CAPÍTULO
II
UN VIAJE DEMASIADO LARGO
Habiéndose
resuelto el rumbo que tomaría Francisco Eusebio en su labor misionera, con la
emoción de un explorador nato se apresta para el viaje. Por aquellos días de
1678 Cádiz era el Puerto español más utilizado en la ruta hacia el “nuevo”
continente, de tal modo que se organiza la travesía Alemania-España;
Kerschpamer y Kino salen de Oettingen el 30 de marzo quedándose 6 días en
Munich, preparando lo necesario para tan largo viaje. Dejando atrás los
recuerdos de la Europa
antigua, llegan a la campiña italiana
pasando el par de frailes de la
Compañía de Jesús por Trento, Brescia y Milán; llegan a Génova
el 2 de mayo.
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Ambos
“ropas negras” fueron los primeros sacerdotes en arribar de un grupo numeroso
que se estaba organizando para el trabajo cristiano en la
Nueva España y el Oriente. El 10 de mayo esperando Kino su
partida para Cádiz, le escribe a su amigo y protector D. Pietro Lucca
residente en Caldaro, redactando en la carta una despedida muy elocuente: “si no volvemos a vernos en esta vida, esperemos
encontrarnos en otra mejor... en el cielo”; el Padre Eusebio jamás
regresaría al viejo continente. Diecinueve “ropas negras” zarparon aquel
mediodía del 12 de junio de 1678 hacia Cádiz desde Génova (Genoa en antiguos
mapas); el buque iba al mando del Capitán Francesco Colón, al decir de Kino
pariente del descubridor del continente americano Cristóbal Colón casi dos
siglos antes.
Los
nombres de aquellos sacerdotes fueron: Calvanese, Borgia, De Angelis,
Mancker, Borango, Gerstl, Tilpe, Strobach, Neumann, Cuculinus, Klein,
Christman, Ratkay, Revel (Reidl), Fischer, Kerschpamer (kerschbaumer), Kino y
el hermano Poruhradiski; el nombre de uno de ellos se escapó en el registro
del P. Kino.
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Los jesuitas se distinguían por su vestimenta color
negro, de ahí el apodo de “ropas negras”.
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La
travesía no estuvo exenta de problemas y en más de una ocasión los distinguidos
viajeros resintieron el “mal del mar”; mareos y vómitos fue visto con
regularidad entre los misioneros incluyendo al P. Kino, aunque después de
cierto tiempo el joven Eusebio se aclimató rápidamente al vaivén de la nave; al
P. Kerschpamer no le fue tan bien y sufrió bastante con la pesadilla que era
viajar por barco en aquella época. El 17 de Junio Kino escribió: “La manera en que merendamos y cenamos hoy fue muy peculiar;
tuvimos que comer en el piso porque los platos no pudieron mantenerse seguros
en la mesa”.
Pero no
solo los fuertes vientos desestabilizaron la embarcación en aquel histórico
traslado; los temibles Piratas aún seguían provocando sobresaltos en los viajes
por el Mediterráneo y en más de una ocasión los viajeros confundieron a los
barcos vigía de la
Corona Inglesa con los temidos delincuentes argelinos,
llamados en aquel entonces como “turcos”; aunque no sufrieron ataque alguno en
el trayecto, en todo tiempo estuvo latente la mirada hacia los cuatro puntos
cardinales.
Aquel
barco se distinguiría muy especialmente por la gran cantidad de sacerdotes que
iban a bordo; los feligreses viajeros se deleitaron del banquete eclesiástico
que los acompañó en la ruta, pues el ejercicio de las obligaciones religiosas
de los cumplidos Jesuitas no se iba a interrumpir así fuera por las tormentas o
amenazas piratas; aquella nave pronto se convirtió en un templo movido por el
viento sobre las inestables aguas del tradicional Mar Mediterráneo. Kino
menciona en su diario: “En el ocaso, de acuerdo con
una costumbre que observamos de allí en adelante, cantábamos letanías
precedidas por la antífona Salve Regina, seguidas por el responsorio de
San Antonio de Padua; seguidas también por el salmo De Profundis; otro himno a la
Virgen Bendita y finalmente por oraciones para el buen viaje,
para evitar tormentas, por las ánimas del Purgatorio y por todos los que están
en pecado mortal. Cuando habíamos concluido, la campana del barco repicaba así
como nuestras propias campanas repicaban en Ingolstadt y se daba la señal para
el Ángelus”.
Después de
13 días de viaje, el 25 de Junio el barco hace escala en la
Bahía de Alicante y el Capitán Colón presenta a la autoridad
los certificados de salud, algo normal en aquella época debido a las epidemias;
los viajeros pisan tierra firme para un merecido descanso. Los jóvenes frailes
son llevados al Colegio Jesuita por dos sacerdotes, quienes fueron a
encontrarlos en una pequeña embarcación hasta el buque pues estaban siendo
esperados con ansiedad; su presencia no pasó desapercibida pues era poco común
ver caminar a un grupo tan numeroso de sacerdotes.
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Se sabía
que la flota zarpaba de Cádiz una vez al año hacia la
Nueva España y saldría entre el 2 y el 12 de Julio, así es
que la preocupación de no llegar a tiempo a la cita estaba siempre presente;
se discutió entre los Misioneros la idea de viajar por tierra el resto del
camino, pero hubo opiniones encontradas por los riesgos de un asalto. Al
final se tomó la decisión de continuar por mar.
La estancia
en Alicante fue muy grata y afortunada para los Jesuitas, pues permitió a los
distinguidos sacerdotes conocer el Velo de Santa Verónica, un lienzo con el
que la piadosa mujer enjugó el rostro de Cristo y que se guardaba en un
monasterio a las afueras de la ciudad; había sido llevada a la
Iglesia principal a fin de orar ante ella por la
desaparición de la peligrosa peste que azotaba a la región. Kino tuvo
inclusive el honor de celebrar una misa en dicho templo.
La
segunda parte de la aventura a Cádiz no fue muy diferente a la primera de
Génova-Alicante; el barco bajo el mando del Capitán Colón zarpó el 3 de Julio
en compañía de otro navío menor, el San Nicolás, que viajaba a su lado desde
Génova. Fuertes vientos en contra, típicos de la temporada veraniega,
hicieron difícil la travesía; el día 9 de julio por ejemplo, la nave perdió
la distancia recorrida en los cuatro días anteriores y la desesperación
empezó a cundir entre los religiosos.
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Un desembarco de la época (otras gráficas).
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Por su
parte, Kino se entretenía con sus aparatos matemáticos para aprovechar un
tiempo que marchaba tan lentamente; con el auxilio de sus compañeros un día
midió la nave: tenía 51
metros de largo, 12 de ancho, 16 de alto y un mástil de 45
metros. En varias ocasiones el P. Eusebio ayudó a tomar
latitudes y en no pocas veces observó las constelaciones mostrando sus dotes de
astrónomo; a ratos, hasta las nubes sirvieron para platicar acerca de sus
caprichosas formas.
Además de
un viaje tan lento, para colmo la neblina presentada el día 13 provocó que el
barco se saliera de su curso enfilando hacia el sur, en vez de dirigirse al
oeste; el error se corrigió a la mañana siguiente pero un día más se había perdido.
Ya cerca de Cádiz, Kino y sus acompañantes sufrieron la desgracia que querían
evitar: ¡la flota ya había salido del puerto español!; a lo lejos tristemente
miraron aquellos navíos cuando se ocultaban tras el ocaso, y la partida hacia la
Nueva España tendría que esperar al menos un año más. Todavía
frente a Cádiz, el barco duró cuatro días para poder entrar debido al mal
tiempo y a las estrictas leyes de inmigración, especialmente por la epidemia
que se vivía en aquel entonces. Los padres jesuitas pisaron tierra firme hasta
el día 19 de julio completando una marcha de 27 días desde la lejana Italia...
todo para nada.
Viaje del P. Kino y el grupo de Misioneros desde
Munich, Alemania hasta Cádiz, España con escala en Alicante.
Pedro de Espinar,
el responsable de la
Misión Jesuítica en Cádiz, había pagado 22,500 florines
por el pasaje de aquellos misioneros
que desesperadamente miraban en el horizonte azul la partida de la flota
española hacia el nuevo mundo. América debía olvidarse, al menos por este año
de 1678. Eusebio Kino y sus compañeros fueron invitados al Colegio de Sevilla
mientras aparecía alguna oportunidad de embarcarse; la estancia en esa ciudad
les serviría como un noviciado más, es decir, estudio, estudio y más estudio. Esta
populosa ciudad española dominada en el comercio por holandeses y franceses,
que se contaban por varias decenas de miles, poseía grandes y muy bellas
iglesias así como muy lastimosas miserias y sufrimientos por la temida peste,
los mendigos, los asesinos y las ejecuciones públicas en una época en que la
Santa Inquisición controlaba todo. “Si no ha visto Sevilla... no ha visto maravilla”, era un popular
refrán que ilustra la magnitud de las bellezas de esta ciudad. A pesar de todo,
la estancia de los misioneros en Sevilla no fue lo agradable que se buscaba,
pues una noticia trágica ensombreció al grupo de sacerdotes cuando se supo de
la muerte de P. Fisher, quien cayó asesinado en un cobarde ataque de los
vándalos que se contaban por cientos.
Puerto de
Cádiz, en España; de aquí zarpó Kino a México para jamás regresar.
(Tomado de: www.laserinternational.org/wor2003/info.htm)
Así las
cosas, no fue sino hasta el año de 1680 cuando los frailes jesuitas recibieron
la nueva instrucción de reportarse a Cádiz en un intento por dejar tierras
españolas. Desde el mes de marzo el Padre Eusebio bajaría por el Río
Guadalquivir hasta el Puerto español con la ilusión recuperada de cruzar el
Atlántico. Dos años después de aquel primer fracaso, Kino aborda el Barco “El
Nazareno” el día 7 de Julio acompañado de otros 22 jesuitas: 18 de ellos irían
a las Filipinas y 5 para México. La novedad era que el matrimonio formado por
el nuevo Virrey Don Tomás Antonio de la
Cerda y la
Condesa de Paredes viajarían en la misma flota que los
prelados, hecho que haría de aquel viaje algo muy especial.
Después de
4 días esperando zarpar, por fin la nave empieza a ser remolcada fuera de la
bahía. De pronto, sin el menor aviso,
un viento fuerte hace que la nave pierda el control y choca contra unas
rocas lastimándose seriamente la estructura; el capitán asustado pide a los
viajeros subir a cubierta pues el agua entraba en grandes volúmenes y la voz de
alarma no se hizo esperar. Impresionado por la magnitud del desastre que se
avecina, el mismo capitán toma una imagen de la
Virgen rogándole auxilio en aquel mal momento. Para disminuir
el peso del barco, los equipajes son
echados al mar y por fortuna la llegada de algunos botes permitió salvar a los
integrantes de “El Nazareno”, que quedó inutilizado para la travesía. Kino se
mantuvo a la expectativa y de nuevo se encomienda a San Francisco Javier para
salir avante de aquella pesadilla. Ya rescatados, los 23 misioneros incrédulos
se miran unos a otros al verse ante un fracaso más, pero Pedro de Espinar no se
queda conforme; desesperado busca acomodo a los jesuitas en donde se pudiera y
al final su gestión logra cierto éxito pues viajando de barco en barco suplica
a los capitanes que acepten a los frailes en naufragio. Con la intervención del
Virrey De la Cerda,
se pudo convenir que 11 de ellos alcanzaran un espacio en la flota, pero el P.
Eusebio tendría que esperar otra oportunidad para la travesía.
Pasado el
momento de esta segunda desgracia, Kino decide quedarse en el Colegio Jesuita
de Cádiz en un alarde de paciencia y resignación. Ratkay, su compañero,
escribió: “... hemos lamentado nuestros inútiles
preparativos durante dos años en Sevilla, pues Dios había preferido hundir en
el mar todos nuestros instrumentos, nuestro trabajo y nuestras pertenencias”. Durante esta segunda etapa en Cádiz, Kino
entabla amistad por correspondencia con María Guadalupe de Lancaster, Duquesa
de Aveiro, Arcos y Maqueda; de fino linaje, la
Duquesa y su marido eran considerados grandes terratenientes
en Granada, Extremadura y Jaén, y en la corte de Madrid la dama era influyente,
patrona de las Letras y pintora de gran reputación discípula de Velásquez. Sus
obras de caridad eran reconocidas y financiaba muchas Misiones en todo el
mundo; era especialmente devota a la
Virgen de Guadalupe aparecida en México en 1531 casi siglo y
medio atrás; el templo dedicado a su memoria construido en las montañas de
Extremadura recibía frecuentemente sus piadosas contribuciones. Kino conoció a la
Duquesa a través de su compañero jesuita Teófilo de Angelis,
quien recomendó que le platicara de su inquietud de viajar hacia las misiones
de oriente. El P. Eusebio escribió: “Por lo que a
mí respecta, reconozco que desde mis años mozos, pero especialmente después de
leer la vida y martirio del Padre Carlos Spínola, anhelaba ir a las misiones de
Oriente. Esta es la razón por la cual me he preocupado tanto de las
matemáticas, pero si Dios Misericordioso lo dispusiera de otra forma, acataría
su santa voluntad... sí... cúmplase su voluntad por los siglos de los
siglos...”.
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Después
de varias misivas, la Duquesa
prometió que intentaría lograr que
Kino se embarcara en Lisboa con destino a China, y se encontrara con el Padre
Téofilo quien era de los afortunados del grupo de los once que había partido
en la flota; De Angelis iba de paso por México rumbo al oriente esperando
zarpar desde Acapulco.
A pesar
del esfuerzo, la Duquesa
no tuvo éxito, pero sí logró consolidar una gran amistad con el fraile
italiano; rezó por Kino el día de San Francisco Javier y prometió hacerlo
cada año; el P. Eusebio le agradece escribiendo: “Todos
los días y dondequiera que la obediencia y la voluntad divina me envíen,
trataré con mi mejor voluntad de encomendar tanto a vuestra Excelencia como a
sus amados hijos al Divino Padre de la luz, a la
Venerable Madre de Dios”.
Tanto
para Kino como para sus compañeros jesuitas, la
Duquesa frecuentemente les enviaba regalos conmovida por la
situación en la que se encontraban.
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El martirio de Carlos
Spínola.
(Tomado
dehttp://www.psychiatryonline.it/ital/images/eccehomo.jpg)
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Ocupado en
el trabajo docente del Colegio de Cádiz, por el mes de noviembre de ese año de
1680 el Padre Eusebio pone a prueba sus conocimientos matemáticos al estudiar
el movimiento de un distinguido visitante celestial: un cometa cruza el
firmamento del afligido puerto español. Como un experto científico, analiza las
posiciones y la magnitud del astro. Kino escribe: “...
Hemos visto y observado acá la cometa y su movimiento que en el cielo va
tomando, habiendo pasado por la constelación de Sagitario, por el Antinoo, por
el Delfín y ahora por el Pegaso, estando ayer por la tarde y noche en el pecho
de la Constelación
del Pegaso con 60 grados de largo de su cola y 328 grados de ascensión recta, y
con 17 grados 18 minutos de declinación boreal o distancia del Ecuador”. Sobresalen las investigaciones de Kino en el
aspecto físico del movimiento, pero sus concepciones espirituales desentonan un
poco: “No serán favorables sus influencias...
significa muchas calamidades, hambre, tempestades, algunos temblores de tierra,
grandes alteraciones de los cuerpos humanos, discordias, guerras, enfermedades,
calenturas, peste, muertes y particularmente de algunas personas muy
principales... Dios Nuestro Señor nos mire con ojos de piedad”. En este asunto, Kino no se midió...
Dibujo realizado por Eusebio
Kino donde muestra la trayectoria del cometa visto a finales de 1680 y
principios de 1681. Nótese arriba a la derecha la imagen de la
Virgen de Guadalupe.
De pronto
la suerte cambia para los misioneros y por el mes de enero empiezan a respirar
los aires húmedos del Atlántico a bordo
de una embarcación. Sucedió que se preparó una flota con destino a Panamá en la
cual se contemplaba un navío de aviso
que habría de tocar al puerto de Veracruz; esa oportunidad debía
aprovecharse en beneficio de los jesuitas que se habían quedado rezagados
después de aquel desastre del mes de julio anterior. Eusebio y sus compañeros
dejan Cádiz el 27 de Enero de 1681 llegando a tocar el histórico Puerto de Veracruz el día 3 de
mayo, un poco más de tres meses de viaje en las inmensas aguas del océano
Atlántico. Para el día 01 de junio Kino ya se paseaba en la capital azteca con
la emoción de empezar a trabajar en la obra para la que durante tanto tiempo se
había preparado.
Aunque
aquel joven de 35 años seguía obstinado buscando una oportunidad para el
oriente, inclusive alguna vez se lo
pidió a la Virgen
de Guadalupe en su propio templo donde llegó a oficiar una Misa,
el Padre Bernardo Pardo elimina de una vez por todas sus especulaciones
en el asunto pues lo nombra “Misionero para la
California”, puesto requerido en un proyecto que se organizaba
para explorar y llevar el culto religioso a los aborígenes de aquella difícil
región, una zona que no había podido conquistarse bien a bien y en la que aún se dudaba si dicho pedazo de
tierra era península o nó. Eusebio jamás pensó que aquel viaje de España a
México ya no tendría retorno, y así como empezaba una nueva aventura, iniciaba
también el pago de la cuota de vida que juró en aquel momento de agonía; los 15
años de estudio quedaban atrás y una nueva etapa se asomaba en el destino de
este gran misionero que dejó para
siempre un recuerdo imborrable en la memoria de este rincón del mundo.