasta El Basoitutcan, a donde arribaron después de la media noche; nueve bestias de carga quedaron en el camino, seguramente las más viejas, decisión obligada por las escasas reservas de agua y alimento; en Basoitutcan se quedaron un día completo para recuperar energías y hasta ahí llegaron algunos “indios forasteros” de los cuales dos “hacían papel de caciques y sentándose al uso de los Californios que vienen de camino largo, bebieron tantas jícaras de agua que sólo una bestia los podía igualar”. Comentaron que sus parientes, los Yumyum, estaban a un día de camino y de los Quíquimas un día más allá de los Yumyum. Al día siguiente llegó un Yumyum; escribe Salvatierra: “Totalmente con el porte, gestos de los ojos y de todo el cuerpo, era como Californio; consolóme oyéndolo por ver que tal cual palabra de la lengua confrontaba con la lengua California de los Cochimí, nación que por el lado norte del puesto de Loreto Conchó no le sabemos el remate. Mostraron tanto afecto los embajadores de los Yumyum, que me arrojé sin perder un pliego de papel escribiendo una carta al P. Francisco María Pícolo y arriesgándole a la buena dicha de pasar”. Ese día la expedición de 38 personas reanudó su marcha llegando al Carrizal después de viajar unos 60 kilómetros; aquí duraron varios días descansando de la difícil travesía concluida, además de que era momento de celebrar la Semana Santa; enviaron por una res y carne fresca a Sonoita.

 

Kino juzgó que buscando una buena sierra podían ver el remate del Golfo que no se pudo observar por la obstrucción de la montaña en las cercanías del mar, así que el 31 de marzo Kino, Salvatierra, Manje y seis Pimas de guía con seis cargas de provisiones, dieciocho mulas y tres caballos, partieron de nuevo hacia el noroeste; el resto de la expedición fue enviada a Sonoita. Kino escribe: “Caminando poco más de trece leguas, y dejando muy atrás el cerro de Santa Clara, que ya se nos quedaba al sur y tapado de otros cerros, los indios avisaron que teníamos cerca el paraje, y aunque se iba ya a poner el sol, por ahorrar jornadas antes de ir al paraje, aunque fatigados, nos determinamos subir un cerrito bien encumbrado el cual está por el poniente. El cerro, bien agrio,  se subió más a gatas que a pie, y con este trabajo subimos también el dicho estandarte de Nuestra Señora de Loreto”. Púsose el sol y se divisó desde el cerro, con toda claridad, toda la mar abajo al sur y el puesto de la mar adonde habíamos bajado. Vimos que el medio arco de sierras, cuyo remate nos tapaba la dicha faja de cerros de la Nueva España, se venía cerrando y trabando continuamente con otros cerros y lomas de la Nueva España”. La vista le recordó a Salvatierra su Italia natal: “Y era la vista a lo lejos ni más ni menos como lo es la vista del Mar Tirreno y Ligúrico en la corona de montes que encierran este estrecho, juntando las dos riberas de Génova de poniente y de levante”. Un Cacique indio que subió les mostró donde vivían los Quíquimas y les explicó que las conchas azules venían del mar que quedaba más allá del que estaban viendo. Kino se convenció de que la expedición realizada un año antes al Río Colorado le permitió llegar muy por arriba del remate final del Golfo. Manje quedó convencido y los Padres celebraron su hazaña: “A esta vista del estrecho, cantamos las letanías lauretanas a la Señora en acción de gracias, y bajamos del cerro al paraje o ranchería llamada del Pitaqui”. Ahí encontraron tres tanques de agua llovediza. Intentaron buscar otro sitio para una vista mejor pero los guías no se atrevieron a buscarlas: “los Yumyum estaban enfermos, desparramados y con hambre y eran peligrosos”. Salvatierra de cualquier modo ya estaba convencido: “Me parecía quedar bastantemente satisfecho de lo que había visto con mis ojos y de las noticias sacadas de los indios acerca del encerramiento del estrecho, para ir fundando bases sobre lo visto para poder ir cada año adelantando pasos para que, en pocos años, finalmente se alcanzase el comunicarse por tierra la Nueva España con la California y sus misiones de la Gran Señora de Loreto”. En ese momento, Kino y Salvatierra acordaron regresar en octubre, una temporada mejor para los ojos de agua.

 

Ruta seguida por Kino y Salvatierra desde Caborca en el reconocimiento del Golfo de California. Caborca(1), Arivaipa(2), Quitovac(3), Sonoita(4), Basoitutcan(5), Tupo(6), Ojitos(7), Cerro de Observación(8), Merced(9), Bac(10), Tubutama(11), Magdalena(12), Dolores(13). Después de (8), Salvatierra regresa por (4)-(3)-(2) a Caborca y después a Magdalena. La trayectoria de Bac a Dolores es supuesta, considerando la posibilidad de que Kino evitara acercarse a los Apaches pues andaban alzados.

 

A su regreso a Sonoita encontraron muchas cartas; el 3 de abril Salvatierra se despide de Kino y emprende el camino de regreso a casa por Caborca con los diez soldados. El Padre Eusebio por su parte regresó por la tierra de los Pápagos y Bac. Antes de separarse ambos sacerdotes juegan de nuevo a las suertes sobre quien se quedaría con el estandarte; un papelito decía “norte”, otro “sur”; al sacarse el premiado se leyó “norte”, así que Kino continuó con el símbolo de la Santa quedándose tres días más en Sonoita ayudando en la construcción de una iglesia y recibiendo a las delegaciones del Río Colorado, que le obsequiaron más conchas azules. El 6 de abril de 1701 partió a Bac por Merced, San Serafín del Actum y El Tupo; para el día 15 ya estaba en Dolores nuevamente. El día 14 Salvatierra le escribe a Kino desde Cucurpe agradeciéndole su ayuda y solicitándole un buen envío de harina, sebo y manteca en cueros.  Días después llega a Guaymas donde fundó la Misión de San José de la Laguna, a cuyo cargo dejó al Padre Manuel Díaz; el lugar es hoy San José de Guaymas, cercana a la Bahía sonorense. El P. Juan María encontró al navío San José esperándolo; se embarcó el 9 de mayo y pronto llegó a Loreto; en resumen, exploró un camino por tierra de Sonora a California y se dio tiempo para fundar una Misión en Guaymas como una base para el envío de suministros con destino a la árida California.

 

Kino recibió muchas felicitaciones por la nueva exploración; Salvatierra escribiría días después: “Mil bendiciones tiene Vuestra Reverencia de todos los padres y seculares por la caminata y descubrimiento desde el cerro a lo lejos del encerramiento de Nueva California y Nueva España... Y mucho más se han alegrado en saber que a Vuestra Reverencia le asisten fuerzas y deseos para registrar con el pie cercano lo que la vista a lo lejos podía engañar”. El Padre Pícolo escribió: “Doy a Vuestra Reverencia mil parabienes por el descubrimiento tan deseado; Nuestro Señor nos conceda gracia de ver la California comerciarse por tierra con la Nueva España; será alivio de estas misiones y bien de tantas almas”. Similares cartas recibió del padre Marcos Loyola, Rector de Mátape, así como del P. Police y del Capitán Jironza. El más efusivo fue el P. Wenceslaus Eymner, visitador de la Tarahumara dando a entender, según Kino: “el grande yerro del general inglés Drake, que siniestramente nos pintó isla la California; en una carta escrita en latín, el P. Eymner puso en ridículo al gran almirante de la reina Isabel: “¡Fuera la Temeridad Británica con su Drake Inglés!; dejemos que guarde silencio quien presume de haber circunnavegado California como si en una ficción necia, California fuera la Atlántida de Occidente”.

 

Después del alboroto, silenciosamente Kino dibujó un mapa con los datos obtenidos en la travesía, obra que lo haría célebre. Lo llamó: “Paso por Tierra a la California y sus Confinantes Nuevas Naciones y Nuevas Misiones de la Compañía de Jesús en la América Septentrional, 1701”. Una copia de este mapa fue enviado al P. Kappus de Mátape, quien a su vez la remitió a un amigo en Austria el 8 de Junio de 1701; Kappus escribió: “En el futuro, cuando los estudiantes de Geografía publiquen mapas e indiquen los derroteros de los primeros exploradores, no representarán a California como una isla –a menos que decidan ser inexactos-, sino como una península. Para que esta información sea más inteligible a las personas interesadas en el tema, de las que hay muchas en Austria, incluyo un mapita que me mandó el reverendo Padre Eusebio Francisco Kino con ese propósito”. El mapa se imprimió en Europa y por muchos años fue la versión más autorizada, aunque pocos geógrafos anotaban en los dibujos el nombre de Eusebio como autor original.

 

Aquel último día de marzo de 1701 Salvatierra y Kino, al pie del cerrito de “Pitaqui”, hicieron la promesa de realizar la prueba final de que California no era isla. Salvatierra por la costa Este de la California  y Kino por la oeste de Sonora, viajarían cada uno con su respectiva expedición a fin de encontrarse en algún punto al terminar las alas de la herradura, en aquel lugar divisado desde las cumbres del desierto de Sonora. Jironza, el líder militar de la Compañía Volante, ofreció gran ayuda al Padre Eusebio en su entusiasmo por encontrar el lugar de procedencia de aquella sustancia escurridiza que Kino y Manje vieron en manos de los nativos a orillas del Gila en 1697; de ser azogue (mercurio), tendría ante sí un hallazgo de incalculable valor pues era un metal muy escaso a la vez que imprescindible en los métodos mineros para aglutinar el oro.

 

Pero el Padre Juan no pudo cumplir la promesa; las bestias de carga para la travesía no eran suficientes y no podían traerse más desde la costa de Sonora debido a que las embarcaciones habían dejado de operar por estar en malas condiciones. Además los soldados prometidos por Jironza tampoco estuvieron a tiempo ya que hubo cambios en la Jefatura de la Compañía Volante, puesto que quedó en manos del General Fuensaldaña que poco interés le dio al asunto. Sin embargo, el intrépido Kino no quitó el dedo del renglón; escribe al padre Tirso González: “Tres años ha que, aunque con alguna oscuridad, descubrí el remate de la mar de la California; dos años ha que descubrí más claramente ese paso por tierra firme a dicha California; y un año ha que lo descubrí muy distintamente, y el día de San Dionisio, 9 de octubre, dije misa en la junta de los dos muy caudalosos ríos viniéndome a ver en el puesto que le pusimos San Dionisio mil quinientas y cincuenta almas. Avisé al padre Rector Juan María Salvatierra y su Reverencia vino por marzo de este año y lo vio con sus ojos. Yo estoy actualmente aviándome para entrar con la divina gracia este mes de octubre y noviembre muy dentro en la California hasta dar vista o hasta llegar a la misma Mar del Sur, y para irme acercando cuanto pudiere hasta las misiones de Loreto Conchó a donde asiste el padre Rector Salvatierra”. Finalmente Kino suplica al padre González se le permita la conquista y conversión de la California “también por acá arriba, en esta altura de los 32°LN a donde está este patentísimo paso por tierra firme a dicha California”.

 

Manje tampoco pudo asistir a la expedición; estaba bastante ocupado arreglando ciertos asuntos en Nácori y Bacadéguachi donde “unos hechiceros que, con maléficas y diabólicas operaciones, mataban gente”. El 18 de octubre de 1701 Kino recibió una carta del P. Salvatierra avisándole de la cancelación de su partida en el viaje prometido por la costa Este de la California. Sin embargo, dos semanas después, el 3 de noviembre, el P. Eusebio sin más compañía que la de sus mozos indígenas y un timorato ayudante español, emprende el viaje prometido adelantándosele cinco sirvientes con “la remuda y dos carguillas” un día antes. Extrañamente Kino empieza visitando Cocóspera llegando hasta Guébavi; toma la ruta hacia el sur y luego al oeste hasta Búsanic; en el camino recogió una manada de yeguas con destino a Sonoita donde ya había ganado y aunque pronto le llegaron rumores de que no había agua en el camino, Kino resolvió el problema a su modo: “Un buen indio forastero que le hicimos Fiscal y le dimos algunas dadivillas, nos dijo que nos llevaría a un buen aguaje aunque llegaríamos al anochecer, o poco después, como llegamos con la luna a media hora de noche”.

 

La expedición cruzó por Ootcam, Anamic, Santa Sabina y San Martín. Llega a Sonoita donde reciben muy buenas noticias así como regalos de los Yumas y Quíquimas consistentes en “siete curiosas bolas y conchas azules de la contracosta de la California”. Como de costumbre, Kino envió un correo para avisar de su llegada y continuó por el “Camino del Diablo” partiendo de Sonoita el día 12; pasó por El Carrizal, el Aguaje de la Luna, Agua Escondida y La Tinaja, hasta alcanzar el Río Gila en San Pedro cuatro días después (16 de noviembre),  donde encontró su correo y una calurosa bienvenida. Al anochecer del día siguiente llegan a San Dionisio siendo muy bien recibidos después de cruzar un vado cercano en sus propios caballos; este lugar se sitúa en la confluencia del Río Colorado y Gila en lo que es hoy la ciudad de Yuma Arizona. El día 18 de noviembre Kino cruza el Gila de nuevo hacia la margen izquierda y se dirige  al suroeste por la banda del Río Colorado hacia un nuevo camino, una nueva ilusión. La intención era visitar a los Quíquimas y “dar la vuelta a la cabeza del Golfo”. Francisco Vázquez de Coronado en 1540 y Oñate en 1605 habían sido los únicos que habían pisado algún lugar de estas latitudes; pero Kino no venía a pisarlas; quería vivirlas, quedarse con sus moradores para ayudarlos y ¿porqué no?, cambiarles su destino.

 

En este nuevo recorrido hacia aguas abajo del Río viajaban 300 aborígenes entre Yumas y Pimas de San Pedro y San Dionisio. Las cosechas habían sido muy pobres para la comarca, así que, como lo explica Kino en su diario: “Iban en tanto número con la ocasión que habíendome ellos dicho que los Quíquimas tenían abundancia de bastimento en maíz, frijol, calabaza, etcétera, por hallarse este año con mucha cortedad de víveres, les dije que yo entre los Quíquimas les regatearía y compraría y daría bastimentos frijol, maíz, etcétera, como lo hice”. Al terminar el día llegaron a una ranchería que bautizaron como Santa Isabel, muy próxima al actual pueblo sonorense de San Luis: “Toda la gente, aunque se hallaba con alguna pobreza, nos recibió con toda amistad y afabilidad; aún muy de noche enviamos a avisar a los ya cercanos Quíquimas de nuestra ida a sus rancherías”. Para el día 19 de noviembre la expedición y contingente adicional llega a la primera ranchería Quíquima donde encontraron un cordial recibimiento y comida en abundancia: “muchas comidas de maíz, de frijol y de varios géneros de calabazas; fue tanta la fineza de estos naturales que con dichas comidas nos vinieron a encontrar y a recibir más de dos leguas de camino”. El sitio fue titulado como San Félix de Valois por ser el santo del día de llegada. Fue en este momento de la llegada cuando súbitamente el único soldado español que acompañaba a Kino huyó al parecer asustado con tanta concentración de indígenas; recordar que se divulgaban historias entre la civilización de que a estos aborígenes se les achacaban costumbres canibalísticas y es muy probable que aquel hombre blanco se adelantara a los “posibles ataques”. Kino se molestó y preocupó a la vez, pues pensó dicho sujeto podía divulgar detalles incorrectos de aquellos encuentros, como antes había ya lo había percibido en otras ocasiones. A petición de Kino, dos de los mejores jinetes se dieron a la tarea de buscarlo con resultados infructuosos.

 

La expedición descansó un día en San Félix; el padre Eusebio tuvo una agradable encuentro con los nativos de esta parte baja del Río Colorado; escribe: “Se quedaron muy admirados de muchas de nuestras cosas que nunca habían visto ni oído, admirándose mucho de los ornamentos para decir misa y de su curioso género de tela de primavera, su artificioso tejido de flores de diferentes y vistosos colores y nos solían rogar que lo dejáramos puesto para que se pudieran holgar en verla los que continuadamente nos venían a ver; les fue de mucho asombro el ver nuestras cabalgaduras pues jamás habían visto caballos o mulas u oído de ellas”. Estos animales que servían de vehículos dieron mucho de que hablar; Kino comenta: “Cuando los Yumas y Pimas que iban con nosotros les dijeron que nuestras cabalgaduras corrían más que los mismos naturales no lo creyeron; fue menester llegar a la experiencia, con lo cual ensilló un caballo un vaquero de Nuestra Señora de los Dolores y salieron siete u ocho de los más ligeros corredores quíquimas; aunque el dicho vaquero al principio, de propósito los dejó ganar alguna delantera y se holgaban ya mucho de ella, luego después, los dejó muy atrás y muy admirados y espantados”.

 

Más de 5 centenas de Quíquimas, Yumas y Pimas acompañaron a Kino río abajo hacia el suroeste siguiendo el curso del río y con intención de cruzarlo en algún lugar; los indígenas ayudaron mucho en quitar obstáculos para el libre tránsito de las bestias. Se encontraron con el cruce del río 5 leguas después; ambas orillas del río estaban llenas de aborígenes observando la escena del cruce. Los californios, puestos del lado occidental, cruzaron a nado la corriente trayendo consigo unas canastas “tan grandes que en cada una de ellas cabía una fanega y más de maíz o frijol... las hacían nadar sobre el agua del apacible río manso como remedo de pequeñas canoas”. Kino intentó cruzar El Colorado hasta la mañana siguiente cuando se construyó una balsa que al final de cuentas no resistió el peso de los caballos; el Padre Eusebio miró con lástima sus botas que se iban llenando de agua poco a poco; los Quíquimas entendieron el problema y le ofrecieron la canasta; Kino relata: “y porque no me mojara los pies, admití la corita grande (canasta) en que me querían pasar, y poniéndola y fijándola sobre la balsa, me senté en ella y pasé muy descansadamente y muy gustoso, sin el menor riesgo, llevando sólo mi rezo y unas chucherías y una frazada en que dormir, y después unas ramas de retama que envolví en mi paño de sol sirvieron de almohada”. 

 

Muchos Quíquimas cruzaron a nado impulsando la balsa hasta llegar a la otra orilla donde el Comité de Recepción esperaba ansioso la llegada del Padre... del Mago Eusebio. “Hubo bailes y fiestas a su modo de ellos”, dice Kino en sus registros. No tardó el Padre en mirar a su alrededor: “Todo el camino era lleno de pequeñas pero muy continuadas rancherías, con muchísima gente muy afable, muy bien agestada y algo más blanca que la demás de las Indias; todo este camino fue por mera campiña de fertilísimas tierras, de hermosísimas milpas muy bien cultivadas, con muchos maíces, frijolares y calabazales y con grandísimas tasajeras de tasajos de calabaza, que este género le dura después todo el año”. A este lugar Kino bautizó como “La Presentación”; era el 21 de noviembre de 1701.

 

 La expedición llegó a la ranchería del Capitán Quíquima a donde también se les unió una gran comitiva de la nación Cutgana: llevaban muchas conchas azules de la contracosta de la California, de la otra Mar del Sur, “dándonos muy individuales noticias de ella y que no distaba más que ocho o diez días de camino al poniente y que la Mar de la California se acababa un día de camino más al sur que a donde estábamos, desembocando en su remate este muy caudaloso río Colorado y otros dos”; las otras dos corrientes son las que ahora se llaman “El Pescadero” y “El Paredones”. En la comitiva viajaba un indio Hogiopa (Cócopa) que venía del lejano sur; habló del camino a Loreto y de algunos parajes a propósito para acampar y por medio de él Kino envió mensajes de amistad a su gente, con la promesa de visitarlos en un futuro muy próximo. El padre Eusebio aprovechó la ocasión para pacificar a los nativos: “y dejamos algo entabladas unas paces generales entre los Yumas, Pimas, Quíquimas, Cutganes y Hogiopas y demás naciones, en orden a que todos, a su tiempo, fuesen muy amigables y buenos cristianos”. Kino termina diciendo: “dormí en una casita que me hicieron y casi toda la noche hubo varias pláticas entre ellos, en orden a querer abrazar nuestra amistad muy de veras y nuestra Santa Fe”.

 

Después de escribirle una carta al Padre Salvatierra sobre los nuevos acontecimientos, la cual sería transportada por el Jefe Quíquima personalmente “tan al sur como pudiera”, Kino decide regresar a Dolores; no podía continuar más al sur, pues le preocupaba aquel español que abandonó la expedición y ¿Quién sabe qué daños podría causar?, además de que, en cierto modo, el objetivo se había cumplido: “Ya, Gracias a Nuestro Señor, quedaba descubierto este tan contradecido pero ya muy cierto paso por tierra a la California, pues la mar no subía a esta altura de 32°LN y se acababa su remate diez leguas más al sur y suroeste (desde La Presentación)”. En el viaje de regreso por “El Colorado”, Kino siempre estuvo acompañado e inclusive se animó a bautizar dos niños enfermos a los que llamó Tirso González y Francisco Xavier: “En todas amenas y continuadas rancherías hubo toda esta mañana muchas fiestas y bailes y cantares y comidas con su representación o coloquio como pequeña comedia de los muy amigables naturales; con grande alegría de todos en estos regocijos gastamos toda la mañana”. El Padre Eusebio viajó de nuevo en la balsa sobre la canasta, la cual fue remolcada a nado por los jefes y nativos; añade: “y vine a decir misa en nuestra ramada, en acción de gracias de tantos favores celestiales de Nuestro Señor y de María Santísima y de San Francisco Xavier”. Por la tarde llega a San Félix cargado con regalos: “era tanto maíz, frijol y calabaza seca y fresca que nos dieron los muy amigables Quíquimas que los más de doscientos pimas y yumas no lo pudieron cargar y llevar todo”.

 

Después de la triste despedida, la expedición inicia su viaje a Dolores por el Camino del Diablo, pasando por San Dionisio (Yuma), San Pedro y Tinajas Altas; el día 26 llegaron al Aguaje de la Luna en las faldas de la Sierra Pinta. En este lugar, el Padre Eusebio manifestó su gran habilidad de Ingeniero; sucedió que a falta de un aguaje a propósito para saciar la sed de caballos y mulas, Kino hizo construir un sendero sobre una ladera agreste hasta un aguaje que brotaba de las faldas de la serranía: “En toda la tarde abrimos el incontrastable camino de muy ásperas piedras y peñas por donde nunca habían podido subir algunas bestias a beber agua, que hoy subieron a beber todas”. Después de subir por un pedregoso cañón, el aguaje quedaba arriba de una ladera tan lisa como el cristal. El Padre observó que a lo largo del borde norte había una hendedura que llegaba hasta el estanque, la cual fue rellena con piedras hasta formar un camino para el paso de bestias y humanos. Gran caminero, gran Ingeniero fue sin duda el Padre Kino.

 

El día 27 de noviembre los expedicionarios descansan en Sonoita donde encontraron al Español perdido, quien manifestó que había huido por el miedo de ver tan numeroso grupo de Quíquimas en aquellas tierras extrañas. Búsanic, Síboda y Remedios fueron los últimos puntos visitados hasta llegar a Dolores el 8 de diciembre, a poco más de un mes después de haber salido hacia una travesía histórica, en un viaje que llevó al Gran Misionero al encuentro de una civilización que desde tiempos inmemorables vivía al amparo del gran Río Colorado, esa portentosa corriente que entregaba sus  aguas en el remate de un Golfo que dividía a la rica Sonora de la triste California; el paso por tierra quedaba comprobado, aunque lamentablemente el intrépido Eusebio nunca pudo llegar más lejos.

 

Expedición de Kino de Dolores a Yuma en Noviembre de 1701. Dolores(1), Cocóspera(2), Guévavi(3), Cíbuta(4), Búsanic(5), Sonoita(6), San Pedro(7), San Dionisio(8, actual Yuma, Arizona), San Félix(9) y La Presentación(10). De regreso siguió la misma ruta excepto que de Cíbuta pasó a Dolores.