HOMENAJE EN BAVIACORA AL PROFESOR EDUARDO W. VILLA
Por Luis Bojórquez
Prof.. Eduardo W. Villa
Baviácora Sonora, Mayo 25 de 1984
En tanto el profesor
Armando Quijada Hernández expresó que sería un grave cargo de conciencia
histórica que nuestra generación echara por la borda las enseñanzas del
profesor Eduardo W. Villa, el doctor Moisés Canale
señaló que la incomprensión, la ingratitud, el abandono, el egoísmo y la
ceguera de quienes debieron apoyar a tan distinguido maestro sonorense
impidieron fomentar desde mucho antes la cultura de nuestro Estado. Durante un
emotivo acto celebrado hoy, el pueblo de Baviácora y las autoridades estatales rindieron un homenaje
al ilustre mentor mediante la develación de un busto
y la placa correspondiente, declarándolo además “Hijo Distinguido de Baviácora”. La
ceremonia fue presidida por el secretario de Gobierno, licenciado Carlos Gámez Fimbres, en representación
del gobernador Samuel Ocaña García.
En su
intervención el profesor Quijada Hernández, a nombre de
Por su
parte, a nombre del pueblo de Baviácora, el doctor
Moisés Canale, Ex rector de
“Fue mi
maestro… fue mi amigo. En un principio
maestro mío, siempre le sentí amigo, después, ya amigo mío, seguí sintiéndole
maestro. Las mejores lecciones de
hombría y entereza me llegaron de él. Hemos escuchado aciertos magníficos de su
vivir. Quiero ahora referirme a su
muerte, que también lo fue de hombre grande. Semblante de tragedia delinearon
las facciones de quienes al haberle conocido, respetado, admirado y querido, se
enteraban de la infausta nueva que sobrecogió en asombro primero, y en dolor
después, a los que fuimos sus amigos. Se le fue la vida mientras cumplía uno de
los más innatos deberes del hombre… cuidar de los hijos. Cronológicamente anciano, jamás su integridad
de intelecto y sentimientos se vieron menoscabados por la acción destructora de
los años, y al claudicar sus fuerzas en medio de la violenta agonía a que
orilló el brutal dolor que ahogó su pecho, ni un gemido se le oyó emitir,
lección última de entereza para la hija que sola, lejos, vivía en esos
instantes una situación desgarradora: el adiós de su padre en cuyo rostro la
muerte iniciaba el dibujo de una serena expresión de descanso, y el vivir de la
hermana que debatía en penosa lucha la prolongación de la propia existencia.
Muerte
ejemplar al ejemplo de padres que ni aún en su última batalla, la de la vida,
olvidó un solo instante, en la mas sublime de las acepciones, su sagrada esencia
de progenitor. Así murió don Eduardo W. Villa, grande, limpio, consciente,
puro, respetable. Muerte la suya que obliga a meditación profunda, vida apagada
que invita al recuerdo de su nítida trayectoria. Luchador infatigable por el
asentamiento de veraces relaciones humanas, buscó siempre la verdad en el
pasado –sus investigaciones históricas-,
y en el presente, sus debates admirables llenos de constructiva
agresividad.
Descorrió
mantos de falacia de los pasajes ancestrales de nuestro Estado, en cuya historia
no han faltado advenedizos que con ella trataron de hacer gloria. Desgarró cubiertas de propelesca
pedantería, y al hacerlo, enseñó con sacerdotal integridad la podredumbre de
quienes con violencia y sangre intentaron después llamarse prohombres de
Sonora. Y fue naturalmente expulsado y hasta perseguido. Era de esperarse, pues quienes medran al
abrigo de falsedades se vuelven susceptibles al contacto de la verdad. Pero don
Eduardo, al vivir siempre en un plano muy superior y por ende permanecer su naturaleza
inmune a agresiones intrascendentes, se refugió hermosamente en su límpida
pobreza de bienes y en su enorme riqueza de sentimientos nobles, de integridad
intelectual, de inconmovible y acrisolada rectitud. Y siguió produciendo la certera literatura
que le valió sin discusión el ser reconocido como el mejor historiador del
noroeste de
Su
laboriosidad constante e infatigable estudio están testimoniados en su original
biblioteca. No es esta la colección
masiva de volúmenes de quien ostenta saber.
Es una biblioteca pequeña plena de cotejos interesantísimos, de libros
cuya constante lectura llevó a muchos a desencuadernarse, de folletos que
despiden aroma vetusto, de documentos inéditos en los que trabajaba hasta los
días en que su vida se vio prematuramente concluida. Murió don Eduardo, un gran
hombre, un gran sonorense. Y digo que su
vida se vio prematuramente concluida por el hecho de que al ser infinita en
tiempo la obra de los grandes hombres, él apenas iniciaba la suya, que se
proyectaba sin límites no obstante su ya avanzada edad. Hubiera llegado muy lejos en el amplio
horizonte de su trabajo, dada la brillantez y claridad de intelecto y las
excepcionales cualidades humanas que de continuo abonaron su espíritu. Pero la incomprensión, la ingratitud, el abandono, el egotismo y la ceguera de quienes
debieron haberle apoyado, no para favorecerle a él, que los grandes no
necesitan favores, si no para fomentar desde mucho antes la cultura de nuestro
Estado, le negaron su respaldo, lo ignoraron y hasta lo acosaron. Un ejemplo mas de los muchos que han habido y habrá después, de quienes se marean o
embrutecen cuando el destino les deja en manos una limosna de poder. Ya lo dijo Toynbee:
“Siempre hemos sido débiles y tontos”.}Y cuando le vimos sereno, impasible,
como resultado del abrazo que esa muerte prematura le diera, reflexionamos que
en él nada había cambiado, pues siempre fue un hombre tranquilo y bueno. Y pensamos así mismo que el adiós a la vida
que dan los grandes de espíritu no implica más que una simple lejanía de
presencia, que la muerte en ellos no es concebible: Siguen vivas las
repercusiones inmortales que entregó generosamente como fruto; hoy, al
recordarle, evocamos esa supervivencia que la vida concede solo a los
espíritus privilegiados: MURIO EL HOMBRE”.
LUTO GENERAL POR
Domingo 30 de Octubre de 1960
El Imparcial
Hermosillo y
el Estado entero de Sonora, se conmovieron al conocerse hoy la infausta noticia
del fallecimiento del profesor don Eduardo W. Villa, ocurrido ayer a las 12
horas en la ciudad de México, D. D. F. donde
se hallaba acompañando a su hija Lupita, quien precisamente hoy fue sometida a una delicadísima operación
quirúrgica. El profesor Villa, considerado como el historiador sonorense
prolífico, tuvo a la vez una brillante carrera como educador y se distinguió
como periodista, habiendo publicado miles de artículos en su mayoría
relacionados con su especialidad:
De acuerdo
con las escasas informaciones recibidas hasta hoy, la muerte del profesor Villa
fue instantánea y si bien se había quejado de fuertes dolores en el pecho ayer
en la mañana, nunca se creyó que fuera algo grave y mucho menos que tuviera un
desenlace fatal. Lo acompañaba en la capital en la casa de Balio
No. 233 donde se alojaba otra de sus hijas,
Alicia, quien comunicó la terrible noticia a su tercera hermana, la
joven señora Ana Luisa Villa de Cossío que permaneció
en esta capital. Hoy en la mañana se dijo que los restos mortales del profesor
Villa serán trasladados a Hermosillo por ferrocarril, debiendo llegar a esta el
miércoles por la noche para recibir cristiana sepultura.
UNA VIDA ACTIVA Y DE GRAN CONTENIDO CIVICO
Nació el
profesor don Eduardo W. Villa en Baviácora Sonora el
26 de octubre de 1888, hijo de don Rómulo Villa y su esposa doña María Jesús
Romero de Villa, por lo que, al morir tenía 72 años de edad. Hizo sus primero
estudios en la población de su nacimiento trasladándose luego a Ures, Sonora, en cuyo famosos Colegio se tituló como
profesor de Educación Primaria el 12 de julio de 1907. Cursó estudios
posteriores en Los Ángeles California, dominando el idioma inglés. En su
carrera magisterial ascendió desde maestro de banquillo hasta director de las
escuelas primarias de Arizpe, Ures, Baviácora y Banámichi. De
PRODUCCION BIBLIOGRAFICA
Entre sus
diversas obras bibliográficas, destacan: “Sonora Heroico”, “Tres Pasajes
Históricos” (1936), “Educadores Sonorenses”. (Biografías 1937), “Compendio de Historia
de Sonora” (1938), “Albúm de las Bodas de Plata del Excmo, Sr. Obispo de Sonora, doctor don Juan Navarrete y
Guerrero” (1944), con fotografías y biografías de los obispos sonorenses,
“Galería de Sonorenses Ilustres” (1938) y la segunda edición de su “Compendio
de Historia de Sonora”(1951). Fue también el profesor
Villa catedrático fundador de
Su última
colaboración que fue una breve carta sobre el proyecto del Instituto
Cardiológico fue publicada en este diario hace unos cuantos días. En esta casa
editorial se lamenta sinceramente la muerte del distinguido intelectual
sonorense, y se le llora con el mismo dolor en la redacción donde tenía a todos
por amigos que en la administración, donde sus inquietudes se expresaron
igualmente en los talleres con cuyos obreros dialogaba en sus frecuentes
visitas a PERIODICOS HEALY. ¡Qué descanse en Paz el ameritado maestro y gran
amigo y que el Cielo envíe cristiana resignación a sus deudos!