A su regreso de Guaymas en aquella
primavera de 1704, Kino encontró en Dolores cartas de Roma y de México; dos
de Tirso González y una de Manuel Piñeyro; ésta última no fue muy agradable
pues le venía la ratificación del cargo de Padre Rector de la Pimería Alta,
puesto para el que no mostraba interés y había solicitado su remoción. Kino
escribe: “siempre quedaré más deseoso y amante de
vivir sin semejantes cargos y con el religioso desahogo de atender al bien de
estas pobres y tan necesitadas innumerables almas de esta dilatada América
septentrional, y de fomentar su salvación por los modos y medios posibles, de
palabra y con obras”. Para Kino era muy molesto estar redactando
informes de lo que hacían y nó los encargados de su Rectorado de Nuestra
Señora de los Dolores; no le atraía el cargo de burócrata. De cualquier modo
al final comprendieron su carácter y se le desligó de esa obligación.
Al terminar el verano de aquel año de 1704,
tres siglos atrás, los líos empezaron a asomarse de nuevo por la ventana. El
padre Leal le escribe a Kino: “Por acá se ha
dicho que el Gobernador de Cocóspera le envió a vuestra Reverencia el bastón
y le decía que quería vengar las muertes de sus parientes, que se alzó con
todo Cocóspera. Suplico a vuestra Reverencia el aviso”. Kino
responde: “Sabiendo yo cuán ajenas de toda esta
verdad y de toda caridad eran todas estas cizañas, envié luego a llamar al
dicho Gobernador de Cocóspera con sus dos hijos, entre ambos buenos vaqueros”.
Kino, Cola de Pato y sus dos hijos se apersonaron en Cucurpe “para que viesen y se satisfaciesen sus calumniadores en
presencia de muchos españoles”. Imaginamos el disgusto del P.
Eusebio perdiendo el tiempo en estas tonterías. Al final de año se hizo un
gran festejo mezclados indios y soldados en un buen brindis.
El año nuevo de 1705 trajo otros
sinsabores; Kino escribe: “Un indiscreto Teniente
dio en decir que habíamos enviado los justicias de aquí a sacar indios de
otros pueblos y por eso nos culpaban y perseguían y molestaban muy
gravemente. Y vino la real Justicia y el dicho teniente con otros,
acompañados violentamente y con mucho rigor de muchos azotes y de gravísimas
amenazas de la horca y de la muerte a sacarnos muchos indios; en una sola
ocasión más de noventa”. Este
desconocido teniente procedió a instalar a unos inmigrantes en los pueblos
construidos para los indios y eso molestó sobre manera al padre italiano,
quien narró: “La persecución pasó más adelante a
aún tierra adentro donde tenemos muy buenas misiones; se nos desconsoló
grandemente la gente queriéndola este indiscreto teniente sacarla de sus
acomodados buenos puestos y muy pingües tierras para llevarla por sus propios
intereses a otros puestos para esta gente menos acomodados; y esta
persecución le sacó de las casas de las misiones incoadas el bastimento,
trigo y maíz, el tercio de sal, el ganado menor y la pobre llorosa gente con
ánimo de ir en otra ocasión a sacar también el ganado mayor y las manadas de
yeguas y dejar todo destruido; hasta una ermita en que decíamos misa y se
enseñaba doctrina cristiana y se rezaba las oraciones mañana y tarde, nos la
quemaron desatentísimamente nuestros perseguidores”. El padre
Minutili también sufrió la presencia de los forasteros y llegó hasta Guépaca
a protestar, pues su misión en Tubutama había sido atacada. Enfurecido el
Padre Leal solicitó al Alcalde Mayor de Sonora que arreglara esta situación.
Todavía más, el “indiscreto teniente” de nuevo esparció el rumor de que el
Jefe Coro y Cola de Pato se habían rebelado y estaban a punto de atacar
Sonora. El complot estaba en marcha y se recomendaba a los misioneros que “huyeran para salvar su vida”. Es evidente que
había intereses de los inmigrantes para quedarse con todas las propiedades y
ganado que los indios habían desarrollado en sus comunidades.
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El Alcalde Mayor de Sonora en aquel
entonces, Miguel de Abajo, tomó cartas en el asunto y partió hacia Cocóspera
con doce soldados. En Bacanuche Kino le informó que era una falsa alarma, sin
embargo siguió hasta su destino encontrando a Cola de Pato y a toda su gente
en la más completa calma y el asunto terminó en otro ágape. Todos se marcharon
con el Padre Kino a Dolores para pasar ahí la Semana Santa,
situación que aprovechó el sacerdote italiano para fortalecer la amistad;
convenció tanto a Coro como a Cola de Pato para que vieran al General Juan de
Retana a fin de presentarle sus respetos y fidelidad. El General los agasajó
con “mucha ropa con paño, sayal, sombreros,
cuchillos, listones, bayetas, etcétera, volviendo muy contentos, consolados,
edificados, así ellos como toda la nación”. El conflicto terminó
con la destitución del Teniente Indiscreto por parte del Alcalde Mayor y los
indígenas fueron devueltos a sus pueblos.
De repente las buenas noticias llegaron. El
P. Juan María Salvatierra fue nombrado Provincial de la Nueva España, y a
su vez, nombró al Padre Pícolo como Visitador de Sonora; ambos, junto con
Minutili y Kino formaban una cuarteta italiana que protegería a los humildes
de Sonora. En la víspera del Día de la Ascensión, Pícolo llegó a Dolores encontrando “mucho
concurso de muchos naturales y capitanes y gobernadores, y algunos habían
venido de tierra muy adentro”. El padre Francisco “cantó la misa
solemne, con la buena capilla de cantores que aquí había”, y de la que
Kino estaba justamente orgulloso. Durante la ceremonia “predicó en lengua
Pima un fervoroso sermón”. El ilustre Pícolo no solo había aprendido
Tarahumara, sino también la lengua Cuchimí de California y la de Seris y
Pimas cuando estaba en Guaymas. ¡Que intelecto!. Pasó tres días en Dolores y
luego partió hacia otras misiones Pimas; llegaron a San Ignacio y a medio
camino los encontró el siempre fiel Campos; Kino se regresó a Dolores
mientras que Pícolo y el mismo Campos fueron de visita a Tubutama con
Minutili. De regreso, Pícolo, Kino, Campos y Bartíromo se reunieron en Dolores para después partir a Cucurpe a
las fiestas de Corpus Christi. Finalmente Pícolo se despide de la región con
muchas promesas y buenos deseos llegando a Saracachi, famoso rancho ubicado
cerca de Cucurpe. Por supuesto que Pícolo quedó impresionado con la obra del
Padre Eusebio, escribiéndole a su llegada: “Recibo
la gratísima de Vuestra Reverencia con la noticia de la llegada a su
bellísima Misión de Nuestra Señora de los Dolores, que la llevo impresa en mi
corazón con todas las demás de la
Pimería”. El informe de Pícolo llegó a manos de
Salvatierra, quien ya conocía la
Pimería, expresándole su satisfacción por “el buen
estado de esas misiones de la
Pimería y de lo que en ella se ha trabajado y se trabaja,
de la unión y caridad con que al presente se comunican los padres de ellas”;
la carta fue fechada el 15 de octubre de 1705. Salvatierra envió al padre
Domingo Crescoli, otro italiano por cierto, para que reabriera la misión de
Caborca; la ayuda iba en serio.
A mediados de Enero de 1706, Kino y
Minutili acompañaron al Padre Domingo a su nueva Misión; los habitantes de
los alrededores habían sido notificados de tan grata noticia y mil naturales
les dieron la cordial bienvenida; arcos y cruces adornaban los caminos y
tenían preparados “casa en que vivir, iglesia con
capaz sala, despensa, panadería, horno, cocina, principios de huerta con maíz
de cosecha y con un buen tablón de trigo sembrado y nacido, con ganado mayor
y menor, caballada y manada de yeguas, etcétera. No se hizo
esperar una pequeña excursión hacia el Golfo antes de dejar instalado a
Crescoli con sus neófitos.
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Pero el Ingeniero Kino tenía trabajo pues
había seis iglesias pendientes. Llevó consigo sirvientes y constructores
nativos para iniciar las labores en una fiebre de construcción planeada por
la cuadrilla de frailes italianos de la Pimería Alta.
Entre los naturales había plena disposición para la ayuda, y en no pocas
ocasiones, y a su manera, dieron muestras de fidelidad al movimiento jesuita;
escribe Kino: “Al tiempo que en 7 de marzo de
1706 estábamos fabricando en la
Iglesia de San Antonio del Búsanic,me sucedió una cosa bien
rara, de la cual se puede sacar la gran madurez de estas muy dilatadas
mieses; y es que el Capitán de este pueblo incoado llamado Don Marcos, me dio
una cabellera que me acababa de enviar el capitán de la nación Quíquima de un
sacerdote (o “bonzo”), el único que se oponía a las buenas enseñanzas
cristianas que habíamos llevado a esas nuevas naciones en nuestras entradas,
y por eso, por malévolo y cizañista, lo mataron. Con ella y con otras dádivas
de conchas azules de la contracosta, me envió decir que bien podíamos ir a
bautizar todas aquellas gentes, que ya no había ninguno que tratara de
oponerse, pues el único que se oponía lo mataron, y que por seña me enviaban
su cabellera”. Por supuesto que a Kino le incomodó
sobremanera este macabro obsequio.
Durante su expedición del proceso
constructivo por aquella primavera de 1706, Kino fue recibido una vez más por
Minutili. Durante tres días se trabajó en la construcción de la iglesia “así echando los cimientos de una buena sacristía y del
bautisterio y de una buena capaz sala, como subiendo las paredes de la misma
iglesia y con especialidad del presbiterio y cortando y labrando sus maderas,
zapatas, vigas y arcos o jamones, etcétera. También se dio vista ala muy
buena huerta de árboles frutales de Castilla y de parras para vino de misas y
de todo género de hortaliza”. Después el P. Eusebio pasó a
Caborca; mientras él daba cenizas y oía confesiones, los “guasinques”
(albañiles) trabajaban en la construcción de la Iglesia, “echando cimientos de su fábrica y subiendo sus paredes y
las del presbiterio, y en la iglesia de San Diego del Pitiquín”.
Después de este lugar, Kino regresó a Dolores pues Pícolo tenía pensado un
nuevo viaje por la
Pimería. Por el mes de abril partió hacia el norte
visitando Remedios, Cocóspera, San Lázaro y Santa María (hoy Santa Cruz) en
una expedición constructiva de iglesias continuando por el mes de mayo hacia
Tubutama y Caborca; Kino relata: “el 23 de mayo,
como las paredes de la iglesia y en particular las del presbiterio estaban ya
altas, las adornamos y techamos con ramas y petates y flores en la mejor
forma que pudimos y tuvimos la fiesta y solemne procesión del Corpus,llevando
para eso desde Nuestra Señora de los Dolores la buena capilla de cantores y
los demás ornamentos, colgaduras, baldoquí e incensario, chirimías, cera,
etcétera. Hubo mucho concurso de mucha gente así cristiana como catecúmena...
siendo bautizado el Gobernador de la
ranchería del Humucán”; este pueblo es Unuicut cerca de Pitiquín
donde vivía el jefe Soba; Minutili acompañó a Kino a Caborca.
El día 18 de julio de 1706, el P. Pícolo
desde Belén de Guaymas le escribe a Kino: “suplico
a vuestra Reverencia se sirva de avisarme con un propio cuántas son las
misiones fundadas por el Rey Nuestro Señor en la Pimería, cuántos padres
son necesarios y en qué Misiones se han de poner, cómo se llaman y la
distancia de una Misión a otra; venga todo con individualidad porque deseo
muy mucho ver en mi tiempo la
Pimería adelantada y no quedará por mis diligencias,
trabajos y sudores”. El P. Bartíromo, de Cucurpe, llevaría la
misiva la cual se explica por sí sola y la respuesta fue inmediata, donde se
describieron con precisión el estado de las nueve Misiones hasta la fecha
fundadas solicitando 5 misioneros más destinados a quince pueblos nuevos. Por
fin las cosas mejoraban sin buscarlas, ya en el ocaso de la vida del Padre
Eusebio.
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Conviene en este momento hacer un resumen
de dichas misiones: Dolores, Remedios y Cocóspera a cargo de Kino; San
Ignacio, Magdalena, Imuris, a cargo de Campos; Tubutama, Santa Teresa y
Oquitoa a cargo de Minutili; Para los cinco nuevos padres serían: Caborca,
Pitiquín y San Valentín; Santa María, San Lázaro y San Luis Bacoancos; Búsanic,
Sáric y Aquimuri; San Xavier del Bac, San Agustín y Santa Rosalía de los
Sobaipuris; Santa Ana del Quíburi, San Joaquín (Huachuca) y Santa Cruz (donde
vive el afamado Jefe Coro). Dice Kino: “en todos
estos pueblos hay muy buenos principios de cristiandad y de casas en que
vivir, de iglesias en que decir misa, de sementeras y cosechas de trigos y de
maíces, de ganado menor, mayor y caballada que los naturales, años ha, cuidan
con toda fidelidad para los padres que piden y esperan recibir”.
Pícolo envió a Salvatierra el informe que con prisa lo remitió a Roma. Era el
movimiento más fuerte que Kino estaba haciendo para el futuro de esta región
que le tocó vivir.
Las buenas noticias le dieron a Kino un
nuevo motivo para caminar otra vez; California no estaba resuelta y había
otras regiones inexploradas como la costa de Sonora que requerían su
investigación, y según Kino, “a donde todavía
nunca había entrado ningún cariblanco”. El
19 de Enero de 1706, Minutili y Kino partieron desde Caborca para el suroeste
dejando al Padre Crescoli en su labor misionera; después de más de 100 leguas
de camino la expedición llega a la misma Mar de la California, cerca de la Isla del Tiburón. Más de
1500 indígenas fueron censados, algunos de ellos pimas pero en su mayoría
Tepocas y Seris: Kino escribe: “eran muy afables
y como domésticos, que muchos de ellos, estos años antecedentes, me habían
venido a ver a Nuestra Señora de la Concepción del Caborca. En todas partes nos
recibieron con mucho agasajo; en muchas partes con cruces y arcos puestos en
los caminos y con casitas prevenidas en que vivir y decir misa con decencia.
Y habiéndoles en todas partes predicado los principales misterios de nuestra
Santa Fe, prometiéndonos lo que les aconsejábamos y pedíamos, que por cuanto
estas costas eran algo estériles, se fuesen agregando a las muy fértiles y
muy acomodadas campiñas de Nuestra Señora de la Concepción del
Caborca, que ya ahora les habíamos traído un padre misionero, nos dieron
muchos párvulos y algunos enfermos a bautizar... quedaron en que todos, poco
a poco, se irían agregando a dicha población o misión de Nuestra Señora de la Concepción. En
esta costa de la Mar
de la California
empezaba ya, a su modo, la primavera, pues empezaban a verdear y florecer
muchos de aquellos llanos; había muchísimos pájaros que se sustentaban del
muchísimo pescado de que abunda muy mucho y en toda esta costa. Había mucha
medicinal jojoba, que es al modo de almendra y es muy saludable gran remedio
contra diferentes dolencias, achaques y enfermedades, y se pide desde México
y desde la Puebla,
Parral, Nuevo México, etcétera. Y en esta costa se suele dar casi todo el
año, como de hecho en esta ocasión la hallamos, que en unos arbolitos estaba
ya madura, en otros todavía algo tierna”. Kino hizo otro
descubrimiento: “una isla grande, que tendrá como
tres leguas de ancha de oriente a poniente y como siete a ocho leguas de
largo de norte a sur, y no distaba de esta nuestra tierra firme o costa que
como seis o siete leguas”.
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Fue descubierta el 21 de enero dándole el
nombre de la Isla
de Santa Inés, la cual se conoce actualmente como Isla del Tiburón; 21 años
antes Kino y Guzmán la vieron en su trayecto hacia el norte por mar, pero
pensaron que era península. Todavía más, Kino escribe: “al rumbo del noroeste de esta referida Isla de Santa
Inés, en distancia como de tres leguas, al día siguiente, 22 de enero, desde
un altillo descubrimos muy patentemente otra grande pedazo de tierra, al
parecer califórnica”. Era la Isla Angel de la Guarda; “vimos que no distaba de nosotros más que como nueve o
diez leguas, lo que supimos por cosa muy cierta de todos los circunvecinos
naturales, así ahora en esta entrada como en muchas otras ocasiones, que de
estos pimas y seris marítimos nos hemos informado con repetidos exquisitos
exámenes de este seno califórnico fue y es que toda esta punta y sus
contornos está muy poblada de mucha gente, pues continuadamente, de noche, se
ven desde acá sus lumbres y de día sus humos.
Y como esta referida tan cercana
punta la descubrimos en 22 de enero, día del glorioso San Vicente, le pusimos
la Punta o
cabo de San Vicente”.
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Isla del Tiburón descubierta el 21 de Enero
de 1706.
(Amplificar)
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Isla Angel de la Guarda y Santa Inés
(Tiburón) observadas por Kino y el P. Gerónimo Minutili.
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Kino pensó en la punta de San Vicente como
una posible Misión intermedia entre Loreto y el remate del Golfo hacia el
norte, sobre la ruta terrestre al Este de la Península. Así
también, el viaje por tierra pasando por Guaymas podría ser inútil si se
desarrolla Santa Inés, ofreciendo una ruta más corta a Loreto desde las
misiones del norte para embarcar los suministros al Padre Salvatierra. El
padre Ugarte, rector de California, se
interesó en el tema y apareció de nuevo la idea en Kino de construir barcos,
para lo cual el inmenso Padre Ugarte le escribe: “comprar
una lancha hecha, con anclas, cables y velas ahorrarán más de la mitad del
gasto y, lo más preciso o más precioso, el tiempo”. Ugarte tenía
ya mucha experiencia en estos asuntos y sufría a diario las dificultades de
los barcos viejos: “En Acapulco nos estuvo
en más de mil y cuatrocientos pesos, después de habernos dado la Nao de China la lancha, sólo
su composición... más barato no estuvo comprar un barco perulero en Acapulco
que aderezar uno que teníamos, y así se fue a pique... el hacer su balandrita
le costó, según dicen, quince mil pesos y más de cuatro años; al capitán
Martín de Serástigui le costó solo dos mil pesos la lanchita comprada... con
eso sólo se esperará el tiempo bueno para subir a esa altura de los seris y
de la Pimería,
que en tiempo de turbonadas no se puede entrar”. Pero Kino estaba terco
con su barco: “En cuanto a la consecución de una
pequeña, pero suficiente embarcación para esta breve travesía de ocho o nueve
o diez leguas de quieta y abrigada mar de este seno califórnico, con el favor
del cielo no tendremos particular dificultad, pues tengo aquí, en casa, en
este pueblo de Nuestra Señora de los Dolores, la mayor parte de las maderas
labradas para un barquillo acuartelado que con unas buenas mulas de recua con
facilidad, con los demás tablones que tengo en Nuestra Señora de la Concepción del
Caborca, ya muy cerca de la mar, las podremos llevar hasta las orillas de
este seno”.
Pero el paso por tierra seguía en la cabeza
de Kino, además del compromiso que tenía con los Quíquimas. En abril de 1706,
Minutuli le escribió a Kino para contarle que el Jefe Fernando de Caborca “le enviaba trece curiosas bolas y otras dádivas de
conchas azules de la contracosta”, para que no los olvidara.
Minutuli se quedó con cinco de esos regalos y comenta además que esperarían
al Padre Eusebio en Sonoita, aunque el sacerdote italiano jamás pudo ir y
desconsolados regresaron a sus tierras después de dos meses; Kino escribe: “sólo la venida de los necesarios padres podrá remediar
tan lastimosos desconsuelos; los pequeñitos pidieron pan y no había nadie
que se los repartiera”. Otro mensaje le llegó durante el mes
de agosto. Los Quíquimas estaban entusiasmados con Kino; se hacía necesario
un viaje más del Padre Eusebio hacia las tierras del Golfo pues además
seguían los rumores que no daban crédito a la peninsularidad de California.
El General Fuensaldaña, Capitán del
Presidio de Fronteras, animó a Kino en el asunto tomándolo por sorpresa en la
ocasión en que el distinguido padre visitaba a los mercados del pueblo; ambos
discutieron el punto expresando Kino su pesar por los ataques de sus
opositores: “Teniendo su merced por cierto lo que
era muy cierto, que la
California no era una isla, determinó darme unos soldados
que conmigo fuesen a ser testigos de su vista y se informase de todo a fin de
informar jurídicamente en México”; a cambio, Fuensaldaña despachó
un correo a sus expensas a fin de conseguir y traer los padres tan necesarios
para esas nuevas conversiones. El Alférez Juan Mateo Ramírez y Antonio Durán
fueron asignados como escoltas de Kino en la nueva expedición; el Fraile
Manuel de Oyuela, un franciscano que estaba en Sonora pidiendo limosna para
la fundación del noviciado de Guadalajara, decidió acompañarlos. Todos
llevaban la consigna de levantar un registro minucioso de la caminata.
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El 13 de octubre, el pequeño grupo
emprendió el camino hacia el suroeste llegando a Dolores tres días después.
Ramírez vio la primera prueba en este pueblo al observar las conchas azules,
regalo de los Quíquimas que incluyeron también una cruz. Otros regalos
dispuestos en la colección de Kino contribuyeron a convencer poco a poco a
los observadores enviados por Fuensaldaña. Después de 5 días en Dolores,
Ramírez se adelantó con la recua hasta Remedios para obtener más equipo; Kino
y Oyuela salieron al día siguiente y prosiguieron su camino a Síboda. Oficios
religiosos, bautizos, enseñanzas varias, una avanzada a las construcciones,
fueron lo normal durante la expedición por los pueblos del norte. En Tubutama
les dio la bienvenida Minutuli
proporcionándoles vino de misas, candelas de cera, chocolate, pan y
bizcocho, pinole, carnero y carne de res y hasta su propia mula de silla”.
Pasaron por Caborca y siguieron hacia el norte para virar después a Sonoita: “Al mismísimo tiempo estaban llegando los vaqueros con el
ganado mayor que la semana antecedente, por diferente más derecho camino,
habíamos despachado desde San Ambrosio del Búsanic”. Kino se
encontró con su pequeña iglesia casi terminada, blanqueada y pintada. El
padre Oyuela atestiguó la magia del Padre de Dolores: “Allí estuvimos día
y medio en donde vi una cosa muy digna de ponderar en gente tan ignorante,
que después que el padre les predicó, un capitán de ellos proseguía
amonestándoles con tal eficacia y tal energía que parece que el Señor le daba
términos para poder hablar tanto, pues
les amonestaba espacio de dos horas, cosa aún difícil para un gran
predicador; después cogía otro el hilo y proseguía en las demás lenguas, y de
esa manera les amanecía y la noche siguiente fue lo mismo”. Kino decidió finalmente partir hacia el
cerro de Santa Clara y desde ahí convencer a los distinguidos visitantes del
paso por tierra a California.
En el amanecer del 5 de noviembre la
expedición partió de nuevo llegando hasta las faldas del Cerro de Santa Clara
(o del Pinacate); dejó los caballos de remuda junto con Durán que estaba
enfermo; Kino escogió las mejores mulas y subió cuatro leguas por el
escarpado y agreste camino. Al terminar el día había recorrido 70 kilómetros,
parte de ellos de montaña; Ramírez cuenta: “sobre este cerro hacen otros
tres cerros apilonados; subimos en el que cae al sur, desde donde se vio el
mar, el cual nos quedaba meramente al sur... y se perdía de vista sin que ni
de la parte oriente, de donde vinimos, ni de la parte del poniente, subiera
el mar alguno hacia el norte o noroeste”. La mañana siguiente, día de San
Bruno, subieron hasta la cima más alta; dice Oyuela: “lo puse por
ejecución a costa de mucho trabajo por ser tan alto y un género de cascajal
de piedra tezontle, como lo es todo este grandísimo cerro, que temía acabar
primero con la vida que con la empresa”. Desde esta cima se volvió a ver,
según Ramírez, “aún con más
individualidad lo que habíamos visto la tarde antecedente, y que con esta
continuación de ambas tierras y paso por tierra a la California; y vimos
que su Sierra Madre de la
California corre de sur a norte hasta a donde remata el mar
y que una punta se pega con una había que Fray Manuel llama la ría, por ser
el desemboque del Río Colorado en el remate de la mar de la California”. Acto
seguido ensillaron sus caballos, convencidos todos, y bajaron las cuatro
leguas hasta el estanque, donde alcanzaron a Durán, y según Ramírez: “allí
dijo misa el Padre Eusebio en hacimiento de gracias de la tan patentemente
descubierta verdad del paso”. Desayunaron, volvieron a El Carrizal
después de otros dos días históricos y después de un rápido camino, llegaron
de nuevo a Dolores el 16 de noviembre; fue el último viaje registrado del
Padre Kino. Después de firmar la relación diaria de hechos, una trágica
noticia ensombreció el rostro del Padre Eusebio: “Y cuando nuevamente esta
relación diaria había de pasar al General Don Jacinto de Fuensaldaña, para
que su merced cristianamente para el bien de muchas almas pasase, autorizado
con papeles suyos a México y aún a España, supimos con muy grande desconsuelo
nuestro que se lo acababa de llevar Dios Nuestro Señor”. Un valioso
cómplice había extinguido sus días. Pero Fray Manuel de Oyuela no dejó lugar
a los escépticos. Anotó correctamente que la forma de la cabeza del Golfo se
parecía al pié derecho de un hombre, con la desembocadura del Río Colorado en
el lugar del dedo gordo, expresando: “por lo cual no es isla la California sino
península, como días ha muy bien y con razón dice y escribe el padre Eusebio
Francisco Kino que nos trabajo a hacer testigos de esta verdad. Con lo dicho
he visto que el hereje Draque es autor de la mentira con que quiere subir
este mar de California hasta la
Mar del Norte, queriendo desmentir a los antiguos españoles
que pusieron a la
California tierra firme con ésta como realmente lo es”.
Termina el escrito diciendo: “Y siempre, como dice el Padre Kino, quedará la California Alta
hecha tierra firme con ésta; esta es la verdad de todo lo que he visto, que
podré jurar y juraré siempre que para ello haya necesidad una y mil veces y
por tal verdad, lo firmo en este pueblo de Nuestra Señora de los Dolores, en
20 de noviembre de 1706”.
Sin duda la caminata ayudó a mejorar la percepción California como
península, aunque la prueba definitiva
seguía en el aire.
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Expedición de Kino, el P. Franciscano Manuel de Oyuela,
el Alférez Juan Mateo Ramírez y Antonio Durán de Caborca al Cerro del
Pinacate (Santa Clara) a fin de observar el remate del Golfo de California en
el mes de noviembre de 1706 (Amplificar).
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Después de la caminata de 1706, no se
conoció más de alguna otra aventura del Padre Eusebio pisando tierras lejos
de Dolores. Al parecer, el ilustre fraile italiano ocupó gran parte de su
tiempo en fortalecer a las misiones bajo su mandato, además de escribir la narrativa
que ha dado cuerpo a este documento en el libro cuyo título empezaba con
“Favores Celestiales”... Todavía en ese tiempo era preocupación para Kino el
buscar nuevos sacerdotes para las misiones que en sus largas caminatas
ilusionaba. El 16 de septiembre de 1709, escribe al procurador de México Juan
Yturberoaga: “Lo que sobremanera vuelvo a
suplicar a vuestra Reverencia y a mi padre Provincial es que se nos socorra
con seis o siete padres misioneros para estas nuevas conversiones y nuevas
misiones; que le gasten algunos centenares de pesos por mi cuenta para su
avío de los referidos padres, que estas misiones pingües pagarán esos
gastos”. El Padre Eusebio siempre exhibió habilidad para la
economía; ahora que podía sufragar gastos
para nuevas misiones, los brazos estaban faltando. Llegó a enviar
donativos al Santo Sepulcro e incluso hacía regalos a la Provincia. Se
edificaron nuevas torres y se adquirieron nuevas campanas para Dolores; en la
carta añade: “Con un propio despacho a
Fronteras cien marcos de plata, y me
parece que otros tantos con poca diferencia se me juntarán y cobrarán y
añadirán en el camino, que me los deben y prometen personas seguras”.
El Capitán del Presidio debía enviar esa suma que le sería acreditada a Kino.
De esa cantidad, el procurador habría de descontar el precio de cincuenta
libras de chocolate que se debían de un embarque anterior, y trescientos
pesos como un obsequio para la Provincia. De lo que restaba, “se me podrá remitir para esta iglesia la campana grande y
buena de catorce o quince arrobas y buena torre... espero en breve remitir
más plata porque el año parece es favorable de frutos”. Tres meses
después, por conducto del capitán del Presidio enviaba doscientos marcos o
mil cuatrocientos pesos en plata; mil eran para la Provincia, y el resto
debía acreditársele en su cuenta, que esperaba en parte pudiera aprovecharse para equipar
a los nuevos misioneros; Kino escribe: “Añadí a
la limosna de los mil pesos para la Provincia cien novillos y toros y veinticinco
caballos, y estoy pronto a socorrerla con todo amor toda mi vida”.
La respuesta del procurador
fechada en Enero de 1710 fue terrible, pues el Obispo de Durango ya estaba
exigiendo suprimir todas las misiones de la Compañía de Jesús en la Nueva España, una
medida que décadas más tarde se haría efecto. El padre sabía que las cosas
estaban difíciles pero ya no tenía fuerzas para enfrentar tanta complicación;
ese era trabajo para las próximas generaciones de valientes jesuitas. A
mediados de 1711 ensilló su caballo y siguió el camino tantas veces pisado de
Dolores a Magdalena. La luz del sol se confundía entre las verdes ramas de
los árboles que ya sentían la primavera;
el Padre caminante se acerca a las fiestas de consagración del templo
dedicado a su Santo Mayor, Francisco Xavier, el mismo a quien, postrado ante
la penosa enfermedad, dedicara la promesa de consagrar su vida a la salvación
de almas en tierras muy lejanas de la orgullosa Italia.
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En el trayecto, su vida pasaba como un
relámpago: aquellos viajes frustrados en Cádiz, la travesía de varios meses
para llegar a México obligado por aquel papelito que jugó a la suerte; sus
discusiones respecto al cometa que analizó en un polémico libro; el viaje a
China que nunca pudo ser, pero que pronto olvidó para cambiar su ilusión por
California. Aquellos viajes por La
Paz y San Bruno donde vivió amargas experiencias por un río
que siempre se le negó; aquella despedida de los naturales dueños del otro
lado del turbulento golfo, que en cada viaje sin piedad sacudía las velas de
las primeras embarcaciones construidas bajo la mirada de un Atondo sin
fortuna.
Como olvidar esa primera llegada al norte
de Sonora con todo el empuje de una juventud ya muy lejana; el plan estaba
perfecto: desarrollar esta tierra tan rica con cuyos excedentes se podría
abastecer a ese pedazo de mundo que nunca fue isla... y lo hizo. Subió a la Pimería, no se cansó de
pisar estos recónditos lugares donde la luz de la civilización no alcanzaba a
llegar tan lejos. Buscar el paso por tierra a California fue su terquedad,
esas conchas azules fueron su martirio, y aquella última prueba que le
permitiera abrazar a su paisano Salvatierra se quedó como pendiente. Tenía
dinero para hacerla, pero sus manos ya no apretaban la rienda; sus ojos no
veían lejos y en este último viaje prácticamente el caballo trabajó solo...
Se veía cansado... fueron miles de kilómetros de sostener el paso de un
corcel con la mirada puesta en el sextante, arriando bestias que en silencio
soportaban el peso del bendito alimento de su gente, o del agua milagrosa que
poco se da en las cálidas tierras contrastantes de un Sonora milenario; de un
desierto poco visto. Acampar, soñar con el descubrimiento del día siguiente;
hacer los primeros caminos en suelo extraño para todos en un clima hostil y
peligroso era lo normal en su vida; pisar arena, trotar en agua, tropezar con
riscos en montañas, subir a la cima de un volcán extinguido y vencer
obstáculos del tiempo, del suelo o del enemigo, terminaron por consumir
inevitablemente esta vida llena de ilusiones y de una entrega total a cambio
de nada.
Aquel 15 de marzo de 1711, sobre el altar
de un nuevo templo calló el canto de un santo; un silencio sacudió los arcos
sostenidos por un muro hecho a su pensar; el ritual sagrado no pudo
concluirse pues Francisco Eusebio estaba agotando sus últimas respiraciones,
sus últimos impulsos de aquel noble corazón. Permaneció en su humilde
aposento teniendo por cama dos cueros de ternero y a su lado el compañero
Campos decide darle los rezos terminales... para la medianoche el Padre de
Sonora había emprendido el viaje solemne a la eternidad. Solo él pudo ver que
desde lo más alto del firmamento una luz brillante que iluminó su rostro.
Ansioso pregunta en su despedida: ¿Lo hice
bién?... ¿He cumplido la promesa?; Una voz responde solo para él: “Lo
hiciste bien, muy bien Eusebio... tu siembra dará frutos, no tengas la menor
duda... déjame contarte que muchos años pasarán por esta tierra... que será
grande, maravillosa y muy rica; avanzará y crecerá con los siglos de los
tiempos... dará hombres y mujeres fuertes, valientes y seguros de un destino
maravilloso. No diré que estarán salvos de infortunios, como los tuyos que
los ví uno a uno, pero la fuerza de sus ideales y su mística de entrega al trabajo
será única y brillará por encima de otras luces. Levantarán la voz cuando se
asome la injusticia, serán sus hijos el mayor orgullo y por ellos ofrendarán
sus vidas muchas veces, y en el rincón más sublime del alma llevarán para
siempre y para cualquier parte el recuerdo de esta tierra a la que
pertenecen. Ve feliz Eusebio... ve tranquilo... porque cada hijo de este suelo heredará la
magia de tus dones como un regalo milagroso que hoy te entrega el Creador... Alégrate
porque tus hijos llevarán esa mística que se labró en tu corazón cada vez que
tomabas la dolorosa ruta del dolor y el sacrificio, buscando el bien de los
humildes a quienes por estos caminos de tierras áridas y altas montañas
siempre protegiste y enseñaste... Ve feliz Eusebio al encuentro con la
inmortalidad... ve seguro a la eternidad... te bendigo como al más Santo de
mis hijos porque en tus manos esta tierra ha nacido para el mundo”.
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Acta
de Defunción de Kino escrita por el P. Agustín de Campos
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El Acta dice: “Año 1711. Padre Eusebio Franco. Kino. En
quince de marzo poco antes de media noche, recibidos los santos sacrametnos,
murió con grande sosiego y edificación en esta casa y pueblo de Santa
Magdalena el Padre Eusebio Francisco Kino, de edad de setenta años. Fue
misionero de Nuestra Señora de los
Dolores, fundada por el mismo padre el cual trabajó incansablemente en
continuas peregrinaciones y reducción
de toda esta Pimería. Descubrió la Casa Grande, ríos Gila y Colorado, y las
naciones Cocomaricopa y Sumas y los Quicamaopa de la isla; y descansando en
el Señor está enterrado en esta capilla de San Francisco Xavier, al lado del
Evangelio, donde caen la segunda y tercera silla, en ataúd. Fue de nación
alemán, de la provincia a que pertenece Bavaria. Habiendo sido antes de
entrar en la
Pimería Misionero y Cosmógrafo en la California, en tiempo
del Almirante Don Isidro de Otondo. (firma): Agustín de Campos SJ.”
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