ASPECTOS MÉDICOS DE IMPORTANCIA DURANTE EL CANAL FRANCÉS.
Contrario
a cualquier idea que se haya esparcido por el mundo, relacionada con la debacle
del canal francés, el sector salud si fue tomado muy en cuenta especialmente en
su aspecto curativo. Desde enero de 1881 empezaron a arribar al istmo grupos de
médicos, enfermeras, auxiliares y otros técnicos que incluían a descollantes
figuras tales como Edward Carcenac, miembro del Colegio Real de Cirujanos de
Londres, a Louis Companyo, con experiencia en la exitosa jornada de Suez y a
Frederick Pidou, del Colegio Médico de París, quien actuaba como Jefe del
Servicio Sanitario.
El
Conde de Lesseps fue el primero en brindar todo su apoyo a esta parte de la
empresa, ya que había tenido la desgracia de perder a su primera esposa en una
epidemia de cólera que se desató durante la construcción del canal de Suez en
Egipto. En Panamá, los primeros enfermos fueron atendidos en un pequeño
hospital regentado por las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl,
mientras en forma acelerada y con todos los recursos económicos a su
disposición, se emprendía la construcción de dos centros nosocomiales en cada
una de las ciudades terminales.
Con
una gran visual edificaron pequeños dispensarios para la atención primaria e
inmediata de los trabajadores situados a lo largo de la vía del ferrocarril, en
lugares tales como Gatún, Emperador, Matachín, Bas Obispo, Paraíso, Gorgona y
otros. El miembro de la fuerza laboral que se accidentaba era atendido con la
prontitud necesaria y trasladado por carros ambulancias hacia Panamá o Colón de
acuerdo a su condición física. El sistema de trabajo fue muy aceptado al mismo
tiempo que redundó en un buen cuidado médico general. El 12 de septiembre de
1882 se inauguró el Hospital Central de Panamá, un regio centro con 500 camas
de capacidad y construido a costo de cinco millones de dólares, algo
verdaderamente exorbitante para esa época. El cuerpo de profesionales médicos
era de primera línea, apoyado por las ya mencionadas Hermanas de la Caridad
aunque no eran unas enfermeras profesionales pues habían aprendido con la
práctica el arte de cuidar a los enfermos, pero sobre todo, a llevarles una
gran dosis de cariño y comprensión tan necesarias en esos momentos difíciles de
la vida.
El
hospital contaba con varios pabellones muy bien diseñados y separados entre sí,
con amplia ventilación y levantados del suelo por medio de altos pilares. Muy
de acuerdo al concepto moderno de nuestros días, los enfermos eran distribuidos
en las salas de hospitalización según el tipo de enfermedades y diagnósticos.
Como instalaciones físicas recibieron la alabanza y admiración de todos,
principalmente de un médico canadiense llamado Wolfred Nelson, quien durante
cinco años ejerció privadamente en Panamá con unas oficinas en el Grand Hotel
en la Plaza Catedral. Nelson en un libro que escribió llamado "Cinco años
en Panamá" tiene muy positivas frases sobre la atención médica en ese
tiempo, cuando anota "los hospitales
eran sin lugar a dudas los mejores y el más perfecto sistema hospitalario jamás
construido en los trópicos", frases que años después también
secundaría William C. Gorgas al declarar que el Hospital Central de Panamá "era una institución mucho mejor que
cualquiera en los Estados Unidos". Las aseveraciones de este autor tan
parcializado en contra de los franceses deben entonces ser recibidas como muy
verdaderas y exactas, ya que era conocida su gran antipatía personal contra el
Conde de Lesseps a quien apodaba "el
gran enterrador".
Otro
aspecto médico importante durante la construcción de esta vía acuática fue la
fase recuperativa, muy bien entendida y desarrollada a través del
establecimiento de un centro para convalecientes en la isla de Taboga. Tuvo un
costo aproximado de medio millón de dólares con una capacidad de 25 camas y que
logró mantener por muchos años un índice de ocupación de un 100%. Sin embargo,
se falló de modo lamentable en el aspecto preventivo, principalmente porque no
se conocía nada acerca de los mosquitos y su forma de propagar la fiebre
amarilla y la malaria (stegomya fasciata en ese entonces, hoy aedes aegypti y
anófeles, respectivamente).
A
pesar de todos los escándalos financieros que se desarrollaron durante la época
del canal francés, la parte médica cumplió a cabalidad, en la medida de sus
posibilidades, con su heroica misión. La mortalidad también tuvo cifras altas
entre los médicos y en 21 de las 24 enfermeras que posteriormente se añadieron
al equipo humano que en aras de un ideal y patriotismo desarrolló su benéfica
acción. Se libró una gran batalla contra las enfermedades, el medio ambiente
hostil, la propia maledicencia y las grandes intrigas que se fueron forjando a
medida que este enorme impulso de coraje y voluntades no iba marchando en forma
adecuada.
El
tremendo esfuerzo francés dentro de los parámetros médicos dejó una serie de
huellas y experiencias muy favorables, que fueron en forma inteligente
capitalizadas y aprovechadas por los norteamericanos en los años siguientes.