Las
Misiones Jesuíticas
La obra
misionera de los jesuitas constituyó uno de los principales signos de identidad
de la Compañía.
Dibujo de una iglesia jesuita en
Maduré (India) y en Pekín.
Esta iniciativa fue importantísima no sólo en virtud del elevado número de colegios creados, sino también por las peculiares características de las fundaciones. En estos establecimientos -tanto en China como en América-, los jesuitas se mostraron partidarios de un declarado sincretismo religioso, esto es, no tuvieron ningún tipo de escrúpulos a la hora de aceptar o adaptar ritos paganos con tal de llevar a los pobladores de dichas tierras la palabra de Cristo. La Compañía decidió respetar los particularismos religiosos con la intención de utilizarlos para el adoctrinamiento cristiano. Por ello, sus miembros recibieron múltiples críticas y acusaciones por parte de las otras órdenes religiosas, recelosas de los éxitos jesuitas.
San Francisco
Javier, evangelizador jesuita del Extremo Oriente y Japón.
Las
misiones más trascendentales fueron las célebres reducciones guaraníes que
dieron origen al mito del Estado o República Jesuita, que a la postre acabó
resultando nefasto para el futuro de la Compañía.
El proyecto
jesuita: la utopía cristiana, la creación de la ciudad de Dios en la Tierra.
Portada de un
libro en la que se aprecian los símbolos de la misión evangélica de los jesuitas
Aunque
los jesuitas fundaron misiones en México, California, Ecuador y cerca del lago
Titicaca, los establecimientos más conocidos fueron los guaraníes, que se
localizaron en una zona extensísima (la del Paraná) situada entre Paraguay,
Uruguay y Argentina.
Era
una región cuyas características permitían las fundaciones (los indios eran
sedentarios, su principal actividad era la agricultura, y podían ser reducidos
a encomiendas, o esclavizados por los bandeirantes portugueses).
La
Compañía se instaló en esta zona hacia 1550-1551, siendo el P. Manuel de
Lobrega quien inició la evangelización. Carlos I fue reticente a conceder
permiso a los jesuitas para ir a América. Felipe II también fue remiso. Pero en
1565 aparecieron las primeras reducciones de carácter oficial. En 1609 se fundó
la primera misión al norte de Iguazú, y en 1615 existían ya ocho reducciones o
poblaciones para indígenas y misioneros con hinterland propio. Ello
les servía para proveerse de bienes de subsistencia, para poder preservar a los
indios de la explotación de españoles o portugueses y para poder adoctrinarlos
católicamente, manteniendo a los indios alejados de la sociedad colonial y las
corrupciones que ésta entrañaba (también evitaban así problemas con los encomenderos).
En
1611 se publicó la real orden de protección de las reducciones. Cada reducción
contaba con una Iglesia y cabildo propio con total autonomía para gobernarse
siempre que existiera un representante del rey allí. Se prohibía el acceso a
las reducciones a españoles, mestizos y negros, y se garantizaba a los indios
que nunca caerían en manos de encomenderos... Sin embargo, pese a estas reales
órdenes, no estuvieron libres de las incursiones portuguesas. Entre 1628-1631,
los indios capturados por los portugueses superaron los 60.000. No se debe
dejar de tener presente que el miedo a la esclavitud fue una de las claves del
éxito de las reducciones (más que el carácter persuasivo de los jesuitas). Ante
esta situación, los miembros de la Compañía organizaron estas reducciones con
pertrechos claramente defensivos (planta cuadrada rodeada de empalizadas y
fosos, con milicias armadas de indios adiestrados y cuerpos de caballería para
la defensa, con plaza en el centro y la iglesia, de la que partían todas las
calles). La organización misionera no sólo se limitaba a tareas doctrinales,
sino que organizaba la vida económica y política fundada en la sólida
preparación de los jesuitas que iban allí (que poseían grandes conocimientos
prácticos en arquitectura, medicina, ingeniería, artesanía...)
Los jesuitas
respetaban la organización familiar de los indígenas. Su lucha se centró
principalmente contra la poligamia. Incluso a la hora de organizar las fiestas
de los matrimonios, se respetaba el ceremonial tradicional indígena,
practicándose posteriormente el ceremonial católico. Tras el matrimonio se les
dotaba a los cónyuges de casa y tierra. Los jesuitas respetaban a los caciques
y les daban acceso al cabildo de la reducción, que era la institución de gobierno
con sus alcaldes mayores, oidores, etc. Este consejo se elegía por votación
entre los recomendados por los salientes. Uno de los miembros del cabildo era
jesuita. También había un corregidor, nombrado por el Consejo de Indias.
Existía un director espiritual jesuita y un director ecónomo de la reducción,
con una legislación a todos los niveles, sin pena de muerte. La relación entre
las reducciones era semejante a la de una confederación.
En
lo que se refiere a la forma tributaria de distribución de la tierra, ésta se
dividía en tierra de Dios, comunal del pueblo, y las parcelas individuales de
los indígenas. La tierra de Dios la conformaban las mejores tierras, tanto
agrícolas como ganaderas, y era trabajada por turnos por todos los indios. Los
beneficios de esta tierra de Dios se dedicaban a la construcción y al
mantenimiento del templo, el hospital y la escuela. Los beneficios de la
propiedad comunal también se destinaban para pagar a la Real Hacienda y los
excedentes servían para fomentar la propia economía. Las parcelas individuales
proporcionaban a los indios su sustento familiar, y si conseguían excedentes,
éstos pasaban al silo común para ser consumidos en momentos de necesidad, o
vendidos en situaciones de bonanza. Para evitar el absentismo, los jesuitas
propusieron un horario de trabajo rígido, de seis horas laborables diarias, que
era ciertamente cómodo si lo contrastamos con las doce horas que tenían que
trabajar los indios en las encomiendas. Pese a la diferencia de horas, hemos de
hacer constar que los rendimientos eran mucho más elevados en las reducciones
que en las encomiendas. Se recogían hasta cuatro cosechas de maíz; también
cultivaban algodón, caña de azúcar, la hierba mate (que en el XVIII cultivaban
los jesuitas, y se llegó a convertir desde principios de este siglo en el
primer producto exportable hacia el resto de las áreas coloniales). También
desarrollaron la ganadería, permitiendo a su vez la realización de trabajos
artesanales (sobre todo, el cuero y su exportación). Todos estos factores
favorables impulsaron el comercio de las reducciones a través de las grandes
vías fluviales. Como hecho significativo, cabe destacar que dentro de las
reducciones no existía la moneda, sino que se practicaba el trueque. En el
comercio exterior sí se utilizaba moneda, que se atesoraba para comprar los
artículos que no se producían en la misión.
Con
su gran desarrollo, las reducciones guaraníes se transformaron en fuertes
competidoras de las ciudades cercanas (como Asunción o Buenos Aires). En éstas,
comenzó el malestar y el mito de las grandes riquezas atesoradas en las
misiones. Llamaba la atención que comprasen artículos de oro y plata para
magnificar el culto. Es posible que no sea del todo equivocado este mito porque
existían conexiones entre las reducciones y los colegios jesuitas de toda
América, y se sabe que los bienes de los colegios, seminarios y las tierras que
los sustentaban pudieron ser compradas gracias al dinero de las reducciones.
También se decía de los padres de la Compañía que mantenían circuitos de
capitales y actuaban de depósito de muchos seglares.
Iglesia de San Rafael, obra del
P. Martin Schmid
La
situación estratégica de las reducciones, entre las posesiones de españoles y
portugueses, se convirtió en tema peligroso y una de las causas de su ruina,
porque las milicias de las reducciones eran un obstáculo serio para el avance
portugués hacia el sur. Durante el reinado de Felipe V, la monarquía apoyó a
los jesuitas por estas razones. Pero lentamente los constantes choques de
España contra Portugal y la necesidad de concretar los límites entre ambos
países vieron en las reducciones un gran obstáculo. Los jesuitas esgrimieron su
obediencia al papa, resistiéndose a aceptar los acuerdos entre Lisboa y Madrid.
En 1750, en virtud del célebre Tratado de Límites de Madrid, impulsado por el
ministro José de Carvajal, se estableció que Portugal devolviera a España la
provincia de Sacramento a cambio del territorio cercano al río Paraguay, donde
había reducciones con más de 30.000 indios. Los jesuitas se negaron a abandonar
las reducciones iniciándose la guerra guaraní entre las tropas
hispano-portuguesas y los indios, capitaneados por algunos jesuitas. La guerra
no finalizó hasta 1756. Tras ella, las reducciones no volverían a recuperarse.
Por
entonces, la campaña de desprestigio contra los jesuitas estaba ya en marcha.
Los padres de la Compañía fueron acusados de resistencia a la autoridad, por
seguir las tesis políticas del P. Mariana sobre el tiranicidio. Recibieron
múltiples ataques e invectivas de antijesuitas y regalistas, quienes les
acusaron de querer acabar con el rey.
A
partir de la guerra guaraní, se desencadenó un momento muy crítico en toda
Europa. En Portugal, el marqués de Pombal publicó la Relación abreviada de
la República de los jesuitas, considerándoles abiertamente enemigos de
Portugal (1757). Otra obra polémica que dañó considerablemente la imagen de la
Compañía fue la Historia de Nicolás I, rey de Paraguay.
Posteriormente,
en España se extendió la idea de que los jesuitas habían sido los instigadores
de los motines del 1766 y de que tenían el propósito de acabar con Carlos III
para imponer a un monarca que mostrase total obediencia al Papa. El año
siguiente, la Compañía de Jesús fue expulsada de los dominios españoles. Y en
1773 fue extinguida.
Tomada de: http://www.cervantesvirtual.com/bib_tematica/jesuitas/misiones/misiones.shtml