EL FERROCARRIL DE PANAMA
Los
pueblos del oeste de América prácticamente dependían del cruce por Panamá para
comunicarse con la región del Atlántico, la más desarrollada del mundo; cruzar
el Istmo a lanchas, caballo y mulas era una aventura de variados peligros
naturales y de no pocos casos de muertes y asaltos realizados por
delincuentes. Bordear América no era
menos riesgoso por lo largo de la trayectoria y lo difícil de la travesía en un
océano turbulento, así que un cruce rápido y seguro se convirtió en un sueño
acariciado por muchos países, sobre todo aquellos interesados en desarrollar su
comercio. Cuando la máquina hizo su aparición a fin de multiplicar las energías
que los caballos ofrecían al transporte, surge entonces la primera oportunidad
de enfrentar el reto; el ferrocarril empezó
a decorar el escenario hasta entonces natural convirtiéndose en una opción de
gran valía en la empresa de unir los dos litorales a través del Istmo de
Panamá.
Cuando se
esparció por el mundo la noticia de que el Estado norteamericano de California
poseía grandes yacimientos de oro, muchos inmigrantes aventureros interesados
en llegar a la costa occidental de Estados Unidos prefirieron cruzar el istmo de Panamá, pues era una trayectoria
mucho más ventajosa que bordear América
del Sur. En 1847, aprovechando esta circunstancia y alentados por las
actitudes del Gobierno, un grupo de financieros de Nueva York estableció la empresa Panamá Railroad
Company a fin de construir un ferrocarril que cruzara el istmo y mejorara la
circulación.
Para los Estados Unidos resultaba
conveniente una ruta corta que les permitiera llegar más rápido desde su
litoral oriental hasta las nuevas posesiones obtenidas en su guerra con México;
el istmo de Panamá era sin duda una atractiva alternativa. Además, el servicio
postal empezaba a cobrar importancia y una travesía más corta sería lo mejor.
El Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica aprobó dos líneas de tráfico:
una por el lado oriente que unía a Nueva York, Nueva Orleans y Panamá, y la
otra que unía a Panamá con California y el Estado de Oregon. En ambas rutas se
utilizaban potentes barcos pero la espantosa travesía por tierra en el istmo de
Panamá producía un gran cuello de botella por su lentitud. Un ferrocarril era
la respuesta norteamericana... un canal sería después la respuesta francesa.
William H.
Aspinwall, Henry Chauncey y John L. Stephens
adquirieron los contratos correspondientes para la construcción del
ferrocarril, en el proyecto que llamaron “Camino de Hierro para Cruzar el
Istmo”. Stephens fue electo presidente de la Panamá Railroad Company firmando
los convenios con el Gobierno de Colombia, país al que pertenecía Panamá en el
año de 1849. Debido a su experiencia, Stephens supervisó los trabajos de
exploración y las primeras acciones de construcción que iniciaron en mayo de
1850; permaneció en la zona por espacio de dos años y al contraer una
enfermedad en el trópico fallece en Nueva York en 1952. Los contratos de
construcción fueron firmados el 15 de abril de 1850. Por su parte, Aspinwall
solo visitó los trabajos en una ocasión cuando el ferrocarril ya estaba en
funciones.
El
contrato estipulaba que la obra debía de concluir en un plazo no mayor de 6
años, al término de los cuales la compañía tenía los derechos de operación por
un lapso de otros 49. Los ingenieros responsables de la construcción fueron el Coronel C.G. Totten y John C. Trautwine. La
planeación consideraba que el camino preparatorio podría quedar concluido en 6
meses. No hubo ceremoniales para dar inicio a los trabajos; simplemente los
obreros comenzaron a surcar los aires con machetes para limpiar la maleza desde
el sitio conocido como Colón por el lado del Atlántico.
Aunque
todo estaba cuidadosamente planeado,
enormes complicaciones esperaban agazapadas en la jungla. Desde los
tiempos de los españoles, el Istmo de Panamá era considerado por muchos como un
sitio en verdad peligroso, donde las enfermedades contagiosas cobraban muchas
vidas. Las historias de horror que se contaban a medida que la línea se
construía sobrepasaban con mucho a la imaginación. Las cartas de la época
llegaron a comentar la existencia de un muerto por cada durmiente instalado; ¿a
qué se debía tan impresionante flagelo?
Desde el
principio, la biología y la geología del istmo pelearon contra los nuevos
invasores. Hombres y maquinaria fueron tragados por las sucias, resbaladizas y
malolientes tierras pantanosas que los esperaban bajo una miríada de mosquitos
que volaban bajo sus cabezas en un calor sofocante, o en una pertinaz lluvia
que lo complicaba todo. Ellos laboraban como olvidados esclavos, y con sus
cuellos sucios resbalaban, luchaban y maldecían su destino, cayendo fácilmente
en enfermedades tropicales típicas de
aquellas regiones; una mala alimentación terminaba con ellos incrementándose
paulatinamente la lista de muertos en la jungla, cual guerra cruel de aquellos
antiguos períodos vergonzosos en la vida del hombre. Los detalles técnicos de
construcción también fueron difíciles de resolver: ¿cómo encontrar bancos de
material adecuados en aquellas lodosas formaciones, en un clima con 9 meses de precipitación con media anual
superior a los 3 metros?.
La cifra
real de muertos durante la construcción del ferrocarril nunca se conocerá a
ciencia cierta, pues las autoridades no llevaban registro; únicamente de
trabajadores blancos se tenía alguna información pero constituían una mínima
parte; en 1853, por ejemplo, existían 1590 trabajadores de los cuales 1200 eran
de raza negra. La compañía repetía incesantemente que los muertos nunca
llegaron a mil, una cantidad absurda para quienes presenciaron esta masacre.
Durante los seis años de construcción algunos estimaron 6000 obreros
fallecidos, pero pudo haber sido el doble de esta cantidad. Nunca se sabrá,
como tampoco se conocerá el motivo de su muerte, si fue por disentería,
malaria, cólera, viruela o fiebre amarilla, enfermedades infecciosas para las
cuales no se tenía cura.
Los aborígenes, poco interesados en este tipo de trabajos, al tiempo fueron insuficientes para agilizar la labor, por lo cual los ingenieros residentes se dieron a la tarea de buscar otras alternativas. Llegaron al sitio obreros ingleses, irlandeses, alemanes, aunque los resultados no mejoraban. Un grupo de 800 chinos también llegaron a la construcción, quienes fueron los actores del más lamentable de los acontecimientos. Tan pronto llegó la delegación, la nostalgia los invadió en aquellas tierras extrañas para ellos, y por si eso fuera poco, la ley prohibió el consumo de opio, droga de uso común en aquellos tiempos entre los orientales, que poco les ayudó en las pesadas labores de excavación y movimiento de material pesado, inapropiadas también para su complexión poco robusta. Pronto se dieron cuenta que los habían engañado, y que aquella tierra de oportunidades que les prometieron no se veía por ningún lado. Muchos prefirieron el suicidio colgándose con sus propias trenzas y otros más caminaron estoicamente rumbo al mar para ahogarse en la marea... un lento ahogamiento era preferible a vivir en esta inhóspita tierra. La cuarta parte de los que llegaron, con su cuerpo y espíritu enfermo, fueron trasladados por los ingenieros hacia Jamaica olvidándose de ellos para siempre. Una poesía dedicada a ellos escrita en aquel tiempo dice:
“Tendrás fiebre... ojos amarillos...
contando diez días desde hoy
bandas de hierro empalmarán tus cejas,
tu lengua parecerá crema cuajada,
y tu cicatriz será una línea fea y mohosa;
tu boca probará cosas jamás narradas,
con pinzas y picos, cables y maderas,
tu cabeza cargará una tonelada o hasta más
en el centro de cuarenta vientos y tormentas.
En diez días desde hoy,
harás una reverencia en tu partida
porque en tí caerá la fiebre... ojos amarillos”.
La
siguiente importación de mano de obra fue de inmigrantes irlandeses
provenientes de Cork, quienes construyeron canales y ferrocarriles en toda
Inglaterra. Sin embargo, ellos desconocían como cortar plantas bajo el sol
radiante de Panamá. En cuanto llegaron fueron fácil presa de las temibles
fiebres tropicales y escasamente completaron solo un día de labor; los
sobrevivientes fueron enviados inmediatamente a Nueva York donde la mayoría
murió. El trabajo finalmente se concluyó con obreros de Jamaica, Cartagena y
aborígenes.
En el primer año, antes de cruzar
los pantanos, se tuvo que construir un
cementerio en la parte alta de la zona en donde se enterraba a los desafortunados
obreros a veces desconociendo el nombre que llevarían en su cruz, ni dirección
de parientes a quienes avisar...simplemente eran considerados como soldados
desconocidos. Algunos de ellos se utilizaron para investigaciones de
laboratorio, en un espantoso tráfico en el que preparaban el cuerpo
acomodándolo en un barril para después transportarlos a ¡escuelas médicas y
hospitales de todo el mundo!.
Por años
la Panamá Railroad Company mantuvo un suministro constante de esta mercancía,
con ingresos suficientes para pagar un pequeño hospital en la ciudad de Colón.
Un reportero que visitó este hospital en 1855, año en que el ferrocarril fue
concluido, observó largas colas de enfermos y hombres muriendo. El médico jefe
del hospital “me mostró, en estado
consciente, la colección de huesos y esqueletos secando al sol, a fin de
integrar un museo con todas las razas participantes en el ferrocarril de la
muerte”.
El peor
año en cuanto a víctimas fatales fue 1952, cuando también falleció Stephens uno
de los inversionistas de la Compañía; su causa: la gran epidemia de cólera que
arrasó el istmo. La tragedia inició en Colón cuando un buque que llegó desde
Nueva Orleans desembarcó a un equipo técnico norteamericano compuesto por 50 profesionales entre Ingenieros, Topógrafos
y Dibujantes; sólo dos se salvaron. En el mes de Julio, un destacamento militar
atravesó el istmo rumbo a California con la cifra lamentable de 150 muertos
entre niños, mujeres y adultos. “Los horrores vividos en ese lluvioso camino
son indescriptibles”, comentó uno de los miembros del grupo militar, el
Capitán de 33 años Ulysses S. Grant, mismo que llegara a la silla presidencial
de los Estados Unidos (No.18) en 1869.
Al final,
la compañía reconoció que la única raza capaz de trabajar en esos lugares, como
la lógica lo impone, fueron los aborígenes de raza negra de occidente, de
lentos movimientos, acostumbrados al calor y resistentes a la fiebre; fueron
ellos a quienes se les debe los mayores honores en la conquista del istmo...el
sueño de 400 años: unir ambos continentes.
Desde el
principio el tirado de las líneas se dificultó, complicándose más a medida que
se avanzaba. En los reportes de los ingenieros a cargo del Coronel Totten se
describe que en muchas ocasiones no pudo encontrarse el fondo impermeable de
los pantanos, motivo por el cual se construía un camino flotante a base de
madera, maleza y roca. Al término de 20 meses de arduo trabajo sólo siete
millas de vías férreas habían sido tiradas. Los últimos rieles ya tocaban el
suelo duro de Gatún al comienzo del Valle del Río Chagres, pero el dinero se
acabó. Es en este momento que la naturaleza hace su parte. Sucedió que dos
barcos atracan cerca de la isla Manzanillo, punto donde se comenzaron los
trabajos del ferrocarril, con más de mil hombres hambrientos de oro
californiano; un poderoso huracán los envía lejos del punto de desembarque
normal. Cuál fue el asombro de estos aventureros cuando observan en el paisaje
selvático el par de rieles de un ferrocarril. Inmediatamente se preparó el
viaje, al menos en estas primeras 7 millas, cobrándose a 25 dólares por persona
y por 10 dólares se permitió utilizar el camino a un costado del proyecto. La
gran demanda de transporte por estos dos medios impactó a los inversionistas,
quienes inmediatamente apoyaron con mayores recursos fortaleciéndose la
construcción. Los navíos jamás volvieron a San Lorenzo, lugar anterior de
desembarque, atracando en la Isla Manzanillo y a través de canoas indígenas los
viajeros eran transportados hacia la estación del ferrocarril. La obra ya
empezaba a dar sus frutos.
Al
final de su construcción, 76.5 kilómetros de vías férreas requirieron 204
obras de drenaje entre alcantarillas y puentes, dos terceras partes de los cuales se construyeron con una altura
igual o mayor de 5 metros. El Ferrocarril de
Panamá es quizá la única vía férrea que se levantó a sí misma. Los
mineros absorbidos por la fiebre del oro desembarcaban, tomaban el ferrocarril
hasta donde llegara y seguían su curso auxiliados con bestias de carga hasta
cruzar el istmo por 35 dólares. La tarifa nunca se redujo... los viajeros nunca
se quejaron y las ganancias empezaron a fluir. Al término de la obra ya se
había liquidado la tercera parte de su costo que se estimó en 7.5 millones de
dólares. El 27 de enero de 1855, a la
media noche, el Coronel Totten clavó el
último riel y al día siguiente se realizó el primer viaje. Cinco años después
de iniciado el proyecto, el mundo ya estrenaba
el primer Ferrocarril transcontinental.
Esta
proeza de ingeniería lamentablemente llevaría un trasfondo trágico, pues cada
metro de rieles ocultaba el sacrificio de miles de obreros que pagaron con su
vida y sufrimientos la construcción de aquella maravilla de comunicación
terrestre. La valentía de los intrépidos ingenieros que ahí participaron,
quienes con sus hombres enfrentaron el reto de vencer al istmo mejor que
abandonar la jungla, jamás ha sido motivo de elogio; el fatal destino de muchos
nunca ha sido motivo de grandes cantos de heroísmo o de honores supremos. Su
único monumento es la obra en sí, que ha quedado para la posteridad como testimonio de su valerosa entrega para
beneficio del hombre. Con la llegada del Canal años después, que siguió la
misma ruta del ferrocarril, este heroico esfuerzo quedó oculto bajo las aguas
de la Presa Gatún. El 10 de mayo de 1869 el Union y el Central Pacific Railroad
se unieron en Promontory, Utah, a través de una vía férrea que unía por segunda
vez ambos mares por todo Estados
Unidos; aunque esta obra no deja de ser impresionante, ha recibido mucho más
elogios que aquel primer esfuerzo de Totten y compañía... es un lamentable
vacío en la historia de la tecnología de América.
La navegación internacional tuvo
un tremendo auge al concluirse la nueva vía de comunicación. California y el
hemisferio oriental no fueron los únicos beneficiados. Aquel Estado tenía unos
500,000 habitantes mientras que América Central llegaba a los 2,000,000 a
mediados del siglo XIX. Más del 90% del tráfico comercial de la costa del
pacífico, centroamérica y sudamérica se destinaba a Europa con un promedio de
$60 millones de dólares al año. En 1856, la Panamá Railroad Company (PRC)
organizó una ruta de navegación marítima entre los puertos de América Central
hasta Guatemala, mientras que una compañía Británica hizo lo mismo hacia el
sur, uniendo los puertos de Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Café, cocoa,
piedras preciosas y tabaco son algunas de las mercancías que se transportaba
por la nueva vía férrea.
Al poco
tiempo de iniciar operaciones, la PRC decidió incrementar las tarifas del
pasaje y de carga por la necesidad de actualizar el equipo y maquinaria del
ferrocarril. De este modo, se consideró una nueva estrategia de cobro: $25
dólares por persona en primera clase, $10 dólares en segunda clase, 5 centavos
por libra de equipaje y $1.80 dólares por pié cúbico para la carga. Nadie
objetó los cambios y esas tarifas permanecieron por espacio de 20 años. Los
buscadores de oro siguieron cruzando el istmo por muchos años estimulando el
sueño americano de la fortuna fácil. La bonanza empezó a observarse por Panamá,
nuevas máquinas y carros fueron comprados, nuevas estaciones a cada 4 millas
fueron construidas o remodeladas, se crearon nuevos hospitales con atención
gratuita y hasta la iglesia “Cristo del Mar” fue construida con recursos
financieros de la PRC.
Pero nada
es para siempre. El día 16 de agosto de 1867, a raíz de la creación de la
República de Colombia, se modificaron los acuerdos respecto a los derechos de
uso del ferrocarril. El nuevo gobierno exigió el pago de impuestos elevados y
prestaciones tales como el paso sin cobro para miembros del ejército nacional y
su pesada carga de armamento. En un año se observó que la cantidad de civiles
en primera clase fue del orden de la mitad respecto a la cantidad de militares
que no pagaron pasaje. Por otra parte, en mayo de 1869 quedó concluido el
ferrocarril Union Pacific uniendo ambos litorales norteamericanos, disminuyendo
dramáticamente la demanda de transporte por el Istmo de Panamá; las acciones
cayeron de $330 a $60 dólares en esa época.
La PRC se
mantuvo por espacio de unos 25 años hasta que la Compañía Interoceánica del
Canal, al mando de Ferdinand De
Lesseps, compró el ferrocarril con el fin de apoyar los trabajos para la
construcción del canal de navegación proyectado por los franceses, otra amarga
aventura en aquellas selváticas tierras latinoamericanas.