VILLISTAS CONTRA CARRANCLANES Por: Don Fernando A. Galaz Editado por: Ing. Manuel Sortillón
V. Hacía tres días
que los “Maytorenistas” (Villistas) habían huido de
Hermosillo dejando a la ciudad sin autoridades, salvo unos cuantos policías
municipales que en escuálidas arpas hacían servicio de vigilancia; un grupo
de civiles voluntarios que hacían lo mismo y unos veinte yaquis que al mando
de Cobanahui de la Matanza, su sola presencia
imponía respeto al más pintado. Eran los primeros días de noviembre de 1915 y
el “borrego” del día era de que Villa entraba a Sonora por el Cañón del
Púlpito con poderoso ejército de las tres armas, y que los “Carranclanes” (Carrancistas o Constitucionalistas) venían
por el sur del Estado capitaneados por el General Manuel M. Diéguez. Días de
angustia y zozobra, días en que sin estar decretado el estado de sitio, se
aplicaba muy cómodamente la Ley Marcial, o sea, el asesinato legalizado. La
noche del 15 de noviembre quizás serían las nueve y hacía una hora que habían
pasado la ronda de policías, cuando tocaron con desesperación la puerta de la
casa: -¿Quién?, preguntó mi papá con un 30-30
en la mano… - ¡Gringo! , se escuchó detrás de la
puerta… ¡Déjame pasar la noche aquí,
estoy sola en la casa y me estoy muriendo de miedo!. Era una vecina del
barrio con unas cobijas en los brazos; mi madre le señaló lugar donde se
acostara, pero en vez de tender llena de algo más que de miedo, de terror,
contó: - Me dejó sola el condenado de mi hijo para
irse a puchar el corcho y mi marido tanto que le rogué que no lo hiciera, se
fue con la tropa de Maytorena al norte. Bajé al corral de la casa porque
estaba oyendo patalear a la mula; la vi meneando muy feo las getas, paradas
las orejas y llevando seguido el hocico al viento… el animal no se puede
equivocar “Gringo”… está oliendo a los Yaquis. Mi padre decide
investigar: -Vente conmigo “Maistronando”
(yo)… tú “Toño” (mi hermano)… prepara
el carramplón pero no tires a no ser que alguien tire a la casa… Bajamos al corral
que estaba pegado al río; la noche era cordial y silenciosa… mi papá se tiró de panza en la arena pegando
los oídos en el suelo y yo lo secundé.. -¿Hay algo apá?... contestó: -Sí, como a dos kilómetros de aquí viene un grupo de
hombres con esta dirección. Permaneció mi papá
varios minutos escudriñando con la vista al poniente y a mí las corvas se me
aflojaron… ¡que nochecita aquella!. Mi papá me
indicó: -Mira… ahí esta el grupo… va entrando al callejón
por la casa de la “Tila” (mamá de
mi compadre Alfonso Mar y hermanos que lo acompañan)… vámonos con tu mamá… Al llegar a donde
estaba mi amá y los demás, inmediatamente para
evitar que la vecina se pusiera histérica le dio un “churumbón”
del bueno. La vecina, por el miedo o porque le gustaba, hizo del “churumbón” buche y triple trago. Nos situamos en los
puntos que él consideró mejor y nos dio a mí y a mi hermano dos paradas de
tiros; apagó la luz de la amplia sala y se hizo la oscuridad. ¡Qué feo es el
miedo!... ¡qué torturantemente cruel es esperar que siga la vida sabiendo que
la muerte nos acecha!; en ese abominable silencio permanecimos unos minutos…
de súbito, un grito sacudió el silencio. -¡Ay Mavachenta! Quiso contestar la
vecina pero un severo “shhist” le calló la boca. Era de Manuel “El Chino” de
la esquina que imploraba a su mamá Vicenta…. Los yaquis habían saqueado el tendajón del infeliz coludo. Sentimos que los asaltantes
venían rumbo a nuestra casa y así era; cuando llegaron al frente se pararon.
Los pelos se nos pusieron de punta y luego se ensortijaron como si hubiéramos
jalado un cigarro de grifa tras un trago de mezcal… tocaron… -¿Quién?... Nos levantamos de
nuestros asientos con el dedo metido en el gatillo de los rifles… -Soy yo… Respondió una voz
desde afuera… -Soy tu compadre Luis. Mi “apá” reconoció la voz de su compadre y peón y abrió;
hablaron en la lengua los dos… -Compadre de a tiro la friegas
y te haces menos; le distes agua al “chinacate” de Manuel. -No compadre… le apretamos tantito el guerguero, se le jué la tripa y
azotó como vaca vieja… contestó
mi padre. De ahí, del grupo
de yaquis que estaba enfrente cargado de provisiones, con la aprobación de
todos uno de ellos le dijo en la lengua de Castilla: -Compagre Gringo no te azorrilles; nadie de la nación te hará daño; agora, como tu compagre Luis le
da pena decirlo y a mi también, pero no me ves la cara; te lo voa decir; ese infeliz chinacate no tenía surtido;
llevamos una vicoca de provisiones… ¿no tiene algo compagre para acompletarnos? Riéndose mi apá les dijo: -Por ahí debían haber empezado… entra compadre José
con un compañero… ahí en la otra pieza hay provisión, pero llévate mejor una
o dos pacas de carne seca porque eso es lo mejor para el camino. Cuando cargados
los indios con las pacas de carne seca salían, uno de ellos clavando los ojos
en la vecina, con voz y ademán zorreño le dijo al
pasar: -Que güenota tás Michayla… quien contestó.. -Pos cuando quieras.. u…sí… ahí vivo enseguidita. Por unos instantes
la concurrencia en sus ojos se dibujó el reproche, pero luego todos se
soltaron riendo. Mi padre le preguntó: -¿Cuándo vuelven al trabajo compadre Luis? -No se compagre… e menos agora que las cosas están de la patada. Afigúrese que tenemos que ajuntarnos en el Alamito con el jefe Urbalejo. Contentos los
indios doblaron la esquina de la casa, tomaron el callejón y en el inmenso
arenal del río se siguieron; nos acostamos con el rifle en la cabecera y las
mujeres rezando al Angel de la Guardia. Así por el
estilo pasaron unos días; apenas las cosas comenzaban y ya soñábamos con el
fin; y en esta incertidumbre, en esta inquietud, en este infierno llegó el 16
de noviembre de 1915 cuando llegaron a Hermosillo los “Carranclanes”
y en los cines, cantinas, cabarets, en el mercado y en todas partes, estalló
trepidante la dinamita de la lengua que decía: “… ahí viene Villa…”; el socialista romántico de las campiñas, el
macho castigador de las rancherías, el astuto y cruel. Villa era el indómito, el legendario y la
verdad, aquí en Hermosillo se le tenía miedo. Llegaron como unos 5 mil
hombres muy bien equipados con uniformes color olivo, bien acabados zapatos
de estilo, dinero, provisiones, armamento de todos calibres y parque de
rifle, ametralladoras y cañones les sobraban. El dinero que ellos traían se
cotizaba a 4 pesos por dólar y el de nosotros a 30 mil por uno… ¡nada!. La tropa, para mejor decir, la galería de Nayarit y
Jalisco no conocían Sonora; de inmediato encerraron a la ciudad en un círculo
de loberas pero la mayoría de los contingentes se fue a “El Alamito”, donde Villa y sus mejores hombres se preparaban
para el combate. Multitud de
jóvenes que no traían soldaderas y que estaban en
las loberas que partían el corral de nuestra casa, acudían a nosotros en
busca de alimentos medianamente condimentados; ahí conocieron estos foráneos
milicianos y saborearon hasta el éxtasis la carne asada acurrucada en
tortillas de harina, el requesón aprisionado en tortillas de manteca, la
carne seca apretujada en burro, el quelite, la verdolaga sudando queso, el
pozol de trigo, la gallina pinta, el inquitante
afrodisiaco agua de gallo y los suaves y optimistas frijoles maneados con
quesadillas de Torres. Del 11 al 14 de
noviembre es una de pasar tropa rumbo al norte; infantería y artillería por
tren y por tierra la caballería sin faltar como es natural las brigadas de soldaderas, las
heroicas que alimentan y cuidan a su Juan y en ocasiones, cuando es
abatido su hombre, toman el arma y continúan la batalla que dejó inconclusa
su marido. ¡Bendita entre las benditas seáis.. sin par las heroicas y nobles soldaderas
mexicanas!. A la estación del ferrocarril donde como nunca está pletórica de
mirones, comienzan a llegar en góndolas los heridos carrancistas; de ahí son
trasladados al Hospital Militar (Hoy Escuela Jesús García) y al de sangre que
se ha improvisado en el edificio que fuera del Banco Minero de Chihuahua –hoy
Las Novedades-. Es el 16 de
noviembre de 1915; Villistas y Carrancistas pelean como perros enyerbados en
el Zacatón, en el Alamito y muy cerca de Hermosillo
donde queda como Jefe de la Guarnición el General Miguel Acosta. Sin llegar
al pánico, hay inquietud en la ciudad y los primeros signos de temor de la
tropa guardián del pueblo se empiezan a notar cuando formando un círculo de
loberas y trincheras, encierran a nuestra capital. A la cárcel envían docenas
de gente sospechosa de villistas y hasta el Cobanahui
de la Matanza José María Valencia, entre una lluvia de hirientes puyas y
chifletas. Todos ellos pobres infelices, son candidatos al paredón y ni modo,
la guerra que tiene la virtud de sacar de los humanos el instinto de fiera
que a escondidas llevamos dentro. Es el 18 de
noviembre, los borregos sobre el resultado de la batalla de El Alamito se contradicen; unos que le pegaron corbata a los
carranclanes y otros que le quitaron lo bravo a
Villa; se decreta la Ley Marcial pero ni eso siquiera mortifica al pueblo que
sereno y resignado espera lo que ha de venir. El civil de la calle, con su
filosofía particular al ordenarle que se recluya en su casa, que se proteja,
que le puede tocar una bala, responde con gracejo desafiante: “lo mismo da que sea una bala o lo que
sea, pos por cornada de burro no he de
morir”. El 19 entran a
Hermosillo las tropas carranclanes que pelearon en
El Alamito. Dicen ellos que derrotaron a Villa y
que como medida estratégica se repliegan; el día 20 crece el temor de la
tropa carrancista al saber que llegan al mando de los Generales Fructuoso
Méndez, Trujillo y Creel, centenares
de soldados carrancistas que son atacados por una fuerte gripe con diarrea
que ellos llaman “fríos”; dejan en el río y en las calles las huellas
pestilentes de sus adoloridas tripas y en las casas de los barrios aledaños,
hileras indias interminables de robustos piojos blancos. En la aurora del 21
de noviembre la tropa carrancista estaba parapetada en el corral de la casa;
todo el día hasta el atardecer hubo movimiento de tropas de infantería y
caballería en la ciudad; se suspendió hasta el servicio de carruajes y
tranvías, porque caballos y mulas
fueron requisados concentrándolos primero en los cuarteles y luego, al
siguiente día con el debido equipo de jinetes, se concentraron listos para
atacar en los datileros que están frente al Colegio
Leona Vicario. A las 5 de la tarde se abrió un paréntesis de relativa calma,
pero fue roto cuando al anochecer en los cerros de Santa Martha inmensas
fogatas iluminaron las montañas. En la faz de los
inexpertos jovenazos de la tropa carranclana se retrató en cinescopio el temor; minutos
después por el noroeste de la ciudad se comenzó a escuchar el ruido pascoleta de ametralladoras y el agudo y crispeante ulular de las balas de fusilería. Con cartucho
cortado en nuestros 30-30 pasamos la noche con eterna calma; al no oír
disparos de artillería ni de otras armas, pensábamos nosotros que Villa
atacaba con desgano. Atacaban el General Francisco Villa, Eduardo Ocaranza, José Antonio García, Fructuoso Méndez, Jesús
Trujillo, Luis Buitimea y otros con unos tres o
cuatro mil hombres; defendían el Gral.
Manuel M. Diéguez como Jefe de Operaciones con su segundo de abordo el
General Angel Flores, así como los generales Gavira, Luis
Hernández y otros. Como a las 2 de la
tarde salieron de la Penitenciaría del Estado 3 presos villistas escoltados
por 6 soldados; dos de mediana edad y uno muy robusto. Se vino todo el grupo
por la hoy Jesús García, brincaron los
rieles del ferrocarril en la hoy Revolución y llegaron hasta el Panteón. Iban
con las manos atadas dos de ellos jirimiqueando, acobardados, mientras que el
más jovencito caminaba sin ningún gesto que denotara cobardía. Les armaron el
cuadro y empezaba el subteniente encargado de la ejecución a dar las órdenes
cuando el jovencito les dijo: “…
desáteme las manos cuando caiga al suelo”… El Capitán contestó: “… bien hecho”.. Antes un soldado
los desató y aquellos que momentos
antes jirimiqueaban, ahora se limpiaron las lágrimas, irguieron sus pechos,
levantaron sus caras y sonrientes los tres se miraron por última vez. A la descarga de los máuseres tres cuerpos
cayeron al suelo y no necesitaron o no quiso el Capitán darles el tiro de
gracia. Los cinco soldados permanecieron petrificados y volvieron en sí
cuando el teniente con rabia exclamó: “…
guerra hija de su maldita madre”… Por la noche del
21, ametralladoras y fusiles mas no cañones no paraban un segundo; los techos
de vidrio del mercado se dolían de las heridas de las balas; caían ahí en las
calles por doquier, pero el Juan Don Nadie del pueblo le importaba una
tiznada todo. A los combatientes, la furia del odio
contenido los desquiciaba pintando horrores en el negro paisaje de la guerra fraticida. Ya a estas horas el nivel de los excrementos
de la bisoña tropa carrancista sube; atropellan la decencia y escudándose en
el miedo, de mojoneras pestilentes llenan la ciudad y allá en los patios de
la Penitenciaría el monstruo de la guerra plasmaba su odio, su venganza, al
hacer balancear sobre el vil poste el rechoncho cuerpo del Cobanahui José María Valencia, que con la amoratada
lengua de fuera parecía querer escupir a sus verdugos; además ahí en la
calera de Peralta (Cerro de la Campana, inicio de la calle Ing. Felipe
Salido), una humareda y olor a carne asada abrían el apetito. Eran los
cuerpos de dos locos que ardían en leña verde arrojados al vientre enorme de
la calera por la soldadesca ebria de miedo, de odio, paranoica y ruin como
ninguna… ¡nosotros lo vimos!... Llega el 22 y
aprieta el empuje de los atacantes que llegan hasta el Cementerio, hasta la
Zona de Tolerancia (Calle Puebla) y hasta San Antonio. Son los Yaquis que
quieren tomar la plaza porque aquí están sus familiares, sus mujeres
disimuladamente prisioneras. Atacan con bravura, con coraje, con decisión
formando una infernal línea de fuego y en la tropa que está sin pelear, la
del sector sur, que corre de oriente a poniente de la ciudad, lo mismo que en
todo el pueblo, tiemblan de miedo, de angustia y de pavor porque saben que se
les ha prometido a los villistas si toman la ciudad: tres días libres o lo
que es lo mismo, crimen y violencia a placer. Así: ¿cuál es el guapo que no
tenga miedo?. Las balas pregonando muerte que
llueven por doquier, no es tanto como la sentencia que se cierne sobre la
cabeza de todos; la moral de la tropa está en el suelo, la del pueblo la
levanta la promesa de un valiente. Al mediodía de ese
cruento día, en el que cayeron docenas de soldados y los coroneles José
Mancillas e Ignacio Lugo, por ahí en la Estación del Ferrocarril está el
General Manuel M. Diéguez y unos oficiales del Estado Mayor. Saborean tragos
de confortante “chanate” al compás del silbido de
las balas cuando se apersona el General Angel
Flores y cuadrándose ante el Jefe con voz calmada dice: “a sus órdenes mi General”. Interrumpe el acto un chero mozalbete
quien entrega a Diéguez una carta para él y otra para Flores, nada menos que
del General Villa. El mensajero, sin esperar un segundo se escurre como
águila y se pierde entre los carros de la Estación. Con súbita sorpresa pasa
al leer las cartas de Villa que los invita a que como mexicanos valientes le
den opinión de lo que ha hecho Carranza al celebrar un convenio con Estados
Unidos, convenio que él (Villa) considera deshonesto. Termina un breve
comentario sobre las cartas y habla el Jefe: “… General Angel Flores… proceda de
inmediato a dar las órdenes necesarias para evacuar la plaza…”. - No puedo mi General..
responde Flores con voz fuerte; Diéguez extrañado lo cuestiona: -¿Porqué… se insubordina entonces?. Flores con
firmeza le responde: -Nunca mi General… Con recto proceder y hombre de criterio explica: - Hoy como a las 8 de la mañana una numerosa
comisión de hombres, señoras y señoritas casi histéricos, ante la amenaza de
Villa de dar a su tropa tres días libres si toman Hermosillo, me pidieron
casi en súplica… y vaya que esta gente no es de la que suplica… que no los abandonara;
que los defendiera…. Yo mi General, les di mi palabra de honor que los
defendería a como diera lugar… Diéguez se levantó
de su oficina, se caló sus anteojos, se retorció los bigotes y tendiéndole la
mano a Flores le dijo: -La palabra de un militar es sagrada… ¡cúmplala!… Nos dimos cuenta
cabal de estos conocimientos; palpamos, vimos con nuestros ojos el estado
crítico de la situación; el ánimo decaído de la tropa y aunque resulte rudo
el término, palpitaba y fuerte el miedo. ¿Qué le pasó al General Villa al no
aprovechar el estado sicológico de la tropa carrancista?;¿Dónde estaba su
genio, donde su intuición, donde el estratega?Con
un poquito de eso hubiera tomado Hermosillo… ¡ni siquiera movilizó la
caballería del General Medinabeytia que aburrida se
estacionaba en el Palo Verde!. El Mayo Jiménez y
otros oficiales recorrieron el sector que a esas horas entraba en acción,
donde los “fríos” (diarrea con gripe) y el temor hacían estragos. La noticia
de la decisión del General Angel Flores y cortas
arengas a los oficiales, a los Juanes, reavivó el ánimo caído. La balacera
tan movida parecía el loco frenesí de una polka bailada en ramadón de rancho. Al obscurecer, el sector inactivo
relevó a los que tenían muchas horas de estar peleando. Los recién llegados
daban la medida y al anochecer de repente el fuego cesó; ¿qué había pasado?. Los Yaquis al son de sus fúnebres tamborcillos se
habían retirado aunque por el Puente Colorado, El Mariachi y El Ranchito
seguía la lucha toda la larga noche. Amaneció el 23; la
refucilata no paraba y después de mediodía entró a
Hermosillo con bandera blanca el General Luis Buitimea
con 500 hombres. La balacera no cesó; siguió la macabra danza de la muerte en
toda pujanza hasta que al amanecer del 24 en el claro oscuro del despuntar
del día el fuego cesó. Los Villistas sin ser perseguidos ordenadamente
tomaban otros rumbos; Hermosillo a pulmón abierto jubiloso respiró. Fueron 4
días de agonía que aún mirándolos a distancia de
los años a nadie se lo deseamos. |
NOTA
BIOGRÁFICA: General Manuel M. Diéguez |
|
MANUEL
MACARIO DIEGUEZ LARA (1874-1924).
Nació en Guadalajara el 10 de marzo de 1874, fue una de las figuras fundamentales
del Occidente del país durante los violentos años de la Revolución Mexicana.
Nacido en el seno de una familia muy humilde, sólo pudo cursar los estudios
elementales teniendo que iniciar el trabajo, razón por la cual se trasladó a
Mazatlán donde se dio de alta en el transporte militar “Oaxaca”. En estos
años aprendió el arte de la guerra, que posteriormente le serviría en el
desempeño de sus actividades militares. Trabajaba en la mina “Overight” en Cananea, y debido a las prácticas
discriminatorias que vivían los mineros, encabezados por Diéguez los de
Cananea fueron los primeros obreros en pedir un salario mínimo suficiente y
una jornada laboral de ocho horas. La respuesta fue violenta por parte de los
patrones y Diéguez fue sentenciado a 15 años de prisión, pasando un tiempo en
la cárcel de Hermosillo y luego en las mazmorras de San Juan de Ulúa. Gracias
al triunfo de la revolución maderista fue liberado y regresó a Cananea, donde
fue electo alcalde. Al enterarse del golpe de Estado de Victoriano Huerta se
incorpora a la lucha con 400 hombres, desconociendo al nuevo régimen. En los
primeros días de junio de 1914 fue nombrado gobernador de Jalisco, teniendo
como sede la población de Etzatlán. En su primer
mensaje se comprometió a realizar reformas para lograr el bienestar de la
población. La oposición a Villa le gana el grado de General. Como militar
cuenta con una hoja de servicios impresionantes, sin embargo, también hizo
hincapié en defender los planteamientos sociales más avanzados del proyecto
revolucionario. Para combinar su doble responsabilidad de político y militar
contó con el apoyo de Manuel Aguirre Berlanga, Tomás López Linares, Emiliano
Degollado y Manuel Bouquete, quienes fungieron como
gobernadores interinos. En su gestión impulsó la educación orientada hacia el
trabajo, creando la Escuela Industrial para Señoritas. Construyó junto a la
Penitenciaría de Escobedo, los edificios de la Universidad de Guadalajara y
de la Escuela de Música. Inició las líneas de ferrocarril a Chamela, colocando
Carranza el primer clavo de los durmientes. Fue declarado Gobernador
Constitucional el 1 de marzo de 1915, sin embargo dejó el cargo para
incorporarse a la lucha en contra de la reelección de Alvaro
Obregón. Fue aprehendido y fusilado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 20 de
abril de 1924. TOMADO DE: http://www.fomentar.com/Jalisco/Tapatios/index.php?codigo=100&inicio=0 |
GENERAL ANGEL FLORES |
Militar revolucionario y
Gobernador del Estado de Sinaloa. Ángel Flores nació el 2 de octubre de 1883
en el pueblo de San Pedro, actualmente perteneciente al municipio de Navolato, Sinaloa; sin embargo, algunos cronistas
sostienen que vio la luz en el pueblo de Lo de Sauceda, ubicado en el mismo
municipio, lo cual no ha sido posible corroborar en virtud de que su acta de
nacimiento no ha sido localizada en los archivos del Registro Civil.
Tomado de: http://www.congresosinaloa.gob.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=102&Itemid=73 |